"Las elecciones del próximo día 21 van a cerrar una etapa
de la política catalana. Nadie ignora que ha concluido una operación
política de grueso calibre. El independentismo catalán no renuncia a su
razón de ser: la puesta en marcha de un proceso secesionista que, por
una u otra vía, desemboque en la independencia de Cataluña.
Quienes
tienen este ideal están en su derecho cuando lo defienden. Pero la
ofensiva que ha ocupado el último lustro ha fracasado; se abre un nuevo
ciclo.
En el presente artículo consideraré algunos aspectos de la refriega de estos últimos años.
Un escenario asimétrico
Desde el despegue del independentismo en los últimos meses
de 2012 y los primeros de 2013 se ha desarrollado un conflicto
estrictamente asimétrico.
En un lado, el independentismo; una parcela de la sociedad
catalana que ha recibido su impulso del nacionalismo tradicional, pero
que lo ha desbordado con la agregación de muchas gentes que, sin
proceder del nacionalismo, han optado por la reivindicación de la
independencia.
Es una fuerza social, política, ideológica, cultural
relativamente unificada –si bien atravesada por desacuerdos y tensiones
entre las diversas fuerzas y dentro de cada una de ellas–, de derecha y
de izquierda, socialmente transversal, muy organizada, con una
extraordinaria capacidad de movilización, implantada en todo el
territorio catalán, si bien comparativamente menos en los principales
núcleos urbanos y más en las zonas menos pobladas del interior,
identificada especialmente con la lengua catalana, y con unos niveles de
renta superiores a los de la parcela de la sociedad no independentista.
El independentismo aspira a ser hegemónico en la sociedad catalana y tiene bastante camino recorrido en esa dirección.
Frente al independentismo se ha configurado un
conglomerado o un espacio heterogéneo que está lejos de ser un bloque
político, social o ideológico. (...)
Las elecciones del próximo día 21 van a cerrar una etapa
de la política catalana. Nadie ignora que ha concluido una operación
política de grueso calibre. El independentismo catalán no renuncia a su
razón de ser: la puesta en marcha de un proceso secesionista que, por
una u otra vía, desemboque en la independencia de Cataluña.
Quienes
tienen este ideal están en su derecho cuando lo defienden. Pero la
ofensiva que ha ocupado el último lustro ha fracasado; se abre un nuevo
ciclo.
En el presente artículo consideraré algunos aspectos de la refriega de estos últimos años.
Un escenario asimétrico
Desde el despegue del independentismo en los últimos meses
de 2012 y los primeros de 2013 se ha desarrollado un conflicto
estrictamente asimétrico.
En un lado, el independentismo; una parcela de la sociedad
catalana que ha recibido su impulso del nacionalismo tradicional, pero
que lo ha desbordado con la agregación de muchas gentes que, sin
proceder del nacionalismo, han optado por la reivindicación de la
independencia.
Es una fuerza social, política, ideológica, cultural
relativamente unificada –si bien atravesada por desacuerdos y tensiones
entre las diversas fuerzas y dentro de cada una de ellas–, de derecha y
de izquierda, socialmente transversal, muy organizada, con una
extraordinaria capacidad de movilización, implantada en todo el
territorio catalán, si bien comparativamente menos en los principales
núcleos urbanos y más en las zonas menos pobladas del interior,
identificada especialmente con la lengua catalana, y con unos niveles de
renta superiores a los de la parcela de la sociedad no independentista.
El independentismo aspira a ser hegemónico en la sociedad catalana y tiene bastante camino recorrido en esa dirección.
Frente al independentismo se ha configurado un
conglomerado o un espacio heterogéneo que está lejos de ser un bloque
político, social o ideológico. (...)
A diferencia del independentismo, estos sectores sociales no disponen de
un relato propio para cohesionarse, ni aparecen como un conjunto
relativamente unificado, diferenciado, articulado. Durante los años de
mayor iniciativa y crecimiento del independentismo –desde la última
parte de 2012 y comienzos de 2013 hasta las dos grandes manifestaciones
del 8 y del 29 de octubre pasados en Barcelona– han tenido una presencia
pública muy tenue. Han votado a partidos no independentistas o se han
abstenido pero no han sido nada activos ni se han dejado ver en la
calle.
Una peculiaridad del escenario en el que se despliega el
conflicto es que ha operado un sistema de doble poder político cuyas
piezas principales han sido, de un lado, el bloque socio-político e
institucional del independentismo, con el Govern y la mayoría
parlamentaria a la cabeza, y, de otro lado, el Gobierno español y los
partidos no independentistas.
