"(...) Si miramos las últimas citas electorales en la que los ciudadanos de
Cataluña hemos sido llamados a ejercer nuestro “derecho a decidir”
individual, es decir, a votar, encontraremos que lo más destacable es
nuestra desafección. (...)
La
primera constatación es la altísima abstención. Sobre todo en las
elecciones autonómicas, la abstención es siempre superior al 40%;
únicamente se rompe ese techo en 2012 con un incremento de votos que
reduce la abstención hasta el 32,24%.
Este incremento de la
participación respecto a las autonómicas de 2010 represento una subida
del 14,16% entre el independentismo, el 9,72% entre los soberanistas y
el 51,39% entre los no soberanistas; en conjunto “No independentistas”
tuvo un incremento del 25,54%. Podemos inferir que el aumento de la
participación beneficia a las posiciones “N.S.” en mayor grado y al
conjunto “N.I.” en segundo lugar.
Los absentismos más bajos se
dan siempre en las elecciones generales. Si en las del año 2011 el
absentismo se situó en un 34,66%, en las del 2008 bajó hasta el 29,70%
También
se puede concluir que el No Independentismo se manifiesta claramente en
las convocatorias generales superando las posiciones independentistas.
Es evidente que el control social y mediático del nacionalismo en
Cataluña ha conseguido que dichas posiciones se debiliten a favor del
independentismo (disminución del no independentismo del 47% en las
generales del 2008 al 37% en 2011, aun así por encima del
independentismo), sobre todo en las elecciones autonómicas, donde como
se comentaba antes baja la participación (sube la abstención).
Este
fenómeno permanece prácticamente estable desde los primeros estudios de
sociología electoral que realizó Josep Mª Colomer en los años 80.
Es
llamativo sin embargo que en las autonómicas de 2012, cuando es más
alta la participación en elecciones de este tipo, se da un triple empate
entre las posiciones “No Independentista”, “Independentista” y
“Abstención”.
Ello nos parece indicativo de cierta reacción de las
clases sociales más afectadas por la crisis, clases trabajadoras
procedentes de la inmigración y que no comulgan con los proyectos
étnico-identitarios. Es lo que evidencia la localización de las mayorías
abstencionistas y no independentistas.
Gentes que habitualmente se
abstienen en las autonómicas pero que empiezan a ver que su exclusión
social no va a superarse con dichos proyectos y que sus problemas están
más insertos en la dinámica izquierda-derecha de la política española
que en la dinámica Cataluña-España.
La culminación de toda la serie se completa con el llamado “proceso
participativo del 9N” que, independientemente de su legalidad o no y de
su carencia de valor jurídico, nos permite valorar de una manera más
directa las opciones de los catalanes.
En primer lugar es necesario
constatar que las agrupaciones sobre partidarios de la independencia,
soberanismo y no-independentismo en las elecciones previas las
realizamos en función del posicionamiento de cada partido respecto a la
misma. Igualmente la participación en dicho “proceso participativo del
9N” fue totalmente libre –sin ningún tipo de oposición ni de control
policial- y a nadie se le impidió que lo hiciera. Más bien lo contrario;
en los días precedentes, se ejerció una notoria coerción telefónica y
domiciliaria sobre cientos de miles de ciudadanos para que acudieran a
votar.
Ha de tenerse en cuenta, además, la movilización de todos los
medios de propaganda institucional de la Generalitat al servicio de
dicho “proceso”, sin que se sepa hasta la fecha los costes de dicha
publicidad, sumados a toda una movilización desde supuestas
organizaciones cívicas, fuertemente subvencionadas desde las
instituciones catalanas.
La conclusión más importante es que, si
prescindimos de los condicionamientos que impusieron estas “anomalías”,
quien acudió a introducir una papeleta el nueve de noviembre como quien
no quiso participar lo hicieron con total libertad.
De los
resultados podemos concluir que, sin ser un auténtico proceso
democrático, dadas las carencias garantistas que dichos procesos
requieren, frente al tan aireado 80% de la sociedad catalana que
reclamaba su “derecho a decidir” tan solo un 37% acudió a reclamar ese
derecho o a ejercerlo, si se habla desde el punto de vista del
nacionalismo.
Primera e importante conclusión.
La abstención en
este “proceso” es de un 63,41% la mayor de toda la historia de las
votaciones en Cataluña. A las dos terceras partes de los catalanes no
nos interesa el tema del “derecho a decidir”.
De hecho, en una consulta
de parecidas características en el Véneto, pero sin el control de las
instituciones, centros públicos y medios de comunicación, el índice de
participación allá fue más alto que el de la abstención aquí.
De
los que fueron a votar y no son independentistas, cuyos partidos
representaron entre un 15% en autonómicas y un 22% en generales de 2011,
los participantes no llegaron ni al seis por ciento, quedándose en un
5,91%, lo que indica que los postulados de estos partidos sobre el tema
no encuentran el consenso entre sus votantes.
Habría que integrar en
este grupo a Podemos ya que aunque tan solo se presentó en las últimas
europeas, su defensa del “derecho a decidir” queda muy en entredicho
entre sus votantes.
El independentismo tiene votantes más
consecuentes y si en las autonómicas de 2012 consigue su máximo de
seguidores con un 32,15%, en el “9N” pierde más de dos puntos
porcentuales al enfrentarse directamente a la pregunta.
Se sitúa en un
29,91% gracias a una ampliación de votantes en el margen de los 16 años,
hijos de una educación más cercana a la asimilación identitaria que a
la formación de ciudadanos libres y críticos y más propensa a las
influencias emocionales que comportamientos racionales.
El “No
Soberanismo” y el “No Independentismo” aparecen menguados – el primero
ni existe-, en este “proceso participativo del 9N”, pero concluir que no
existen es mirar con orejeras los hechos. Los contrarios al “derecho a
decidir”, por considerarlo sin validez jurídica o poco democrático, han
ejercido su derecho a la abstención activa como forma de libertad de
expresión, igual que lo ha hecho quien acudió a depositar la papeleta,
igual.
Si descontamos ese 30% de abstencionismo estructural concluiremos
que los que no quieren la secesión de Cataluña (sumando “Soberanistas
no Independentistas” y “No Soberanistas”, en este caso abstencionistas),
se sitúan alrededor del 38 o 39%.
Ciertamente el voto “N.I.” no
es mucho mayor. Pero el problema no es cuántos son necesarios para
mantenernos juntos sino cuántos son precisos para separarnos. Es también
un problema tener que soportar que la vida política catalana, los
medios de comunicación públicos, la actividad parlamentaria, los ritmos
electorales, giren de forma monotemática sobre los eslóganes
nacionalistas. Y, a pesar de ello, si se tensa más la cuerda, el
incremento de participación puede llevar a minorizar aun más el
porcentaje independentista, aunque este se mantenga. (...)" (Vicente Serrano y Rafael Núñez , Crónica Popular, Rebelión, 10/01/2015)
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