"La independencia no es posible. No hay interés de las grandes
potencias, ni mecanismo internacional que invocar (como nos recordó Ban
Ki Mun). La comunidad internacional no apoyará nunca una secesión en
Occidente que podría consolidar una nueva tendencia amenazante para la
gobernanza mundial.
Tampoco interesa facilitar la ruptura al 90% de los
españoles; aquel gobierno que la permitiera sería poco democrático. Y,
por último, hoy sabemos que no sólo no hay mayoría abrumadora (para
crear un nuevo país se necesita obviamente un gran soporte), sino que no
se llega ni al 48% de los votos ni al 37% del censo.
Pensar que España
–un país que ha superado décadas de terrorismo atroz– va a dejar sin
cobertura a más de la mitad de los catalanes no es realista. Por ello,
es importante trasladarle a la población, como hizo recientemente el
lehendakari Urkullu, que este es un proyecto imposible.
En cambio, de seguir así sí parece que podemos ir a otro escenario:
movilizaciones ciudadanas, ruptura de lazos afectivos, soflamas
continuas, afrentas, pleitos y grandes fechas históricas que se sucedan
mes tras mes.
Un escenario de ingobernabilidad y desobediencia de leyes
en el que los políticos serán los grandes protagonistas, mientras se
desgarran las familias, las escuelas y los amigos, el talento y la
inversión miran hacia lugares más tranquilos, y las familias,
especialmente las más débiles, se empobrecen gradualmente.
Este no es un “discurso del miedo”, es un discurso del “mucho miedo”
ante un supuesto posible que cualquier persona razonable debería prever.
¿Alguien cree que se está dando una imagen de estabilidad y sentido
común al mundo? ¿Conseguiríamos hoy unos Juegos Olímpicos o la sede de
una editorial líder en español, por poner claros ejemplos?
Catalunya ha casi triplicado su PIB per cápita desde 1978. Su sanidad es
una de las mejores del mundo pese a los recortes (como la del resto de
España). Las calles están cuidadas y se puede andar por ellas con
seguridad. Catalunya tiene sus cuatro capitales unidas por el AVE, un
caso único.
Uno de los mejores aeropuertos que puedo recordar. Dos
puertos internacionales de primera clase. Educación gratuita. Y así un
largo etcétera que se ha mantenido, milagrosamente más bien que mal,
pese a una crisis global. Los catalanes que viajamos, si somos sinceros,
debemos reconocer que para ser la cuna de un pueblo esquilmado y
sometido, no hay muchos sitios (de capacidades similares) tan ordenados e
impolutos como nuestro próspero territorio. (...)
Mientras ganamos fama internacional gracias a grandes manifestaciones
y llamadas a la insurrección, tecnologías disruptivas de todo tipo
están eclosionando y van a cambiar el mundo en pocos años, con nuevos
retos y grandes oportunidades. Una región con tanto potencial no debería
perder enfoque en un proyecto político imposible que puede hacernos
descarrilar del tren del progreso.
Por otro lado, muchos de los males seculares de España se encuentran
también aquí y, por mucho que corra, dudo que Catalunya pueda escaparse
de sí misma: corrupción, poca meritocracia, monitoreo asfixiante de la
sociedad civil, falta de mecanismos de control político, dejación de los
deberes de rigor fiscal (que consiste en gastar lo que se tiene y no lo
que uno considera que debería tener) y sobre todo inexistencia de lo
que llaman los anglosajones accountability, es decir, dar cuenta
constantemente del dinero que se administra frente a los contribuyentes.
¿Puede alguien negar que todas esas lacras también existen, y bien
asentadas, en Catalunya? ¿Quién puede pensar que desaparecerán con más y
no con menos lío? (...)
Muchos pueden pensar que estas razones y un desencuentro de años con
el Estado son suficientes para crear un nuevo Estado, pero dudo que
alguien piense que lo son para avalar el riesgo real: el de una bronca
monumental durante años.
Y otras cosas todavía más importantes, como el
desempleo, la desigualdad o la merma de las pensiones no parecen que se
vayan a arreglar, sino más bien a empeorar, en una Catalunya no
independiente (que no será), sino ingobernable y perdida en su
laberinto.
En definitiva, en este ambiente tan exaltado, los catalanes podemos
perder lo ganado durante treinta años en democracia. La historia enseña
que la prosperidad y la concordia de los pueblos no es inmutable. Por
ello, debemos reivindicar pragmatismo a nuestros gobernantes y
obligarles a que lleguen a soluciones pactadas sin necesidad de
incendiar calles y estadios.
Que se expliquen riesgos y límites a la población. Que se dialogue
hasta la extenuación. Que se deje de mirar lo que pasó hace 300 años,
para pensar sólo en la gente de hoy, en las familias y en su bienestar,
en crear puestos de trabajo y ayudar a los más humildes. En atraer
empresas, talento y riqueza. (...)" (¿Adónde vas, Catalunya?, de Jaime Malet Perdigó en La Vanguardia, en Caffe Reggio, 13/11/15)
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