"(...) El choque que puso el catalanismo político en marcha, que lo llevó de
los Juegos Florales a las batallas electorales, fue el Desastre de
1898, la pérdida de las últimas colonias, que habían constituido un
provechoso mercado cautivo para los empresarios textiles.
La consumación
de la independencia de Cuba y Filipinas con la firma del Tratado de
París fue como la firma del acta de divorcio de Cataluña con Madrid.
La
falta de respeto por la verdad histórica ha llevado a los historiadores
nacionalistas a hablar del fracaso del colonialismo español, sin
reconocer que los primeros paladines del colonialismo español estaban en
el mundo empresarial de Barcelona; y que la superioridad económica y
cultural de Cataluña (ésta algo discutible) se debía en gran parte a la
política proteccionista de Madrid, que obligaba a los españoles a
comprar los caros tejidos catalanes con grave quebranto de sus
bolsillos.
Los éxitos del catalanismo fueron emulados en otras regiones,
y esta floración de nacionalismos autonomistas hizo eclosión en la
Segunda República, con la aprobación del Estatut d’Autonomia catalán en
1932 y con la de los Estatutos vasco y gallego ya empezada la Guerra
Civil.
El nacionalismo catalán realmente se desmandó durante la
República y la guerra. Dos veces declaró la independencia durante la
República (1931 y 1934) y una nada más comenzada la contienda. Ello dio
lugar a la lamentable Guerra Civil en la primavera de 1937 en Barcelona,
donde comunistas y anarquistas combatieron por las calles y el esfuerzo
bélico de la República se vio gravemente mermado, para regocijo del
bando franquista.
Orwell lo cuenta en su Homenaje a Cataluña y Azaña
refleja en sus memorias la amargura y el desencanto que le produjo tan
vergonzosa reyerta, que él vio muy de cerca pues estaba en Barcelona en
esos días y era un espectador de excepción por ser entonces presidente
de la República y haber sido el gran y decisivo defensor del Estatut en
las Cortes de 1932.
EL NACIONALISMO catalanista renació durante la Transición, con Jordi
Pujol como director de orquesta. Fue dando pasitos breves y cautelosos,
tanteando la situación y la actitud de los partidos nacionales (que hoy
llamamos constitucionales porque parece que la palabra «nacional» sólo
pertenece ahora a las regiones con ínfulas).
Pronto comprobó que estos
eran meros tigres de papel (de papel timbrado judicial, sobre todo), en
especial a partir del citado affaire de Banca Catalana. Ante el
derrumbamiento de la legalidad en Cataluña se produjo una carrera en
pelo por demostrar quién era más nacionalista y separatista, siendo así
que la política española lo premiaba con la inmunidad y la catalana con
cargos y prebendas.
Esta última oleada de separatismo nacionalista obedece a razones
económicas, pero de otro tipo que antes de la Guerra Civil. Hoy Cataluña
sigue siendo la región más rica en términos globales, pero no en
términos por habitante. Por delante están Madrid, el País Vasco y
Navarra, y muy próximas Aragón, las Islas Baleares, y la Rioja.
La
convergencia ha cerrado la enorme distancia de hace un siglo. Hoy los
nacionalistas, la casta política catalana, aspiran al poder absoluto en
Cataluña, a convertirla en su finca sin interferencias de Madrid. Ése es
el aspecto económico del nacionalismo catalán actual.
Ése y el lograr
que el Estado español les financie para amansarlos un poco. No es la
superioridad económica lo que persiste hoy, sino el descarnado interés
económico. Y también persiste la memoria de un pasado mítico, que los
nacionalistas mantienen viva con Diadas y desfiles a lo Nüremberg. (...)" (Gabriel Tortella, El Mundo, 21/09/16)
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