"Todos, hasta su carnet de identidad, le conocían como Arturo.
Hasta que obtuvo su primer cargo oficial en la consejería de Economía
de la Generalitat. Entonces solicitó su cambio de nombre en el DNI y
empezó a pedir que le llamaran “Artur”.
Primera fantasmada al servicio
del nacionalismo. Con su buen porte, su MBA en estados Unidos y
su forja como aprendiz en el “taller” de Prenafeta –uno de los íntimos
de Pujol- apuntaba buenas maneras. Ello le llevó a decir a
Marta Ferrusola: “Aquest sembla un bon xicot” (este parece un buen
chico).
Así, de manos de la Madre superiora, Artur Mas abandonaba su
vida real para convertirse en la futura fantasmada del nacionalismo. Por
cierto, cuando hablamos de fantasma no olvidemos su derivación
etimológica en el término “fantasía”.
Todo en la vida política de Artur
ha sido fantasía (o si quieren fantasmadas) que poco a poco se ha ido
transformando de una ilusión en colores a penumbras grisáceas.
Porque las fantasías también se pueden convertir en pesadillas. Artur
Mas es de los pocos casos en la historia política que empezó teniéndolo
todo para acabar en la nada y con nada (de momento sus propiedades están
embargadas).
Pero mejor empezar por el principio. Corría un mes de
julio de 2001 y el exArturo era presentado como el nuevo “conseller en
cap”. Faltaban dos años para las elecciones, pero ya tocaba poder sin
haber sido elegido democráticamente. Su nombramiento provenía del
entonces intocable patriarca Jordi Pujol que así designaba a su delfín
(esperando secretamente que Oriol Pujol creciera un poco y pudiera
continuarse la saga familiar; pero eso ya es otra historia).
Artur Mas recogía por
entonces una coalición (CiU) con 56 diputados (en los tiempos gloriosos
de Pujol había logrado 72) y que tenía que gobernar a golpe de pactos
con el PP. Mas tenía dos años para darse a conocer, preparar la
remontada electoral y demostrar que ni Pujol ni la Madre superiora se
habían equivocado con él.
Para ello se revistió de hombre de Estado y
consiguió fotografiarse desde con el Juan Pablo II a Rigoberta Menchú,
pasando por Woody Allen y Bill Clinton. Un negro (en el buen
sentido) le escribió una infumable biografía y empezó a ejercer peculiar
forma de política. Ella consistía en neutralizar a sus dos más
inmediatos enemigos: uno en su propia trinchera, Duran i Lleida; y el
otro en la de enfrente, Pascual Maragall.
Las elecciones de
2003, las ganó pero con una sangría de votos que le llevaron a obtener
46 diputados. Ello laminaría su autoestima pues llegó a ganar dos
elecciones autonómicas pero el poder se lo llevaba sendos tripartitos.
La cara de Artur Más fue cambiando. Al “bon xicot” se le empezaron a
marcar los rasgos del resentimiento en su rostro y mirada.
Ya nunca
volvió a ser el mismo y apuntaba formas de fantasma, pero de esos que
empiezan a dar miedo. Se empezaron a denotar actitudes traicioneras y
rateras fantasma traicionero, como su famoso pacto secreto por el nuevo
Estatuto de Autonomía con Zapatero y a espaldas de Pascual Maragall. Al
mismo tiempo seguía segando la yerba bajo los pies de Duran Lleida e
intentaba erosionar a ERC robándole su discurso radical.
No por méritos propios, sino por la
desastrosa gestión de del tripartito de Montilla, que dejó a Cataluña al
borde de la quiebra técnica, por fin en 2010 llegaría al poder. Se
había producido el milagro y la federación catalanista había subido
hasta los 62 diputados. Y a Mas se le subió la fantasmada que
había creado a la cabeza. Se rodeó de los hijos del pujolismo: David
Madí, Oriol Pujol Ferrusola y Germà Gordó, entre otros, que formaron el
‘pinyol’.
Se puede decir que fue el único momento de su carrera
política en que Artur Mas se sintió fuerte de verdad. Pero la crisis
económica del 2010 le obligó a sacar la tijera y empezar los recortes
sociales, que por algo tenía un MBA de Estados Unidos. Los empresarios
amigos de Mas, durante esta primera legislatura, se iban enriqueciendo y
las clases populares recibían los tijeretazos.
Entonces ocurrió lo
impensable. En julio de 2011, emergió de la nada una masa de
antisistemas que rodearon el sacrosanto Parlament autonómico y no les
dolieron prendas en escupir, pintar y humillar a los “representantes del
pueblo catalán”.
Aterrorizado, el “pinyol” elaboró una
estrategia disuasoria. Convencieron al personal que la culpa de los
recortes la tenía España. El discurso soberanista, aún no
independentista se fue agudizando. Se trataba de desviar el odio de las
calles, enfocado en ese momento en la casta política catalana, hacia
España. Y la estrategia tuvo su efecto.
