"Comprendo que reprocharle a los terroristas etarras las miserias de su comunicado de despedida (?) puede parecer tan superfluo como criticar a Jack el Destripador por la fetidez de su aliento.
(...) Desde luego, lamentarse por las víctimas que no tenían nada que ver
con el conflicto, dando por buenas y justificadas las otras, es
repugnante. Pero aún peor es lamentarse de las aciagas circunstancias
(empezando por el bombardeo de Gernika) que les obligaron a oficiar de
asesinos:
“¡Qué más hubiéramos querido que hubiese paz y libertad!”.
Pues las hubo, claro, a partir del 78 y a pesar de ellos. Porque se
convirtieron en el peor enemigo de la democracia, su obstáculo más
peligroso, la coartada de los militares golpistas, la mejor garantía de
perpetuación de la policía franquista.
¿Por qué en su fementido
comunicado no mencionan a su víctima principal, la democracia española?
¿Por qué en vez de privatizar los sufrimientos personales no asumen la
perspectiva política reconociendo su campaña de tantas décadas contra
las libertades y los derechos de todos los ciudadanos?
A ver, puestos a jugar un poco: ¿qué entienden ellos por esa paz y
libertad que falta? ¿Cómo tendría que haber sido el país después de la
larga dictadura para que ya no hicieran falta intimidaciones y crímenes?
¿Deberíamos todos habernos puesto en posición de saludo hasta que nos
llegasen sus órdenes?
Sobre todo: ¿por qué no se dejan de lágrimas de
cocodrilo y dicen sencillamente que reconocen la democracia
constitucional vigente, la que defendieron contra ellos esos “implicados
en el conflicto” a los que asesinaron?" (Fernando Savater, El País, 05/05/18)
"(...) Cuando ETA habla de la teoría del conflicto trata de
repartir las cargas de su responsabilidad.
No les debemos nada porque
dejen de matar y lo que venden desde hace seis años es humo. ¿Pueden
reescribir la historia? Si les dejamos, sí.
¿Por qué cree que no muestran un arrepentimiento sincero? Se disculpan frente a unas víctimas, pero no con otras...
Hay motivos de psicología social: ellos no se quieren
sentir como miserables por la persecución de sus vecinos, por una
identidad tóxica que se convirtió en asesina; un ataque al sistema
democrático y a la ley. Como no quieren reconocer eso, no van a parar de
dar la murga de colocarse como víctimas. (...)
¿No hay convencimiento moral sobre el daño causado sino más bien oportunismo?
Lo de poner el contador a cero es literal. Es querer
desprenderse del peso de los muertos, negarse a asumir la
responsabilidad de haberlos provocado. Hay una parte que es judicial, de
la que deben responder individualmente quienes han cometido crímenes.
Luego está la responsabilidad de los políticos, los que mejor han salido
de toda esta historia. Los herederos de ETA. Condenaron a futuro.
Dijeron, ¿bombas o votos? Quitamos las bombas para que estos puedan tener votos.
Hace seis años dejaron de matar para conseguir la legalización de la
sigla política, pero podría haber sido más exigente: condenaron a futuro
pero no la historia de terror. Tenían una enorme responsabilidad.
¿Con la disolución de ETA queda completamente cerrada la situación en País Vasco y Navarra?
No. Es mejorable. Queda trabajo por realizar. Como no
ha habido una vergüenza moral siguen con el narcisismo, el
egocentrismo, un video a las dos, otro a las cinco... Están vendiendo
humo. Son muy trabajadores.
Hay que reconocerlo. Si nosotros nos
dormimos, avanzarán porque no hay que olvidar que las tensiones
institucionales y territoriales en nuestro país pueden volver de
diversas maneras... Hay un trabajo muy importante por delante de lo que
significa la ley, la libertad, el Estado de Derecho... (...)
Durante muchos años una parte
importante de la sociedad vasca dio la espalda a las víctimas. Incluso
insinuando cierta culpabilidad. Entierros clandestinos; lejos de los
pueblos de los difuntos. Asesinados y estigmatizados. ¿Queda algún gesto
pendiente por parte de la sociedad que ha tenido una actitud como poco
ambigua?
