"El miércoles 3 de agosto coincidí en la
tertulia de El Món a Rac1 con Marta Pascal, flamante coordinadora del
Partit Demòcrata Català (PDC).
Mantuve con ella un intercambio de
impresiones que creo que vale la pena reproducir tal cual, pues pone de
manifiesto hasta qué punto los independentistas tienen interiorizada la
ominosa doctrina decisionista de Carl Schmitt, que supone la destrucción
de la Constitución y del Estado de Derecho y la sustitución de la
institucionalidad deliberativa por la democracia aclamativa de las
muchedumbres en plazas y calles.
A cuento de la polémica sobre el fallido
intento del PDC de obtener grupo propio en el Congreso, Pascal traía a
colación unas supuestas palabras del diputado del PP Pablo Casado, que
habría exigido a los nacionalistas que se retractasen de su voto en el
Parlament a favor de la desconexión unilateral con la legalidad
española. Pascal acusaba a Casado y, de paso, al Tribunal Constitucional
(TC) de tratar de impedir el debate en el Parlament y en la calle, a lo
que yo repuse:
-Lo que se está intentando impedir por el
TC es que ustedes tomen decisiones más allá de las competencias que
tiene el Parlament, que vulneren la legalidad, no solo la Constitución
sino también el Estatuto de Autonomía, y que tomen decisiones como si
tuvieran la mayoría que no tienen para tirar adelante su proyecto
político.
-Nosotros estamos situados en un clamor
(sic), que nos dice la gente: “Escuchad, dad salida política a un nuevo
Estado para Cataluña”, y nosotros a través del Parlament y de las
instituciones y haciendo caso absoluto a la voluntad de la gente -con el
47,8% de los votos, conviene recordarlo- le estamos dando viabilidad.
Y
yo no quiero formar parte de un Estado que a sus parlamentarios no les
deja hacer el debate ni les deja tomar decisiones en base a una mayoría
parlamentaria que existe, porque la mayoría parlamentaria de 72
diputados sale de la gente el 27 de septiembre (2015).
-Esa mayoría que no les permite ni
siquiera hacer una ley electoral catalana -la mayoría cualificada que
establece el Estatut para la toma de decisiones de especial
trascendencia es de 90 diputados-, ¿me está diciendo que les permite
tirar adelante un proceso de desconexión con la legalidad española e
internacional? No me parece demasiado coherente.
-Usted, que conoce los sistemas
parlamentarios, sabe que si tienes la mayoría absoluta puedes tirar
adelante determinadas leyes… ¿Estamos de acuerdo o no?
-Determinadas leyes, según sus competencias. Exactamente.
-Pues están las leyes de mayoría cualificada, por ejemplo, vale, el caso de la ley electoral…
-¡Ah, la independencia no necesita una mayoría cualificada…! Yo pensaba que era una decisión de especial trascendencia.
-La independencia lo que necesita es que
la mayoría esté situada en las calles y las plazas (sic), y lo que usted
me demuestra es que se pasea poco por las calles y plazas de este país.
Escuchando de nuevo la tertulia, me doy
cuenta de que tienen razón quienes me acusan de hablar demasiado. Está
claro que debería hablar menos y dejar que los políticos y tertulianos
independentistas con los que coincido diariamente se despachen a gusto,
pues su discurso de un tirón, sin interrupciones, resulta demoledor para
su propia causa.
El discurso de Pascal, por ejemplo, es fiel trasunto
del deterioro que de un tiempo a esta parte viene sufriendo el debate
público en Cataluña. Le digo que no tienen mayoría suficiente para hacer
lo que están haciendo y ella me recrimina que pasee poco. Alucinante.
Si no fuera porque es dramático, resultaría hasta divertido. En todo
caso, señora Pascal, le aseguro que pasearía hasta la extenuación
siempre que nuestros gobernantes se comprometieran, a cambio, a respetar
la Constitución, el Estatuto de Autonomía y las resoluciones del TC,
que son las bases de nuestro Estado democrático de Derecho y la garantía
de nuestros derechos y libertades fundamentales como ciudadanos.
Por cierto, en la misma tertulia el periodista Vicent Sanchís me
recriminó mi propensión a defender la Constitución en los debates en los
que participo, tildándome de “pesado” por decir “siempre lo mismo”.
En
otras muchas ocasiones me he encontrado en debates con políticos y
comentaristas reconviniéndome ora con paternalismo, ora con indignación
por mi defensa de la Constitución como si, en lugar de defender el
cumplimiento de la ley, estuviera defendiendo el tráfico de drogas, la
trata de blancas o, en cualquier caso, algo muy grave.
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