La asimetría es muy pronunciada, debido a
la distribución de competencias y de organismos, ubicados unos en
Cataluña y los otros en buena medida fuera de ella.
De hecho, la contienda que se está librando tiene varias
vertientes. Es una lucha entre dos poderes políticos, el del conjunto de
España y el de Cataluña. Es también un pulso entre partes de la
sociedad diferenciadas en cuanto a sus sentimientos de pertenencia
nacional.
Es característico de este conflicto que la demanda o el
rechazo de la independencia se presenta como la cuestión no solo
central sino que ocupa la mayor parte del debate político hasta el punto
de que otros problemas como los concernientes al régimen laboral, al
desempleo, a los servicios sociales, a la política económica, a la Unión
Europea u otros quedan relegados.
Durante los últimos cinco años todo
ha quedado subordinado a esta cuestión. Por lo demás, en el
independentismo no hay un proyecto social. No podría haberlo, en
cualquier caso, dada la heterogeneidad socio-económica de quienes lo
integran.
Bazas relevantes
El independentismo cuenta con bazas poderosas.
Una de ellas es una amplia red de organizaciones diversas:
la Assemblea Nacional Catalana (ANC), el Òmnium Cultural, el Partit
Demòcrata Europeo Catalá (PDeCAT), Esquerra Republicana, la Candidatura
d’Unitat Popular (CUP)… por no contar la asociación de alcaldes
independentistas, las agrupaciones de profesionales favorables a la
independencia (enseñantes, abogados, bomberos, ingenieros, etc.), las
redes de la Iglesia católica y tantas asociaciones locales. Es una parte
de la sociedad catalana organizada, amplia y muy activa en las
movilizaciones.
Otra es el Govern de la Generalitat, con sus recursos
humanos y financieros; y la capacidad que todo ello confiere al
independentismo para actuar sobre la sociedad catalana. Gracias a esas
posiciones institucionales fue posible la extensa implantación en la
sociedad de las ideas nacionalistas que promovió desde el comienzo el
Govern de Convergència i Unió entre 1980 y 2003.
Las instituciones
estatales autonómicas han sido un factor determinante en la construcción
nacional catalana. El poder político catalán empleó sus recursos para
propiciar una labor de recatalanización, aunque, como se ha podido
comprobar reiteradamente, el éxito en este empeño, con ser importante,
no fue total, y ha pervivido una distinción de campos a lo largo de
décadas.
El nacionalismo, que ha sido tan decisivo en el despegue y
desarrollo del independentismo, nació, además, con otro punto a su
favor: fue perseguido por el franquismo. Esto le confirió una
legitimidad que contribuyó a asentar su prestigio tras la reforma
política. Este prestigio se extendió entre gentes de izquierda dentro y
fuera de Cataluña, lo que es bastante raro en Europa occidental.
El independentismo se ha servido de banderas de innegable
eficacia: en su representación de la realidad personifica la democracia:
su delito es querer que la gente vote, frente a la negativa del
Gobierno de Rajoy; sus movilizaciones son pacíficas, a diferencia de la
acción del Gobierno español que las reprime violentamente; las
instituciones se limitan a cumplir el mandato popular; se encarcela a
los dirigentes por sus ideas; etc.
A lo largo de estos años ha fidelizado a un electorado de
grandes dimensiones y, en términos generales, ha consolidado su campo de
influencia política.
La iniciativa del independentismo ha logrado polarizar a
la sociedad catalana, poniendo en dificultades al PSC y también a CiU y a
UDC, y, más recientemente, a Catalunya en Comú-Podem, que no encaja bien en esta acusada polarización. (...)
El programa de Junts pel Sí para
las elecciones del 27 de septiembre de 2015 había hecho acopio de las
más estimulantes expectativas. La independencia, a la que se podría
llegar pronto y de forma más bien sencilla, vendrá cargada con un caudal
deslumbrante de bienes. Muchas de las ideas que siguen proceden de
aquel programa, que venía a servir también como una suerte de
argumentario. En muchos aspectos coincide con la Full de Ruta 2014-2015 de la ANC.
“Cataluña tiene unas capacidades superiores a las de
España. Podría ir mejor si fuera una república independiente, liberada
del lastre español”. (...)
La narrativa independentista incluía una representación del mundo real que permitía soñar con una Cataluña independiente.
Se echó mano de una descripción de la sociedad catalana armónicamente orientada hacia la independencia.
Según el citado Programa, en contra de toda evidencia, “La
sociedad catalana es un conjunto unificado: un sol poble. No hay
diferencias destacadas en su interior; los conflictos relacionados con
los sentimientos nacionales son poco relevantes”. (...)