Hubo mucha parte de la sociedad que estuvo muy
manipulada y muy mal liderada. Y con mucho miedo. La gente, bajo el
miedo, actúa de una forma ética muy discutible. Sí que los líderes del
nacionalismo nunca o casi nunca estuvieron a la altura de la persecución
de sus vecinos.
Y por eso les interesa adornar el pasado y las
responsabilidades. Si se empiezan a aclarar bien las responsabilidades
del mundo de ETA y de sus herederos y cómplices emergería la pregunta
incómoda: ¿y qué hicisteis vosotros que gobernabais? No estabais cuando vuestros vecinos estaban siendo perseguidos. Necesitamos tiempo, la gente necesitaba aliviarse.... Ahora es una oportunidad para cerrar mejor las heridas.
¿Cómo se construye la memoria para sellar las fracturas de la sociedad?
Queda un trabajo histórico muy importante. El hecho
de que haya un centro memorial con buenos historiadores es fundamental.
Que en la universidad del País Vasco esté gente como Luis Castells y
otros es muy necesario. Si no hay un trabajo riguroso de memoria podemos
ser vulnerables al intento de manipulación ideológica del nacionalismo
vasco.
Durante los 80 les resultaba mucho más cercano el pensamiento
integrista del nacionalismo radical que el pensamiento plural de quienes
éramos sus adversarios políticos. Cuando hacía campañas durante aquella
época, gente como Egibar [dirigente del PNV] nos decía: "vosotros no
sois buenos vascos, sois anti vascos". Hoy no se atreverían a decirlo.
Lo decían entonces cuando nos estaban persiguiendo para matarnos.
Albert Camus hubiera respondido a Egibar: "amo demasiado a mi país como para ser nacionalista"
Mucha gente suele distinguir entre nacionalista y
patriota. Se pueden querer muchas cosas de la tierra en la que uno ha
nacido, de la historia y la cultura heredada pero convertir eso en
exclusión de los demás es recurrente y tóxico a lo largo de la historia.
Pobreza, exclusión, la selección adversa de líderes.... Dijo
Mitterrand: "nacionalismo es la guerra".
Dice Stuart Mill que la
tolerancia es el barómetro de la salud moral de una sociedad. ¿Cómo está
la salud moral de la sociedad vasca estos días?
Hay que ser intolerante con los intolerantes. Lo decía el propio Machado en Juan de Mairena.
El pacifismo a ultranza en ese periodo de entreguerras, decía Machado,
era una verdadera estupidez porque significaba que los más caraduras,
los más violentos, los que no tenían escrúpulos se hacían con el poder.
Tolerancia en lo que debemos serlo e intolerancia con lo que no debe ser
tolerado... Con el sexismo, con la xenofobia, con todos los
pensamientos excluyentes... (...)
Hace años su familia instaló
un buzón de Joseba en Andoáin para que quien quisiera pudiera mandarle
cartas. ¿Qué es lo que más le ha llamado la atención de lo que ha leído?
Al inicio nos escribían sobre todo amigos y gente que
nos quiere, pero después lo que más nos sorprendió fue quienes nos
cuentan, ahora arrepentidos, que miraron para otro lado, incluso quienes
apoyaron el asesinato de mi hermano. Queremos ordenar las cartas para
contribuir a la memoria que tanto necesitamos ahora." (Entrevista a Maite Pagazaurtundúa, Carlos Carnicero, Huff Post, 03/05/18)
"Esther Pascual había pedido reuniones pequeñas, con grupos de tres personas, para poder explicar tranquilamente en qué consistía el programa y que cada cual planteara sus dudas.
No le importaba que eso supusiera visitar varios días la cárcel, a 350 kilómetros de su casa. Estaba ante el mayor reto profesional de su vida y quería ir con calma. Pero, como sucede tantas veces, la realidad arrolla los planes perfectamente calculados.
- ¿De tres en tres? – le dijo entre risas Juan Antonio, el director de la prisión-. Venga, entra, que ahí están.
