"(...) Lo más preocupante de la situación creada es la ausencia de la
correspondiente respuesta de la sociedad. ¿Podemos imaginar que el
presidente de un länd alemán anunciara que proclamará la
independencia, o el presidente de una región francesa?
Sabemos que ese
presidente no podría mantenerse en el puesto mas allá de 24 o 48 horas.
¿Cuál es la respuesta que se da en España a una violación extrema de los
preceptos constitucionales por quien ha jurado cumplirlos y hacerlos
cumplir? (...)
La responsabilidad del proceso de desnaturalización de la democracia
recae, claro está, en los nacionalistas y sus adláteres, pero la
izquierda tiene también su responsabilidad, pues no se ha atrevido a
parar un programa que representa el viejo proyecto de la burguesía
catalana, lo que hubiera hecho aún más evidente la ilegitimidad del
proyecto. Sobrecoge observar cómo los sindicatos bailan el agua a Artur
Mas y sus monjas coadyuvantes. ¡Cuántos siglos marcha atrás!
En el
conjunto de España, la respuesta más repetida es la de advertir de la
posible reacción de las autoridades nacionales. ¡Cuidado con la reacción
que pueda tener el Gobierno de España! ¡No vaya a deslizarse por un
frentismo indeseado! Es decir, que estamos ante el anuncio de un
verdadero golpe de Estado que desgajaría a una parte de la nación, y
nuestros políticos e intelectuales están preocupados porque el Gobierno
pueda reaccionar a un acto de secesión.
Mi inquietud es la contraria, la que se deriva de la falta de respuesta del Gobierno. (...)
Ya sabe usted, los pusilánimes advierten de que no se vaya a aplicar
el artículo 155 de la Constitución, pues eso les parece poco
democrático. Asustados porque se puede aplicar un artículo de la
Constitución que fue aprobado por unanimidad cuando se debatió en la
Comisión Constitucional. Pues ahora, para algunos parece ser una norma
represiva de un régimen no democrático.
He llegado a leer, con firma de
catedrático, que ese artículo fue incluido para que no se aplicara.
Incluso el máximo representante del tribunal que garantiza la
constitucionalidad de todos los actos declaró que “no le gustaría que se
aplicara el artículo 155”. Como si la cosa fuera cuestión de gustos. Si
una autoridad, máximo representante del Estado en la Comunidad
Autónoma, viola la Constitución, la respuesta ¿es cuestión de gustos?
El
artículo 155 se incorporó al proyecto de Constitución como una
traducción casi literal de un precepto de la Constitución de la
República Federal alemana; se trata de una cautela típica del modelo de
Estado federal, para cuya aplicación se exige, tras la decisión del
Gobierno, la aprobación por mayoría absoluta del Senado, la Cámara de
representación territorial.
Según el denostado artículo 155, no se
puede suspender la autonomía de una comunidad (en Reino Unido), no se
puede disolver un Parlamento autonómico (en Austria), ni destituir al
Gobierno de la comunidad autónoma (en Italia). Lo que permite la
aplicación del artículo 155 es una cautela legal que no justifica
ninguno de los miedos que algunos declaran. ¿Qué dice el texto?
“Si
una comunidad autónoma no cumpliere las obligaciones que la
Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente
gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo
requerimiento al presidente de la comunidad autónoma y, en el caso de no
ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá
adoptar las medidas necesarias para obligar a aquella al cumplimiento
forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado
interés general.
Para la ejecución de las medidas previstas en el
apartado anterior, el Gobierno podrá dar instrucciones a todas las
autoridades de las comunidades autónomas”.
Una disposición sensata, garantizadora del cumplimiento de las leyes.
Frente
a esta normativa constitucional, las autoridades de la comunidad vienen
practicando una suerte de golpe de estado a cámara lenta, con la
complacencia de los partidos políticos, los medios de comunicación, los
sindicatos y la patronal y hasta de alguna entidad deportiva. Un
verdadero monumento a la cobardía.
Su protagonista, el presidente
de la Generalitat, evita así rendir cuenta de su pésima gestión como
gobernante. En una época marcada por la crisis económica que ha agravado
la pobreza de muchos y ha dificultado la vida de muchos más, el
dirigente nacionalista, rota la leyenda con el caso Pujol,
embargadas todas las sedes de su partido por la corrupción, da un salto
en el vacío con la imperdonable consecuencia de lanzar por el precipicio
a todo el pueblo catalán. Huir hacia adelante es la más execrable forma
de cobardía." (Alfonso Guerra, Tiempo de hoy, 01/09/2015)
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