"EL 6 DE OCTUBRE pasado se publicó en el suplemento en catalán de este
periódico una entrevista con Santi Vila, consejero de Cultura de la
Generalitat de Cataluña, que me imagino que la mayoría de ustedes no
leyó porque, que yo sepa, no se ha traducido al castellano.
Es una
lástima. Si la hubieran leído, habrían comprendido que muchas ideas que
campan por sus respetos en España sobre el independentismo catalán son
equivocadas. Ahora bien, no hay forma de resolver un problema cuando se
tiene una idea equivocada de él: es como intentar curar una úlcera
gastroduodenal con un tratamiento contra el catarro.
Si se quiere curar
una úlcera, lo primero es saber que se tiene una úlcera; lo segundo,
querer curarla. Hay razones para pensar que, en el caso del
independentismo catalán, no se da ninguna de las dos condiciones. Y que
por eso estamos como estamos. (...)
Por supuesto que en Cataluña aún hay gente apegada a una concepción
étnica, cultural y lingüística del independentismo; la ha habido desde
hace más de un siglo, y la seguirá habiendo. Lo nuevo, lo que ha
provocado la crisis actual, es que a los independentistas de siempre se
han sumado otros que no comparten esa anticuada visión de las cosas:
para ellos, la independencia no es una cuestión primordialmente
identitaria, sino económica y política.
Uno de estos independentistas de nuevo cuño es Santi Vila, quien
asegura que llegó al independentismo “a rastras”.
Es verdad que Vila es
un personaje singular: en el contexto de su partido (la antigua
Convergència), exhibe una insólita independencia de criterio, y por
momentos algunos pensaron en él para que sustituyera a Artur Mas y
tratara de evitar que ese político calamitoso se llevara por delante lo
que quedaba de su partido y de Cataluña; pero precisamente por eso las
opiniones de Vila son más significativas: él se atreve a decir lo que
muchos callan. Lo que dijo, por ejemplo, en la entrevista que mencionaba
al principio.
Allí declara: “Sería un error construir una cultura
propia. Defiendo el proceso soberanista sólo por razones políticas, de
reparto y de organización del poder. Hay una atrofia de organización y
reparto del poder del Estado que ha llevado a que Cataluña se sienta
incómoda. Hay un reparto económico y político injusto y distorsionado
que disloca.
Es evidente que la cultura catalana siempre será
españolísima, y espero –y esto es un deseo político– que cada vez sea
más mestiza, abierta y plural. No imagino ningún escenario político con
un posicionamiento monocolor en relación con la lengua, la historia, las
tradiciones”.
Y cuando le insisten sobre la cuestión de la lengua,
responde que el catalán necesita protección, pero las políticas
culturales del Gobierno no pueden ser monolingües. “El nuestro es un
país bilingüe”, zanja, taxativo.
Ahí lo tienen: ni sólo catalán, ni sardanas, ni mel i mató,
ni pan con tomate (ni siquiera el pobre Lluís Llach). Más claro,
imposible: el problema no es étnico ni cultural ni lingüístico; reducido
a lo esencial, podría formularse así: Barcelona quiere más poder y
Madrid no quiere dárselo.
Bien mirado, es un debate perfectamente
legítimo, que, si de verdad hay ganas de enderezar el tuerto, se puede y
se debe tener (y que es mucho más fácil que un debate imposible sobre
identidades). Todo lo demás es atacar un problema del siglo XXI con
antídotos no ya del siglo XX, sino del XIX. Todo lo demás es ornamento, flatus vocis y gesticulación. Todo lo demás es perder el tiempo." (Javier Cercas, El País, 04/12/16)
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