- Que ahí están… ¿cuántos?
- Pues todos.
Pascual respiró hondo antes de entrar en la sala. Se encontró con una
veintena larga de personas. Presos con extensas condenas por terrorismo
a sus espaldas que habían acabado reunidos en la cárcel de Nanclares de
Oca (Álava) porque se habían alejado de ETA. Eran todos disidentes,
pero mantenían planteamientos muy diversos. Ella les ofreció entrar en
un proceso de mediación penal para encontrarse con sus víctimas. Les
habló sobre la reconciliación y el perdón.
“Fue una reunión complicada, tensa”, recuerda la mediadora y abogada,
más de siete años después. La recibieron con desconfianza. Lo primero
que le preguntaron fue si era del CNI o una periodista infiltrada;
luego, si era una enviada del entonces ministro del Interior, el
socialista Alfredo Pérez Rubalcaba.
“Les expliqué cómo iba a funcionar
el programa. Que era voluntario y que no iban a tener ningún beneficio
penitenciario por participar en él; que era algo puramente personal; que
si alguien estaba interesado, tenía que empezar a trabajar conmigo de
forma individual en un proceso que podía ser largo; y que se arriesgaban
a que luego las víctimas no quisieran reunirse con ellos. Era un paso
que dábamos todos sin saber hasta dónde íbamos a poder llegar”.
Los reclusos comenzaron un debate acalorado sobre el perdón, sobre si
había que pedirlo de forma individual o lo tenía que hacer ETA como
colectivo. Entre ellos no había acuerdo. Finalmente, cinco le dijeron
que estaban interesados en hablar con ella individualmente. Uno lo
expresó públicamente. Los otros, de forma discreta.
Así empezó un programa que acabó con una decena de encuentros entre presos por delitos terroristas y víctimas de la organización a lo largo de 2011. En algunos casos eran sus víctimas directas, familiares de una de las personas a las que habían matado. En otros,
los internos se presentaban como miembros de una organización con
estructura militar en la que todos se hacían responsables de todos los
atentados.
Tres de los protagonistas de que estos encuentros se llevaran a cabo
se han reunido una mañana de finales de abril en Madrid a petición de
este periódico. Se trata de la propia Pascual, la entonces secretaria
general de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo, y Txema
Urkijo, que en 2011 era adjunto de la Dirección de Atención a las
Víctimas del Terrorismo del Gobierno Vasco -dirigida por Maixabel Lasa,
víctima ella misma después de que ETA asesinara en 2000 a su marido,
Juan Mari Jauregi, exgobernador civil de Gipuzkoa-.
Los tres defienden
un camino, la vía Nanclares, que luego se frenó pero que supuso
que miembros de ETA reconocieran sin ambages el daño causado a las
víctimas y que la violencia no debió usarse jamás para alcanzar fines
políticos.
Nanclares, el intento de quebrar la cohesión del colectivo de presos
Las cárceles han sido siempre una clave de la política antiterrorista,
un punto central tanto para ETA como para el Estado. La banda
terrorista tenía (y tiene) mecanismos de férreo control sobre los presos
que apuntala con apoyo jurídico y económico tanto para ellos como para
sus familias. Y el Estado, desde que a finales de los 80 inauguró la
política de dispersión, ha tratado en todo momento de quebrar este
frente con distintas estrategias según el momento y el Gobierno de
turno.
Mercedes Gallizo llegó a Instituciones Penitenciarias en 2004. Se
encontró con muchos presos con dudas sobre su vinculación con ETA, sobre
la violencia. Cuando la banda terrorista volvió a matar después de la
tregua de 2006, las críticas aumentaron dentro de la cárcel. Muchos,
además, se sentían abandonados por una organización que apenas había
hablado de su situación durante sus conversaciones con el Gobierno. A
finales de 2008 Interior fue trasladando a estos reclusos críticos a
prisiones cercanas al País Vasco -Zuera, en Zaragoza, y Villabona, en
Asturias- para favorecer el debate entre ellos.
