"El problema más grave que tiene el PSOE, sin contar el del liderazgo, es
su incapacidad para combinar un proyecto nacional con un programa
socialdemócrata. El pacto del PSE-EE con el PNV sin que los términos del
acuerdo fueran aprobados por la Gestora ni el Comité Federal es una
muestra no solo de la descomposición del PSOE, sino de dicha carencia. (...)
La decadencia del PSOE es una de las claves de la crisis de régimen
que vivimos. Hace décadas, el gran éxito de González fue unificar las
distintas “sensibilidades” socialistas en torno al poder para construir
una maquinaria electoral fuerte, donde el votante vinculaba unas siglas
con una idea. El gran error lo cometió cuando contrapuso la red de
barones territoriales a la estructura guerrista del partido entre 1997 y
2000, lo que dio más peso al discurso localista que al nacional.
Zapatero
dio una vuelta de tuerca al error: el proyecto socialista debía pasar
por defender la supuesta plurinacionalidad del Estado español, y dijo
aquello de “la nación, concepto discutido y discutible” (solo la
española, claro), y animó el catalanismo del PSC de Maragall. El PSOE
trató entonces de pergeñar un proyecto federal, imposible desde un punto
de vista constitucional y político, en un debate absurdo entre simetría
y asimetría.
Finalmente, llegaron a la “Declaración de Granada” en 2013
donde defienden pasar del Estado de las Autonomías a una Federación sin
aclarar el procedimiento ni el contenido competencial o conceptual. Es
más; Sánchez, al año siguiente dijo que el federalismo sería el
resultado del pacto. La nada con sifón.
El último equilibrio ha
sido la afirmación de Antonio Hernando, otrora sanchista, siempre
patriota de partido, sobre el reconocimiento de la “nación cultural”
vasca, pero no de la “nación política”. En realidad, es una idea que
está en el sustrato socialista desde la postrera, y a veces sobrevenida,
oposición al franquismo.
Los socialistas quisieron entonces conquistar
la hegemonía cultural sumando a su discurso las diatribas
independentistas y del regeneracionismo arcaico: la nación española era
opresora de otros sentimientos nacionales, la castellanización había
sido impuesta y empobrecedora, y lo progresista era escuchar la voluntad
de las “nacionalidades”.
El PSOE asumió el relato victimista de los nacionalistas, y se hizo así
con un buen aliado en ayuntamientos y autonomías para alcanzar y
conservar el poder. De esta manera funcionaron en Cataluña con el
tripartito de Maragall, y también en el País Vasco.
El PSE de Txiqui
Benegas ganó las elecciones de 1986, y acordó un gobierno con el PNV y
Eusko Alkartasuna –una facción nacionalista liderada por Carlos
Garaikoetxea-. A pesar de la victoria, los socialistas dieron la
presidencia al peneuvista José Antonio Ardanza a cambio de consejerías
secundarias con presupuestos tutelados, como ahora Idoia Mendía. (...)
Pero no se confundan: la izquierda no ha traicionado a la nación,
sino que la idea de España es para ellos un complemento sustituible del
discurso político –véase la foto de Pedro Sánchez con la bandera
española, y recuérdese su posterior querencia a los independentistas-, y
un elemento moldeable de la estrategia para conseguir el poder.
Esa
mezcla de oportunismo y tacticismo le ha llevado a perder lo único que
le daba identidad: el ser un proyecto nacional, global, o general, con
un programa socialista.
Al desprenderse de su idea nacional solo les queda competir por ser más nacionalistas que los independentistas (...)" (Jorge Vilches, 24/11/16)
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