La defensa de una vía unilateral e ilegal se abrió paso en un ambiente dominado por la falta de realismo.
Una de las apreciaciones clave se resumía así: “La
Declaración Unilateral de Independencia (DUI) es la única vía posible,
dado que España niega el derecho de Cataluña a decidir su futuro. Un
referéndum pactado es una quimera. Hay que pasar por encima de la
legalidad española.(...)
De todos modos, la propaganda independentista no logró que
la mayoría de la población se considerara suficientemente informada
sobre los posibles efectos de la independencia. Un sondeo del GESOP de
enero de 2017 (1.600 personas entrevistadas telefónicamente) formuló la
siguiente pregunta:
¿Usted cree que tiene mucha, bastante, poca o
ninguna información sobre las consecuencias de una hipotética
independencia de Cataluña? Un 46,65 declaró tener mucha o bastante
información; un 49,6%, poca o ninguna.
Lo cierto es que en estos últimos años han quedado
ancladas unas apreciaciones difícilmente compatibles con la realidad,
que han acabado costando muy caras al independentismo.
Hemos observado un auténtico recital de lo que se ha dado
en llamar sesgos cognitivos, desde el pensamiento grupal (el grupo
funciona como una burbuja en la que las creencias compartidas cobran
verosimilitud y se llega a un consenso tácito para no ver lo que no
conviene ver) hasta el pensamiento deseante (lo que comúnmente se dice
confundir los deseos con la realidad), pasando por el sesgo de
confirmación (seleccionar aquellas partes de la realidad que nos dan la
razón), las tendencias al autoengaño y los prejuicios de todo orden.
Hemos podido contemplar abundantes muestras de disonancia cognitiva: se
ha violentado la percepción y la descripción de una realidad que se
resiste a ser compatible con las aspiraciones y sentimientos
independentistas.
Los últimos años han visto desarrollarse la hipocognición a gran escala, esto es, una ignorancia construida socialmente favorable
a las creencias y a los fines del independentismo. Esa ignorancia ha
incluido una explicación reduccionista de los males de Cataluña,
atribuyéndolos a un factor externo llamado España. (...)
Un objetivo primordial de los líderes independentistas era
alcanzar una amplia mayoría social con cuyo apoyo poder negociar en
posición de fuerza.
Pero no han acertado en su trato a la mitad no
independentista de Cataluña (No incluyo aquí a las más de 1.100.000
personas extranjeras con autorización de residencia cuyas preferencias a
este respecto ignoro). La han ninguneado, no la han tomado en
consideración, no se han preocupado por conquistar parcelas de esa parte
de la sociedad.
No dieron importancia al hecho de que más de la mitad de
la gente entendiera que un referéndum por la independencia dividiría a
la sociedad catalana. (...)
Era cuestión de tiempo que la mitad de Cataluña que estaba
en desacuerdo con la independencia acabara reaccionando, como así ha
sucedido.
La ofensiva independentista ha propiciado que pasara del
aturdimiento inicial y de la pasividad a un despertar autoprotector y a
modificar en cierta medida su forma de ver las cosas.
A lo largo de estos últimos años, se ha podido advertir
una progresiva aproximación de esa mitad de Cataluña hacia el resto de
la sociedad española.
En la actualidad, a juzgar por la encuesta de My Word (la
parte catalana del sondeo abarcó 606 entrevistas on line), realizada
entre el 13 y el 16 de noviembre, ha cambiado sustancialmente el
panorama. Lo recordaba hace unos días Belén Barreiro, directora de My Word, entrevistada por Pepa Bueno en la SER:
en los últimos meses se han consolidado “dos sociedades en Cataluña”,
la independentista y la no independentista. Esta última es cada vez más
parecida a la población del resto de España.
“Ahora hay una mitad de la
sociedad catalana que es igual que la española y los políticos no
independentistas no se dirigen a esa sociedad". "Ha habido un repliegue
de los catalanes no independentistas que han cambiado de opinión y ya no
ven en el referéndum una solución. Los catalanes no independentistas
respaldan la gran mayoría de las actuaciones del Estado en Cataluña,
salvo la intervención policial del uno de octubre”.
Pero, ¿alguien podía creer que ante una situación como la
creada tras la-proclamación-de-independencia-que-no-fue-una-proclamación
de independencia cualquier Gobierno no se emplearía a fondo?
Las instituciones del conjunto del Estado español no están
en disposición de inclinarse ante esa supuesta “voluntad colectiva
libre y pacíficamente expresada”, según la fórmula oficial
independentista. Uno de los grandes errores de apreciación de los
líderes independentistas consistió precisamente en no percatarse
suficientemente de esta imposibilidad.