Había presos que habían
sido miembros destacados de ETA, como Francisco Mujika Garmendia, Pakito,
miembro de la dirección entre 1987 y 1992 que en 2004 ya había escrito
una carta a la dirección de ETA pidiendo el fin de la violencia, Joseba
Urrusolo Sistiaga, Iñaki de Rentería, Valentín Lasarte, Carmen Gisasola
-exjefa del comando Bizkaia-, José Luis Álvarez Santacristina, Txelis,
o Kepa Pikabea. Los dos últimos también habían escrito una carta
después del fin de la tregua defendiendo “la inutilidad de la lucha
armada”.
Pero lograr que entraran en el camino de la reinserción individual era una empresa muy complicada. “Muchos de los reclusos eran históricos
de la banda que sentían que debían lealtad a ETA aunque no estuvieran
ya de acuerdo con ellos y que no querían llevar a cabo una crítica
pública ni separarse del todo del colectivo de presos”, recuerda
Gallizo. En todo caso, Zuera y Villabona se convirtieron en lugares de
reflexión colectiva y se empezaron a conceder los primeros permisos
penitenciarios.
De allí, los que daban un paso más y firmaban una carta rechazando la
violencia, pidiendo perdón a las víctimas y comprometiéndose a hacer
frente a las indemnizaciones civiles (requisitos que exige el Código
Penal para que los presos por terrorismo puedan obtener beneficios
penitenciarios) fueron luego trasladados a la prisión alavesa de
Nanclares de Oca, ya en Euskadi, donde comenzaron a aprobarse modelos
específicos de cumplimiento para que pudieran salir de la cárcel para estudiar o trabajar.
“Podía haber en torno a 80 o 90 personas con dudas en las cárceles en
ese momento”, recuerda Gallizo. “Gente con una posición más o menos
clara en el sentido de que no quería saber ya nada de ETA. Pero dar el
paso definitivo de hacerlo público era complicado. Suponía ponerse en
evidencia, perder todos los apoyos del colectivo, emocionales y
económicos, poner a sus familias en una situación delicada en sus
pueblos… Era un paso muy difícil para ellos”. Un paso que suponía, a
todos los efectos, pasar a ser etiquetado como disidente oficial y
público, y que solo dieron una veintena de presos.
Aparece la idea de “acercarse a las víctimas”
“Los que llegaron a Nanclares empezaron poco a poco a comentar su
interés por acercarse a las víctimas de alguna forma”, recuerda Txema
Urkijo. “No hablaban de encuentros restaurativos ni de nada concreto.
Simplemente se planteaban aproximarse a ese mundo. Nosotros pensamos que
eso no podía hacerse así como así llevando a víctimas a la cárcel”.
"Tenía que hacerse una intervención profesional, con un programa
protocolizado”, añade Gallizo. Por eso se pusieron en contacto con
Esther Pascual, que aceptó el encargo. A partir de ahí, los tres
intervinientes –el Ministerio del Interior, la Dirección de Atención a
las Víctimas del Terrorismo del Gobierno vasco y la mediadora- empezaron
a trabajar en el más absoluto secreto.
Pascual comenzó a entrevistarse con los cinco presos que habían
decidido entrar en el programa después de esa primera reunión colectiva.
“Los funcionarios de la cárcel ya habían hecho un trabajo previo con
ellos que fue muy importante en todo el proceso”, recuerda. “Luego, en
las entrevistas individuales, había que ir muy poco a poco.
A muchos les
costaba entrar a analizar sus vidas, les resultaba difícil volver a
según qué cosas. El tema de las emociones no lo tenían trabajado. Es
normal. Para matar a otro tienes que anular tus sentimientos. Pero para
que pudieran llegar a reunirse con una víctima era muy importante que
recuperaran esa parte, que recuperaran la empatía y su lado emocional”.
“Son personas que no se van a perdonar nunca lo que han hecho y que
simplemente tratan de vivir con ello”, añade. “La reflexión sobre el
pasado que llevaban a cabo era dolorosa, llena de soledad. Cuando
alguien recupera la humanidad, le resulta difícil convivir con lo que
hizo”. En cada entrevista, cada uno de ellos se iba abriendo más.
