"El sábado de la pasada semana, 25 de julio, festividad de Santiago el
Apóstol, se cumplió un año del escrito de Jordi Pujol comunicando a la
opinión pública que su esposa, Marta Ferrusola, y sus hijos, tenían
depositada una importante cantidad de dinero desde 1980 en bancos
extranjeros debido a un legado, otorgado al margen del testamento,
donado por su padre Florencio Pujol, fallecido aquel año. (...)
En su escrito, Pujol no aportó prueba alguna, quizás pensó que bastaría la confianza en su palabra de honor.
Naturalmente, nadie le creyó, ni siquiera su hermana y su cuñado, y
desde entonces no se ha averiguado con certeza mucho más pero la
comparecencia de toda la familia Pujol y otros posibles implicados ante
la comisión parlamentaria creada al efecto ha generalizado la convicción
de que los fondos descubiertos en Andorra no está ligados al presunto
legado originario sino a los negocios que parte de la familia ha llevado
a cabo durante los últimos veinticinco años por su capacidad de
influencia en la Administración de la Generalitat.
En realidad, la confesión de Pujol era la guinda que faltaba a una
situación ya límite, basada no sólo en los insistentes rumores que
circulaban sobre algunos hijos desde hacía muchos años, sino también,
entre otros, por el caso Palau de la Música, un famoso
escándalo, parcialmente probado por confesión de parte, que afecta
directamente al partido de Pujol y es el motivo de que su sede esté
embargada cautelarmente por el juez encargado del caso. Por tanto, el
chaparrón que supuso la insólita confesión de Pujol caía sobre suelo
mojado.
Por estas razones, y también por no aportar prueba alguna, nadie le
creyó y su partido, también sus más cercanos colaboradores, de forma
bastante cínica y desleal, se desmarcaron de su antiguo máximo líder, le
dejaron solo y abandonado, le desposeyeron de sus cargos honoríficos y
le obligaron a abandonar las prebendas inherentes a su situación de
antiguo presidente de la Generalitat. De serlo todo pasó a no ser nada.
Así es la vida, todavía más la política; así son también, a veces, los
amigos, o los que considerabas amigos. (...)
Es evidente que en los negocios que se hacen al amparo del tráfico de
influencias siempre hay dos partes: el que influye y el que se deja
influir. Este segundo forma parte del Gobierno o de la Administración
Pública, puede ser un cargo político de primer rango (por ejemplo,
ministro, consejero, director general) o un funcionario o asimilado,
cargo de libre designación o interino.
Un caso de corrupción siempre
necesita la indispensable colaboración de aquel que calla y obedece, no a
la ley, como es su deber, sino a una persona con poder —fáctico o
legal— que en todo caso le manda hacer aquello que la ley no permite.
Prevaricación se denomina a este delito.
Pero no sólo son imprescindibles los corruptos de la Administración
sino también la parte de la sociedad que se beneficia de esta
corrupción, aquella otra que aguarda su turno para beneficiarse y, por
último, la que no la denuncia para no enemistarse con el poder y evitar
represalias. Hay todo un mundo de empresarios, ejecutivos, profesionales
liberales, miembros de sindicatos y patronales, que constantemente
obtienen favores del poder a cambio de no denunciar sus tropelías.
Estos
son también responsables de la corrupción. Finalmente, están aquellos
medios de comunicación que no pueden indisponerse con quien les
subvenciona, ayuda, concede permisos a emisoras de radio y televisión,
reparte arbitrariamente la publicidad institucional e, incluso, compra
cada día miles de ejemplares de periódicos.
Pujol y familia no estaban solos." (
Francesc de Carreras , El País,
Barcelona
29 JUL 2015)
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