"(...) Por un lado, la dureza de la crisis, que destruyó el
modelo fordista de acumulación capitalista –con sus grandes fábricas y
concentraciones obreras que facilitan su organización política, sindical
y vecinal, como ha analizado magníficamente Sebastian Balfour– acabó
con las perspectivas de trabajo estable y aumento sostenido del nivel de
vida para dar paso al paro masivo y la precariedad laboral, como indicó
en la década de 1990 James Petras.
Por otro, la política cultural y
lingüística del pujolismo de carácter asimilacionista, que desechó el
bilingüismo de los primeros compases de la transición, provocó una
aculturación masiva de los trabajadores de lengua castellana,
considerados una suerte de catalanes de segunda clase, cronificando su
situación de “otros catalanes” descrita por Francisco Candel.
Quizás si esta política asimilacionista hubiera estado
acompañada por un ciclo económico expansivo habría tenido alguna
posibilidad de éxito. Ahora bien, el cóctel de precariedad laboral y
segregación cultural era demasiado fuerte para ser viable.
En realidad,
durante el pujolismo se produjo un movimiento de unificación ideológica e
identitaria de las clases medias catalanohablantes, en clave
nacionalista, mientras en paralelo se asistía a la deestructuración
social y la aculturación de la clase trabajadora castellanohablante.
Desde el punto de vista político, la conversión de CCOO en un sindicato
burocrático, pero sobre todo la implosión del PSUC (1981) destruyó a los
principales agentes de ese catalanismo popular y de izquierdas que de
todos modos carecía de perspectivas de futuro, si nos atenemos a la
colusión de los dos procesos arriba citados. El PSC devino el partido
hegemónico de la clase trabajadora y heredó gran parte de los
planteamientos del PSUC respecto al catalanismo progresista, como se
evidenció en su defensa de la política lingüística de la Generalitat y
particularmente de la inmersión lingüística.
En realidad, durante las más de dos décadas de hegemonía convergente, la consigna del sol poble
se convirtió en un significante vacío, en la medida en que se iban
consolidando y profundizando las distancias entre las dos Cataluñas. Sin
embargo, el mero hecho de señalar esa dualidad identitaria y social era
severamente criticada por anticatalanista, bajo la acusación de querer
resucitar el lerrouxismo.
La izquierda catalana no solo no combatió esta
inquisición ideológica, sino que fue incapaz de plantarle cara y aún
menos de plantear un modelo alternativo. La expresión política de esa
inoperancia fue la llamada abstención dual y selectiva de los barrios
obreros, que votaban PSOE en las generales, pero que se abstenían en las
autonómicas, convertida en un rasgo característico de la Catalunya
autonómica y fundamental para entender las reiteradas victorias
electorales de Pujol.
Ciertamente podría argüirse que, en las dos almas del
PSC, se concentraban estas contradicciones –como una Catalunya en
miniatura– aunque resulta innegable que los cuadros medios del partido,
los llamados “capitanes”, procedentes de los barrios de la inmigración,
estaban subordinados a las élites catalanistas que lo dirigían, en un
reflejo del funcionamiento de las verdaderas relaciones de poder en el
país.
El estallido del partido y la integración de las élites
catalanistas en ERC resulta expresiva de la polarización del país,
haciendo imposible la convivencia en la principal organización política
donde convivían representantes de las dos Cataluñas.
El historiador Marc Andreu, en un interesante artículo publicado en Crític,
imputa a las izquierdas su incapacidad para defender y actualizar el
legado del catalanismo popular del PSUC como vía para volver a hacer de
Catalunya un sol poble. A nuestro juicio, el
autor incurre en un error de óptica, pues acaso en Catalunya nunca hubo
un solo pueblo y cuando quizás emprendió el camino para serlo, la vía se
vio bloqueada por la crisis industrial y las políticas asimilacionistas
del pujolismo.
El catalanismo popular fue un desiderátum ideológico,
enmarcado en los momentos finales de la dictadura y los primeros
compases de la Transición, que posteriormente devino un obstáculo para
que las izquierdas catalanas fuesen capaces de combatir y levantar una
alternativa a la hegemonía del nacionalismo conservador.
Por tanto, la
reedición del mismo que propugnan ahora los Comunes está condenada al
fracaso. Los brillantes resultados obtenidos por C’s en los barrios
metropolitanos de Barcelona y Tarragona constituyen un aviso en toda
regla que a esos sectores sociales no les interesa gran cosa una
reedición del catalanismo popular. (...)
El proceso independentista se ha revelado como una máquina de enfrentar y
dividir. El sistema de partidos ha saltado por los aires: Convergència i
Unió ha desaparecido; ICV y EUiA se aprestan a disolverse en los
Comunes, cuyas aspiraciones hegemónicas se han evaporado; PSC,
escindido, es un pálido reflejo de lo que fue. Una división que ahora
también ha llegado a los sindicatos CCOO y UGT a raíz de su
participación en la manifestación independentista del 15 de abril. (...)
La extrema polarización de la sociedad catalana, espoleada por el Procés, ha destruido el escenario ficcional de un sol poble
y de un catalanismo transversal mostrando con toda su crudeza la
auténtica realidad dual del país, alimentada por décadas de pujolismo.
También –todo hay que decirlo– por los tripartitos de izquierdas que
situaron en el centro de su acción política la reforma del Estatut de
Autonomia, que nadie reclamaba, que está en la génesis política del
proceso soberanista.
Una polarización que, al llevarse por delante la
abstención dual y selectiva de los distritos metropolitanos, ha
propiciado el ascenso de Ciutadans, una fuerza situada extramuros del
catalanismo transversal y que ha crecido por la inoperancia de la
izquierda a la hora de combatir el nacionalismo/independentismo. (...)
De este modo el conflicto posee todos los componentes para cronificarse,
al menos, durante una generación. Eso si antes no surgiese en España
una potente propuesta en clave republicana y federal que ni el PSOE, ni
Podemos, parecen estar en disposición de liderar. El PSOE porque la
república no aparece entre sus prioridades, y Podemos porque apuesta por
un proyecto confederal.
Como decía Hegel, la historia suele
desarrollarse por su peor parte y la situación en Catalunya y España
parece darle la razón. Mientras tanto, continúa lenta, pero imparable,
el proceso de degradación de las instituciones estatales y autonómicas
surgidas de la Transición." (Antonio Santamaría , El Viejo Topo, 30/04/18)
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