Pascual observaba el tono, la sinceridad… para decidir cuándo estaban
preparados para reunirse con una víctima.
“El discurso en contra de la
violencia tenía que estar claro”, explica. “Las víctimas no pueden
tolerar ningún tipo de justificación. Por eso a uno de los cinco le dije
que no podía seguir adelante. Era una persona que, de alguna manera,
seguía justificando algunos crímenes. Al final continuaron los cuatro
que consideré preparados”.
Mientras tanto, en paralelo, la Dirección de Atención a Víctimas del Gobierno
vasco convocó otra reunión. Pascual explicó el programa de mediación a
un grupo de víctimas de ETA y quiso la casualidad que aceptaran cuatro,
exactamente el mismo número de presos que iban a mantener los
encuentros. La mediadora inició en ese momento una serie de entrevistas
individuales también con las víctimas.
“Estaban preocupadas”, recuerda. “No querían que el programa pudiera
ser para los presos algo instrumental para obtener beneficios
penitenciarios. Les expliqué que no era así. Lo que muchas buscaban era
poder decirle a la persona cómo se habían sentido durante todos esos
años, cómo les había cambiado la vida el atentado. Algunas decían que
querían participar para ser un ejemplo de convivencia, para que sus
hijos y nietos no vivan instalados en el odio. La mayoría decía que no
necesitaban que les pidieran perdón, pero en muchas ocasiones esto
cambió después”.
Cara a cara con el perdón
Finalmente, se llevó a cabo el primer encuentro. Luego el segundo, y
el tercero, y el cuarto. “Todos, y los que siguieron, salieron
extraordinariamente bien”, señala Pascual. “Sin excepción. En el primero
ya me di cuenta de que yo sobraba, que lo importante era el trabajo
previo que se había hecho con ellos. Una vez allí, el encuentro eran
ellos.
El uno frente al otro. La víctima y el victimario. Normalmente,
la víctima saca lo que tiene dentro, se crece y logra transmitir con
entereza el dolor que ha guardado durante años. Muchos acabaron de una
forma cálida y algunos se han seguido viendo después. Todas las víctimas
salieron mejor de lo que entraron y se sintieron, de alguna forma,
reconfortadas”.
Después de estos primeros encuentros, en mayo de 2011, entre octubre y noviembre de ese año se llevaron a cabo unos talleres en la cárcel de Nanclares
con un objetivo parecido: abrir la cárcel al exterior y fomentar la
autocrítica, el cuestionamiento de la violencia. Una decena de presos
participaron en esas charlas, coordinadas por el abogado y profesor de derecho penal Xabier Etxebarria.
Acudieron tres víctimas: Jaime Arrese e Iñaki García Arrizabalaga,
cuyos padres –político de UCD el del primero; delegado de Telefónica en
Gipuzkoa el segundo- fueron asesinados por los Comandos Autónomos
Anticapitalistas el mismo día, el 23 de octubre de 1980, y Gorka
Landaburu, periodista que sufrió un atentado con carta bomba en 2001 que
le causó graves heridas y la amputación de varios dedos de la mano.
Eran charlas más generales, menos personales que los encuentros. En
el caso de Landaburu, al final se le acercaron dos de los presos para
informarle de que formaban parte del Comando Buruntza, el que le había
mandado la bomba. “Nosotros no participamos directamente, pero te pedimos perdón”, le dijeron.
También acudieron a esos talleres, entre otros, el filósofo Reyes Mate,
el coordinador de Lokarri Paul Ríos, el exconsejero de Cultura del
Gobierno vasco Joseba Arregi o el exrector de la Universidad del País
Vasco Peio Salaburu. Algunos de los presos explicaron a este periódico sus razones para participar: avanzar en el camino de la autocrítica de su pasado como terroristas.
Entre tanto se comenzó a trabajar para una segunda tanda de seis
encuentros más, en los que participaron también otros mediadores junto a
Pascual, que dio a luz en medio de ese proceso. “Todo salió igual de
bien que en la primera fase”, recuerda Pascual. “Y menos mal, porque un
solo fracaso habría sido un gran fracaso”.
