"(...) La decisión de la mayoría del Parlamento catalán de convocar un
referéndum de autodeterminación y la aprobación por ese mismo Parlamento
de leyes de desconexión y transitoriedad que suponen la separación
inmediata de Cataluña del resto de España, antes incluso del 1 de
octubre, no es sino la culminación de una política secesionista que
viene de lejos.
(...) hay que añadir la ya clara complicidad con el secesionismo de buena
parte de la izquierda transformadora, señaladamente la de Catalunya en
Comú, (...)
La realidad es que estas decisiones pueden provocar una fractura
mucho mayor que la ya existente en la sociedad catalana, y un conjunto
de respuestas de acción reacción, en torno al 1 de octubre e
inmediatamente después, que pueden llevar exactamente a lo contrario de
un proceso constituyente.
Pueden llevar a la refundación autoritaria del
Estado salido de la transición, vía electoral plebiscitaria, en la que
la derecha del PP y Ciudadanos plantearán un proyecto nacionalista
español, sin ninguna oposición real de una izquierda que ha perdido sus
referentes solidarios y federalistas.
El que los secesionistas
promuevan ese escenario es perfectamente coherente, el que la izquierda
transformadora renuncie a defender la legalidad democrática y dé
legitimidad a un proyecto etnicista y excluyente es lo completamente
incoherente. El que la izquierda transformadora deje en manos de la
derecha la defensa del Estado de derecho, y minimice la agresión al
mismo que han perpetrado los secesionistas es una factura que se pagará
cara mucho más pronto que tarde. (...)
No hay ninguna persecución de los rasgos lingüísticos o culturales
específicos de Cataluña, bien al contrario, es a la lengua castellana a
la que sectores secesionistas pretenden considerar como lengua
extranjera en Cataluña.
Al tiempo, las competencias y capacidades de
autogobierno de las instituciones catalanas no han hecho otra cosa que
crecer, en el marco de un estado profundamente descentralizado. El
denominado ‘derecho a decidir’ no es un ningún derecho humano
conculcado, es un alias del derecho a la autodeterminación.
Ese derecho
es propio de sociedades oprimidas y colonizadas, no es el caso de la
catalana; ese derecho debe ser reclamado contra regímenes no
democráticos, mientras que la legalidad estatutaria y constitucional
están avaladas por decenas de elecciones, incluso plebiscitarias como
las de 2015; ese derecho tiene legitimidad si existe una avalancha
social, absolutamente mayoritaria, a favor de la separación de un estado
preexistente, y la sociedad catalana está, como poco, dividida por la
mitad en esta cuestión. (...)
La realidad tozuda, es que esas reivindicaciones nacionalistas de parte,
de corte insolidario y buscando crear diferencias inexistentes en un
demos básicamente común, han venido siendo creadas y fomentadas por el
nacionalismo, hoy secesionismo, que ha gobernado Cataluña, a la vez que
apoyaba decisivamente al PSOE o al PP en el Gobierno central.
De esta
manera el actual secesionismo ha sido uno de los protagonistas que ha
bloqueado cualquier evolución progresista del sistema surgido de la
transición, ha apoyado recortes y reducciones de derechos, ha sido el
mejor aplicador de las peores políticas neoliberales, y está a la altura
del PP en corrupción. (...)
El problema radica en que mientras que la izquierda denuncia, como es su
obligación, las campañas xenófobas del PP, no hace lo mismo con las
campañas secesionistas, al contrario, o las da soporte, o las deja
pasar, o echa la culpa de esas campañas al PP. (...)
Gracias a esa dejación de la izquierda es más comprensible el éxito
de la ofensiva secesionista lanzada desde 2010. Las motivaciones de esa
ofensiva fueron las de frenar las movilizaciones sociales contra las
políticas neoliberales del Gobierno de CiU, más duras aún que las del
PSOE y las del PP, tapar la marea de escándalos de corrupción de CiU por
décadas –en todo similares a los del PP–, y conseguir un encaje fiscal
más injusto e insolidario.
Los objetivos, por supuesto, han ido
creciendo, se busca la secesión o una relación institucional
completamente confederal. Los secesionistas han conseguido, sin coste,
lo que sería inimaginable en el resto de España: una unión sagrada de la
que forman parte fundamental elites y grupos dominantes (lo que
representa PDeCAT, lo que representan Mas, Millet, los Pujol),
exactamente iguales al PP y a quienes este representa, pero de otro
nacionalismo.