El sentimiento independentista
empezó a dispararse en los sondeos, pero Artur Mas no supo leer los
signos de los tiempos. En la medida que se iba alejando de la realidad,
empezaba a dar palos de ciego. En un error garrafal, víctima de su
ensimismamiento, decidió convocar en 2012 elecciones autonómicas
anticipadas.
Creía que la mayoría independentista que estaba emergiendo y
que era fruto de los “electroshocks” producidos por TV3 al mando del
“Pinyol”, le votarían y así obtendría la mayoría absoluta parlamentaria.
Por fin dejaría de ser la sombra de Pujol para convertirse en él Mesías
fantasmal que el mismo se había forjado.
Craso error, una parte del
nacionalismo decidió que ya puestos a votar independencia, mejor votar a
ERC. Los resultados fueron desastrosos para CiU: 50 diputados. A ello
contribuyeron los hedores que, desde 2009, el caso Millet empezaba a
expandir por la “Casa Gran” del catalanismo.
Paralelamente, la Diada de
Cataluña, el 11 de septiembre, se empezó a convertir en un aquelarre
independentista que fracturaba año a año a la sociedad catalana. Artur
Mas empezó a a sentirse atrapado por el nuevo fantasma que había creado:
el independentismo de masas.
Creyó siempre que lo podría controlar y
usar cómo arma para negociar con un gobierno en mayoría absoluta del PP
en Madrid. Pero se volvió a equivocar. En 2012, el “bon xicot” ya está
aviejado por las presiones canoso y empieza a perder su antaño hermosa
melena. Su propia confederación también inicia un desquebraje que con el
tiempo acabará con la muerte de Unió Democrática.
De nuevo un mes de julio de 2014, se
torna trágico para los convergentes. En plena segunda legislatura
mesiánica (de Mas), al padre de la criatura –Jordi Pujol- le da por
confesar sus pecadillos económicos. Se derrumba un mito y con él la
estructura que sustentaba el soberanismo de cuño convergente. Las
encuestas prevén una debacle de Convergencia en la misma medida que el
independentismo aumenta.
Todo es absurdo para Mas que no
entiende nada e intenta otra fantasmada política: anticipar elecciones y
presentarse en coalición con ERC con la clara intención de evitar que
Junqueras monopolice el independentismo.
En las elecciones de
2015 la coalición “Junts pel Sí” (CiU más ERC) salvan los muebles con 62
diputados. Pero para obtener la mayoría necesitan de una bomba de
relojería llamada CUP. Los antisistemas, que le tenían guardado los
tijeretazos a Artur Mas, piden su cabeza a cambio de investir presidente
a alguien de la coalición ganadora.
Artur Mas ya empieza a recordar la famosa
escena de Hitler en su bunker en la película “El hundimiento”: busca
ejércitos donde sólo hay papel y mapas. Por fin, en un acto de
victimismo -ya sabemos que el Mesías tiene que morir por su Pueblo-
decide poner un hombre de paja Puigdemont (el hombre que fue
alcalde de Gerona si haber sido el cabeza de lista y que llegó a la
presidencia de la Generalitat sin que nadie le votara).
Este debería ser
su hombre de paja y el gobernar en la sombra desde un nuevo partido con
las desafortunadas siglas de PDeCAT. Pero este partido no es más que
los restos del naufragio de CiU que se lleva por delante al catalanismo
moderado.
Lo peor de todo es que el hombre de paja de Artur Mas cobra
vida propia y se transforma en un Frankenstein deseoso de destruirlo
todo incluyendo a su creador. La intervención de la autonomía catalana y
la convocatoria de elecciones el 21 de diciembre de 2017, deja al
partido fantasma de Puigdemont en 34 diputados.
Artur Mas se
mira al espejo y ve una sombra, un fantasma. Preside un partido que ya
no es nada y en la política catalana no decide nada. Todo está en manos
de un loco al que él le entregó todo el poder.
Ayer, Artur Mas presentaba su dimisión.
Como los fantasmas suelen reaparecer no haremos pronósticos. Pero todo
indica que es el final de Mas que coincide con el hundimiento del
pujolismo y con la inminente sentencia del caso Millet como puntilla.
Cogió
un partido aún hegemónico con 56 diputados y en seis años ha dejado el
partido arruinado, embargado, con altos cargos imputados, horizontes
penales gravísimos e interminables, unas nuevas siglas que nadie es
capaz de votar y al servicio de un neo partido de un
expresidente fugado con alucinaciones obsesivas.
Mas, hijo político de
Pujol, es el padre espiritual de un independentismo fantasmal que debe
afrontar varias realidades llamadas justicia, gobernabilidad y sociedad.
El “bon xicot”, el mesías, el neopatriarca, el redentor fallido es un
reflejo de la Cataluña actual: una sombra fantasmal de sí misma." (Anotaciones de Javier Barraycoa, 11/01/18)
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