Muchos de los participantes en los encuentros lo han contado: Iñaki García Arrizabalaga; Josu Elespe –hijo de Froilán Elespe, primer concejal socialista asesinado por ETA-; la propia Maixabel Lasa, que se ha reunido con dos de los asesinos de su marido, Luis Carrasco e Ibon Etxezarreta; el empresario Emiliano Revilla, que se reunió con su secuestrador, Joseba Urrusolo Sistiaga; Rosa, víctima de Hipercor,
que se reunió con Rafael Caride, condenado por el atentado; los
exmiembros de ETA Iñaki Recarte, Fernando de Luis Astarloa y Valentín
Lasarte… Otros han preferido mantenerse en el anonimato.
Todo empezó y acabó en 2011
En octubre de 2011 ETA declaró el cese definitivo de la violencia. Un
mes después hubo elecciones generales y un cambio de Gobierno en
España. Ambas cosas tuvieron consecuencias en las prisiones. Por un
lado, los reclusos críticos apostaron por esperar una solución colectiva
para su situación una vez que ETA ya no mataba. Querían evitar
significarse de forma individual.
Por otro, el nuevo Ejecutivo, liderado
por Mariano Rajoy, no siguió la línea iniciada por sus predecesores en Nanclares.
No se sumaron más presos a esta vía y, los que lo habían hecho, se
sentían cada vez más abandonados por las autoridades cuando salían de
prisión. Habían perdido las ayudas del colectivo, en muchos casos en sus
pueblos los trataban como apestados, y se quejaban de no recibir nungún
apoyo a pesar del paso que habían dado.
Los encuentros también se frenaron. Se llevaron a cabo dos sin labor
de mediación o preparación previa entre Consuelo Ordoñez –hermana del
concejal popular asesinado por ETA en 1995 Gregorio Ordoñez- y Valentín
Lasarte; y entre la víctima de Hipercor Roberto Manrique y uno de los
condenados por la matanza, Rafael Caride.
Un tercer encuentro que se
había trabajado a medias con el equipo anterior también se produjo.
Después, en años sucesivos, algunos disidentes de ETA ya fuera de la
cárcel se han reunido con sus víctimas, con y sin mediador de por medio.
Cuando los primeros encuentros se hicieron públicos, en septiembre de 2011, con el testimonio en este periódico de uno de los primeros participantes, Iñaki García Arrizabalaga, hubo mucho debate entre las víctimas.
Algunas criticaron el riesgo de un posible blanqueamiento de la banda a
través de estos perdones individuales, que no creían sinceros.
Finalmente se llegó a un acuerdo tácito de respeto mutuo entendiendo que
hay miles de víctimas de ETA, que cada una siente y piensa de una
manera, y que tan respetable es quien desea que le pidan perdón y que se
arrepientan de haber matado como quien rechaza participar en
iniciativas de este tipo.
Han pasado siete años desde entonces.
Ahora, tras la disolución de
ETA, habrá que ver si el resto de los presos empiezan a cumplir
individualmente los requisitos para acogerse a beneficios
penitenciarios, requisitos que incluyen reconocer el daño causado y
pedir perdón a las víctimas, aunque sea por escrito.
“No deberíamos olvidar Nanclares por lo que supuso”, concluye
Gallizo. “Fomentar la autocrítica de ETA, tanto en el mundo de los
presos como por parte de las instituciones, no es un signo de debilidad,
sino de valentía. Es algo necesario para no cerrar en falso esta
dolorosa página del pasado”.
“Los presos, tarde o temprano, van a salir a
la calle y tienen que vivir en sociedad”, añade Pascual. “Ojalá este
tipo de encuentros pudieran darse en el futuro para aquellos que estén
interesados, víctimas y victimarios. Es mejor para las víctimas convivir
con gente que está reinsertada y que ha hecho una reflexión autocrítica
sobre la violencia terrorista que convivir con personas que salen a la
calle orgullosas de lo que hicieron”. (Mónica Ceberio, El País, 02/05/18)
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