Desde julio de 2016 se concedió la prioridad al referéndum
que conduciría a la DUI y, aunque hasta octubre de ese año los líderes
independentistas se refirieron en múltiples ocasiones a las posibles
iniciativas represivas del Gobierno del PP, a partir de entonces
cambiaron radicalmente.
La consigna fue que, hiciera lo que hiciera
Rajoy, lo decisivo sería la voluntad del pueblo catalán. “Si se quiere,
se puede”. Este mensaje intensamente voluntarista se convirtió en un leit motiv en vísperas de la consulta del 1 de octubre. (...)
Lejos del más elemental realismo, los dirigentes
independentistas defendieron un axioma táctico verdaderamente asombroso.
Recalcaron que una vez declarada la independencia se reforzaría la
posición negociadora de las instituciones catalanas en su relación con
el Gobierno español y con las instituciones europeas.
También se alentó la ingenua creencia de que la Unión
Europea acogería con los brazos abiertos a una Cataluña independiente,
uno de los territorios más prósperos del continente. Grave error: los
Estados de la Unión Europea no desean tocar las fronteras actuales ni
activar las demandas soberanistas. (...)
Europa ha adoptado una posición que es ya declaradamente
normativa: La Unión está en contra de la segregación de cualquier región
de un Estado miembro porque es incompatible con sus valores (Obligación de convivir, El Correo, 19 de noviembre de 2017).
Los dirigentes independentistas no quisieron tomar en
serio estas declaraciones y siguieron asegurando que Europa acabaría
acogiendo a la República catalana. (...)
En lo tocante a la economía, se negó reiteradamente que
una situación tan inestable como la actual pudiera llevar a miles de
empresas a trasladar su sede a otros lugares, incluyendo en muchos casos
el domicilio fiscal, con los consiguientes perjuicios para la hacienda
de una hipotética Cataluña independiente.
Tampoco se reflexionó
debidamente sobre las posibles repercusiones que tendría la
independencia en los intercambios comerciales con el resto de España. La
Cataluña virtual del independentismo carecía de una economía instalada
en la realidad.
El éxito conseguido en estos años, en amplios sectores de
la población, por las fantasías fabricadas por los líderes
independentistas es un objeto de estudio que debería merecer especial
atención. (...)
Fin de ciclo
La operación DUI (Declaración Unilateral de Independencia)
no podía triunfar contra la mitad de Cataluña, el Estado, la Unión
Europea y buena parte del mundo empresarial. Y, además, rompiendo la
legalidad. Una proeza imposible. En póquer se llama ir de farol; aunque
se aparentó lo contrario, no había cartas para ganar. (...)
La operación que comenzó en 2012 ha concluido sin alcanzar el fin
perseguido. No es que el independentismo se haya extinguido, ni mucho
menos. Pero ha fracasado la fórmula concreta puesta en práctica, que
abarcaba un referéndum fuera de la ley y una proclamación unilateral de
independencia.
Ha terminado así un episodio de un lustro en el que han
confluido impresionantes movilizaciones, gestos políticos erráticos y la
construcción de una realidad imaginaria que la realidad real se ha
encargado de desmontar. (...)
Por lo demás, el independentismo necesita seguir una
dirección, pero ¿cuál puede ser esta después de haber quemado los
cartuchos de las elecciones plebiscitarias, del referéndum y de la DUI?
En las últimas semanas, tras la activación del 155, los
dirigentes independentistas han admitido públicamente que no tenían un
respaldo social suficiente para culminar el proceso independentista.
Han admitido que no calcularon bien las reacciones del Gobierno. Han
reconocido, igualmente, que no estaban preparadas las estructuras
estatales de recambio para controlar el territorio catalán.
Algunos líderes destacados han afirmado que en la actual
situación que no será posible la unilateralidad, que habrá que cumplir
la ley y que convendrá descartar ponerse plazos para la realización de
los objetivos políticos.
(...) es difícil saber hasta qué punto hay en el mundo
independentista una conciencia realista acerca de la magnitud de su
fracaso y de las dificultades que tienen delante. Cabe pensar que tras
el 21 de diciembre no se va a intentar hacer lo que acaba de naufragar.
Pero, si no se toma la medida del mundo real, es probable
que el independentismo –hoy más erosionado que antes por las
desconfianzas, las divisiones, los signos de hostilidad, y más
desorientado respecto al rumbo a seguir– vuelva a salir escaldado.
Y,
aunque no lo sepan o no quieran admitirlo, los líderes que han
organizado este fracaso no están en condiciones de afrontar debidamente
la nueva situación." (Eugenio del Río fue uno de los fundadores del MCE, CTXT, 13/12/17)
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