"Cataluña y España no son Escocia y el Reino Unido, por mucho que se
hayan emocionado en Barcelona la semana pasada al anunciar Nicola
Sturgeon que su gobierno regional va a pedir otro referéndum sobre la
secesión de Escocia a raíz de lo del Brexit.
Nótese el verbo «pedir»,
que significa, igual que la otra vez en 2014, que ella sola, por su
cuenta, no puede montar ninguna consulta de nada, y aquí hallamos el
punto central que a los forofos se les olvida cuando comparan los
procesos independentistas en Escocia y en Cataluña.
Allí, dicen los
independentistas catalanes, hay democracia y bondad, y aquí represión y
maldad. No. Allí hay unas formas constitucionales, unas leyes y normas, y
aquí hay otras. En cada país, existe un poder real y las constituciones
describen cómo se puede emplear, y por quién. (...)
Yo no digo nada sobre la legitimidad política—que no constitucional—de
la visión compartida del país de las maravillas con la que sueñan los
independentistas catalanes. Que cada uno fantasee con lo que quiera.
Está claro, sin embargo, que así no lo van a conseguir.
El Estado
español es algo muy real, aunque no solemos darnos cuenta más allá de
los aspectos que nos tocan en el día a día (la sanidad, los colegios, el
paro, los impuestos, etc.). Al Estado le corresponde casi todo el poder
"duro": Defensa, Justicia, Interior, economía, la moneda, Asuntos
Exteriores, infraestructuras del Estado, etc.
A las comunidades
autónomas, Cataluña incluida, les tocan los aspectos "blandos":
urbanismo, montes, agricultura, pesca, ferias, cultura, artesanía, etc.
En los artículos 148 y 149 de la Constitución tienen las listas
completas, que son ilustrativas desde esa perspectiva.
Por mucho que los
independentistas quieran sentarse a hablar de la Cuenca del Ebro, de la
red eléctrica o de las bases militares, si el Estado no envía a nadie a
las «negociaciones», Puigdemont y Junqueras estarán hablando con las
paredes. (...)
A finales de septiembre de 2014, antes del 9-N, el Tribunal
Constitucional anunció que la gran consulta no se podía celebrar y se
convocaron manifestaciones independentistas para las siete de la tarde.
Fue en teoría un momento digno de novela: el malvado tribunal español ha
dicho que no podemos votar, habrá que plantarse, llenamos las calles,
protestamos, etc.
En la Plaça de Sant Jaume, se congregaron varios
centenares de personas. Llovía, pero cantaron Els Segadors unas cuantas
veces bajo los paraguas. Si la memoria no me falla, había fútbol ese
día. Para las ocho, como muy tarde, la plaza estaba vacía.
Dibujar de
nuevo el mapa de la Península Ibérica después de 300 años y llevarse la
quinta parte del PIB o la cuarta parte de turismo del reino sería,
efectivamente, una revolución. Posible –son posibles– pero la historia
nos dice que no salen gratis." (Matthew Bennett , Vox Populi, 21/03/17)
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