¿Cómo hemos llegado a la dejación de
responsabilidades de la izquierda, rayana en la complicidad, que ha
facilitado esta situación? (...)
Desgraciadamente, la historia de la izquierda en Cataluña es también la
de su progresiva sumisión al discurso nacionalista, empezando por la
aceptación del soberanismo, pasando por el olvido de la fraternidad
común y el federalismo, finalizando con la aceptación del falso discurso
del enfrentamiento entre Cataluña y el Estado. Tal cantidad de
cesiones, tal colonización mental, la ha dejado inerme frente a la
ofensiva secesionista iniciada en 2010. (...)
Es necesario poner el énfasis en la aceptación del soberanismo, este
ha pasado a ser no solo seña de identidad de buena parte de la
izquierda en Cataluña, también la dirección de las izquierdas
emergentes, señaladamente Unidos Podemos, se ha apuntado a este
principio que forma parte del programa de Catalunya en Comú que propone:
“una república catalana que compartiría soberanías en un estado de
carácter plenamente plurinacional”.
La aceptación y extensión de este
planteamiento rompe con una de las principales fuerzas de las clases
populares de toda España, su fraternidad común. Esta fraternidad es un
conjunto real y bien trabado.
No solo por los evidentes lazos
familiares, culturales, políticos y económicos formados por centurias de
migraciones y mezclas, particularmente importantes en Barcelona,
Madrid, y el País Vasco. Es la expresión de la solidaridad común de las
clases populares de toda España, que se vieron obligadas a emigrar, a
pelear por sus derechos frente a los propietarios de las fábricas de
Barcelona y frente a los propietarios de las tierras de Andalucía.
Es la
expresión de la unidad que trajo la II república y resistió al golpe de
1936. Es la expresión de la confraternidad creada durante el franquismo
en Cataluña, cuando centenares de miles de trabajadores de toda España
arribaron a Barcelona. Esta fraternidad fue parte sustancial en la lucha
por la democracia, fue fundamental para luchar contra la opresión
nacional que sí existía en Cataluña durante el franquismo.
Esa
fraternidad es la que el secesionismo quiere romper en Cataluña, la que
el PP desearía sustituir por un renacimiento del nacionalismo español.
Ese valor común, mucho más cívico y progresista que las identidades
regionales basadas en pasados inventados, y en narcisismos egoístas, es
lo que se abandona al no ponerlo como punto primero, segundo, y tercero
de cualquier programa de izquierda.
Algo aparentemente tan sencillo,
como decir: Somos un demos común – el de los y las de abajo, el de
las clases populares- con intereses comunes desde Olot a Huelva, desde
Fuerteventura a Bilbao. Las aportaciones catalanas, vascas, gallegas,
andaluzas, etc, etc, enriquecen al conjunto, no lo dividen .(...)
¿Con qué programa común vamos a ir a luchar por la reforma radical de
la Constitución? ¿Cómo movilizaremos para luchar por la generalización
de los derechos sociales, cuando hablemos a la vez de confederalismo o
federalismo asimétrico?
¿Cuándo llamemos a luchar por la fiscalidad
progresiva, como enfrentaremos la propaganda de Andalucía primero, el
expolio a Cataluña, o los derechos históricos vascos? ¿Así nos vamos a
enfrentar a la patronal, al PP, a la Unión Europea? No nos enfrentaremos
porque seguramente no nos seguirá nadie. (...)
Hoy, además de llamar al dialogo y a la buena convivencia entre los y
las de abajo, hay que llamar a no aceptar el conflicto, falso y malo,
que los secesionistas quieren provocar. En Cataluña hay que hacerlo
denunciando el golpe institucional de los secesionistas y no
participando en la farsa electoral que organizan para el 1 de octubre.
En el resto de España, exigiendo al Gobierno de España que su obligación
de garantizar la legalidad en Cataluña, debe ejercerse con el respeto
estricto de los derechos y libertades que la Constitución y el Estatuto
garantizan. Derechos y libertades que ese Gobierno y el de Cataluña,
acostumbran a incumplir, de ahí la necesidad de estar vigilantes." ( Jesús Puente, miembro del Colectivo Juan de Mairena, Rebelión, 22/09/17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario