"No era la primera vez en los últimos tiempos que Artur Mas se
desmadraba, pero cuando el otro día leí sus palabras hablando como si
fuera un jefe indio y comparando Cataluña con una reserva sioux, sentí
una mezcla entre vergüenza ajena e indignación. Hace tiempo que Mas no
está a la altura de su posición institucional, pero esto ya pasa de
castaño oscuro.(...)
Por supuesto, tampoco es la primera vez que un nacionalista compara
impunemente la situación de Cataluña con la de una colonia o con la de
una reserva india. De hecho, se trata de un lugar común en nuestro
debate público.
Yo aguanto a diario esa clase de comparaciones
ulcerantes en tertulias de radio y televisión, proferidas con toda
naturalidad por mis contertulios, algunos de ellos indígenas, otros
criollos y otros directamente colonos arrepentidos, por utilizar su
repugnante lenguaje. Pero una cosa es que lo hagan tertulianos y
políticos de medio pelo, y otra muy distinta es que lo haga todo un
presidente de la Generalitat.
Cuando Mas llama “grandes jefes” a Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y
Pablo Iglesias que vienen aquí, a la “reserva catalana” (sic) “a
decirnos lo que nos conviene”, no solo les está llamando a ellos
colonizadores sino que nos está llamando colonos, y por tanto habitantes
ilegítimos de Cataluña, a los potenciales votantes de esos partidos.
Sus palabras denotan hasta qué punto se ha echado al monte y lo poco que
le importa ya la convivencia entre los catalanes, y entre estos y el
resto de los españoles.
Rajoy, Sánchez e Iglesias tienen el mismo derecho que Mas a dirigirse a
la sociedad catalana. Pero Mas solo quiere precipitar la ruptura, y qué
mejor manera de hacerlo que dividiendo a los catalanes entre colonos,
que apoyan a los “grandes jefes” de la metrópoli, y aborígenes, que
lógicamente apoyan al libertador del siglo XXI, Artur Mas i Gavarró.
Ese
es el primer paso para que una vez proclamada la independencia se
inicie el correspondiente proceso de descolonización. Quiero pensar que
Mas no es consciente de hasta qué punto pueden llegar a resultar
ofensivas sus palabras para cientos de miles de catalanes que ni se
consideran colonos ni tienen la sensación de vivir en una reserva india,
salvo cuando ven a alguno de sus gobernantes hacer el indio como lo ha
hecho Mas.
El proceso de descolonización asoma cuando los líderes
independentistas invitan a los bancos catalanes a marcharse de Cataluña
en caso de independencia; cuando la CUP propone “replantear” la
continuidad de funcionarios del Estado español en Barcelona; o cuando el
Gobierno presidido por Mas pone en marcha a través del juez Santiago
Vidal un proceso de reclutamiento de jueces para cubrir las plazas que
queden vacantes en una hipotética Cataluña independiente.
Al parecer, la
Generalitat estima que unos 250 jueces de los 800 con destino
actualmente en Cataluña se irían de aquí en caso de secesión. Déu n’hi
do! En este irregular proceso para acceder a la judicatura del Estado
catalán los candidatos no tendrían por qué ser jueces de carrera, ni
siquiera por el tercer turno como el propio Vidal: basta con ser
abogado. Entre esto y la diplomacia en manos de Albinyana… ¡Dios salve a
Cataluña!
¡Que se vayan los bancos! ¡Que se vayan los jueces! ¡Que se vayan los
empresarios desafectos!, claman Mas, Junqueras, Romeva, Forcadell,
Fernández el de la chancla y compañía, autoerigidos en propietarios de
Cataluña. Ellos determinan quiénes son los adversarios del pueblo de
Cataluña; quiénes forman parte del pueblo catalán y quiénes no;
replantean a su sabor la continuidad de funcionarios en Barcelona y
proponen cortes de mangas colectivos a los “grandes jefes de Madrid”.
Todo con una sonrisa democrática.
Poco les interesa a los nacionalistas la importancia de esas
entidades bancarias para la economía catalana. Tanto les da que esos
funcionarios del Estado español cuya presencia pretenden “replantear”
tengan aquí su familia, sus amigos, su vida. Sé de alguno que, aun
siendo madrileño, en cuanto pudo elegir destino no dudó en pedir
Barcelona porque siempre fue un enamorado de Cataluña.
De eso hace ya 35
años. Su tercer hijo nació aquí, también sus nietos. Son catalanes y no
quieren dejar de ser españoles. Pero no por el abyecto interés de
mantener la nacionalidad española para preservar la ciudadanía europea,
sino porque se sienten parte de esa realidad humana, política y social y
no quieren dejar en la estacada al resto de los españoles en la
prosecución de ese proyecto sugestivo de vida en común llamado España.
Nadie tiene derecho a dejarlos fuera. Conviene tenerlo muy presente
mañana. Nos jugamos mucho. La convivencia entre catalanes y la concordia
con el resto de los españoles, ni más ni menos." (Nacho Martín, 26/09/15)
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