"(...) Pregunta. Algunos políticos y asociaciones de
víctimas temen que la historia que se escriba sobre el terrorismo etarra
sea la de un conflicto político contra un Estado opresor. ¿Lo cree
posible?
Respuesta. Creo que no es posible una falsificación
tan burda de lo ocurrido. En El Escorial hablé de la necesidad de una
historización plena de ETA desde la insobornabilidad académica que ya
está en marcha. Se han publicado muchas cosas excelentes sobre ETA que
van a permanecer.
Historizar ETA plantea cuestiones empíricas de las que
conocemos muchísimo como acontecimientos, liderazgo, fases,
estrategias, divisiones y la respuesta del Estado. Todo acontecimiento
duro lleva a interpretaciones distintas, pero con el tiempo tendrán un
mínimo fundamento conceptual.
P. ¿Cuál puede ser ese mínimo?
R. Puede haber un acuerdo amplio en que ETA ha
constituido el mayor problema de la Transición y que en ella hay una
anteposición de la idea de liberación nacional a los derechos del
individuo, al diálogo y a los valores de solidaridad. ETA y su entorno
se han impregnado de unas deficiencias morales que deben ser objeto de
reflexión y rectificación.
También se puede acordar que ETA no fue tanto
una respuesta a la dictadura como una redefinición del nacionalismo
como movimiento de liberación nacional en boga con la descolonización de
los años sesenta.
E incluso como reacción generacional del nacionalismo
ante la amenaza del desarrollismo a la identidad vasca y su rechazo a
que la autonomía fuera la respuesta adecuada al problema vasco. Aunque
requiere más sutileza, podría haber acuerdo en la respuesta del Estado,
sus errores, la guerra sucia o las negociaciones. (...)
P. ¿Por qué cree que ETA continuó tras la democracia?
R. Fue ajena a la naturaleza del Estado español y no
aceptó la autonomía. En ETA se produce una militarización y
desideologización progresivas que contrasta con los debates de los 60 y
70.
P. ¿Cuáles son las claves de su final?
R. El agotamiento de la sociedad vasca, con su
creciente movilización desde el asesinato de Miguel Angel Blanco en
1997. Hay un nuevo liderazgo en la izquierda abertzale que percibe ese
cambio y una creciente preocupación sobre la vía violenta extendida a
una parte de ETA, además de sus problemas de reclutamiento, tras los
éxitos policiales. Además, el 11-S ridiculiza al terrorismo local de ETA
y crece la presión internacional que crea las condiciones para un final
negociado.
P. ¿Quién va a hacer el relato?
R. Los historiadores aspiramos a entender los hechos
y no dejamos que se manipulen políticamente. Es verdad que los
nacionalismos usan la historia como forma de legitimación de sus
aspiraciones nacionalistas. Sin embargo, la historiografía vasca se ha
mantenido con una independencia y una calidad extraordinarias, lo que no
puede decirse de algún otro territorio español.
El buen camino está en
el análisis académico, frío, exigente. La polémica política no aspira a
entender las cosas. La historia la escriben los historiadores. Los
vencedores escriben propaganda. (...)
Existen estudios sobre la incomodidad de los jóvenes ante los
intentos de definirlos por su identidad. Ha desaparecido esa presión y
la realidad sociológica diaria está menos marcada por la identidad.
P. ¿Cree que esos cambios son definitivos?
R. El fin de ETA ha sido unilateral. No ha tenido
una derrota total, que es lo que fuerza a la reflexión en profundidad,
pero se le parece bastante porque si ha habido sin duda una derrota
moral e ideológica de lo que significaron. No obstante, sería prudente. (...)
P. Usted constata una moderación en Urkullu y el PNV. ¿Ha venido para quedarse o es un movimiento táctico?
R. Vista la enorme complejidad, diversidad,
prosperidad, composición demográfica y los problemas que preocupan a los
vascos (empleo, desigualdad, medio ambiente), me resulta muy difícil
creer que se vuelva a formas identitarias de la realidad. Vamos a otro
universo de referencias abiertas sin renunciar a formas simbólicas de
identidad propia de los partidos nacionalistas.
P. El nacionalismo no está de moda. Recientemente,
Vargas Llosa dijo que “es la forma más perversa de populismo y entraña
violencia potencial”. ¿Es posible un nacionalismo democrático?
R. El historiador debe huir de las generalizaciones,
decía el historiador británico Naimer. Todos las hacemos, pero
históricamente son falsas. Y añadía que la obligación de la historia
honesta es deshacer la historia deshonesta." (Entrevista a Juan Pablo Fusi, El País, 20/07/16)
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