28/7/15

En Estados Unidos las diferencias entre estados acaban siendo considerables y las balanzas fiscales para los ricos, mucho peores que para Cataluña o Madrid

"Los nacionalistas catalanes a menudo critican las propuestas federalistas debido a su carácter homogeneizador. Si todos los estados dentro de un país tienen las mismas competencias, dicen, eso se traducirá en una serie de instituciones uniformes que no respetan las diferencias entre regiones y sus preferencias políticas.

Estos días andaba mirando datos presupuestarios en Estados Unidos, comparando la carga fiscal de Connecticut con otros lugares del país (para los curiosos, este es el motivo). Estados Unidos es una federación completamente simétrica: la escueta constitución no da ningún trato o nivel competencial especial a ningún territorio.

 Eso no impide, sin embargo, que cada estado tome decisiones completamente distintas sobre sus niveles de gasto público, haciendo que veamos gráficos como este:


Los datos están sacados de la oficina del censo, y cubren gasto estatal y municipal, ya que muchos servicios públicos (educación, bomberos, policía) son prestados a nivel local bajo regulación estatal. Los datos del PIB vienen del BEA; he excluido Alaska por los ingresos derivados del petróleo.

Las diferencias entre los estados que más recaudan (Vermont) y los que menos (Texas) en porcentaje del PIB son enormes, casi 2 a 1. Los votantes de Vermont (el estado más izquierdoso del país bajo muchas métricas) han decidido dar sanidad a más gente, gastar más dinero en colegios y básicamente hacer del estado un lugar con más servicios públicos. Texas es Texas; si eres pobre y estás enfermo, buena suerte.

Las cifras, sin embargo, pueden dar una idea un poco extraña sobre qué estados son más progresistas, ya que las diferencias de renta entre Connecticut y Mississipi son realmente enormes (2 a 1, según como se midan).

Otros estados, Como Delaware, tienen PIBs absolutamente enormes ya que son la sede de muchísimas compañías (Delaware, el lugar más barato para abrir una empresa) o albergan medio gobierno federal (Virginia). Para ver las diferencias entre estados hay otra métrica, midiendo el nivel fiscal como porcentaje de la renta personal media:

 

Dakota del Norte y Wyoming, como Alaska, son estados extractores de recursos naturales (petróleo, gas), así que el gráfico de nuevo tiene sus inconvenientes, pero la escala de preferencias políticas es bastante obvia, así como las diferencias. Oregon, Vermont o Minnesota son progresistas propensos al gasto; New Hampshire es el cuñado de derechas de Nueva Inglaterra. 

De nuevo, algunos estados pobres tienen una presión fiscal considerable, ya que el nivel de renta de sus ciudadanos es más limitado (esto a menudo lo compensan teniendo sistemas fiscales horrendamente regresivos, por cierto); podríamos controlar por riqueza, pero basta para darse una idea.

Lo importante, en todo caso, no son tanto los detalles particulares de Estados Unidos, sino cómo un sistema federal simétrico puede albergar comunidades políticas con preferencias completamente distintas sin requerir excepciones o regímenes especiales.

 La clave es permitir que cada unidad tenga libertad para escoger su nivel de ingresos y gasto (que deben ser el mismo, ya que están obligadas a tener déficit cero) y tenga las herramientas para recaudar cómo y cuánto quieren para pagar por esos servicios.

 El gobierno federal se ocupa de aquellos programas que deben ser nacionales por necesidades técnicas (seguro de depósitos bancarios, parte de las prestaciones de desempleo durante recesiones, pensiones) o porque así lo decide el Congreso (Medicare, ACA). En materias en que el gobierno central quiere establecer un mínimo de servicios estatales, Washington debe pagar ese tramo de los servicios (Medicaid, por ejemplo).

Las diferencias entre estados acaban siendo considerables (y las balanzas fiscales para los estados ricos, por cierto, mucho peores que para Cataluña o Madrid), pero nadie parece exclamarse demasiado. El federalismo, cuando funciona, genera esta clase de disparidades, porque eso es lo que quieren los votantes. 

Los políticos del centro no deberían preocuparse por el hecho que los habitantes de una región quizás quieren más impuestos y servicios, y los de la periferia no deberían tener miedo que el tener la misma capacidad de decisión que el resto represente la muerte de las diferencias.

En los gráficos de arriba, por cierto, se ve que Connecticut está lejos de ser un infierno impositivo socialista. Es un estado riquísimo, así que puede pagar muchos servicios con impuestos relativamente bajos. Lo hace, por cierto, de forma espectacularmente regresiva, gravando a las familias de rentas bajas y al trabajo muy por encima que a los ricos y las empresas. Pero eso es otra historia que deberá ser contada en otra ocasión. "        (Politikon, 20 jul, 2015 - )

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