"En verdad que ya nada será igual después del simulacro de referéndum del
9 de noviembre. Como una catarsis, ahora sabemos un montón de cosas que
estaban sobreentendidas en la sociedad catalana. (...)
Primera lección fundamental. El independentismo en Catalunya abarca
con precisión una masa ciudadana que no alcanza los dos millones. Ahora
bien, esa minoría abundante controla de manera casi exclusiva buena
parte de la vida social del país, empezando por los medios de
comunicación y terminando con la exhibición pública agobiante de sus
consignas y su afán por representar la parte como un todo.
Ellos son
Catalunya, los demás son adversarios a los que acojonar. Baste decir que
el proceso de intimidación durante la campaña por el simulacro de
referéndum llegó hasta el borde de lo cómico: las caceroladas.
Las
caceroladas nacen en España como protesta contra el poder que no les
escucha -la guerra de Iraq, por ejemplo- pero hacerlas en Barcelona
donde el único poder real es el de quienes manejan la Generalitat,
podría interpretarse como un ejercicio de intimidación hacia el
vecindario que no comparte las ideas de los caceroleros. (...)
Hay quien se admira de la voluntad popular de los 40.000 voluntarios
para la consulta trucada. El voluntariado protegido, alimentado y
ensalzado por el poder político no es una fuerza popular sino un recurso
de quienes detentan la hegemonía.(...)
Y como la sociedad -no la catalana sólo, sino todas- no soportan los
vacíos, nació un sucedáneo de sociedad civil catalana, alimentada de muy
diversas formas por las instituciones, algunas tan inquietantes como el
partido que dice que nos gobierna, cuya sede sigue embargada por los
tribunales de justicia. Así se vigorizó Òmnium Cultural y se inventó la
ANC.
Por eso creo que no se está forjando el partido del president, sino
que Artur Mas ha pasado lista de sus protegidos y les ha llamado para
que cumplan; que al fin y a la postre no todo va a ser ayudarles a
figurar. Ahora le toca a él salir del atolladero y pasar las facturas. (...)
El principio de que los ciudadanos de Catalunya somos inmunes a la
corrupción y exquisitamente democráticos es otra de las milagrosas
conclusiones de ese remedo de referéndum del 9-N. Un castizo lo llamaría
la consulta de Juan Palomo, porque los mismos que convocan, se anuncian
hasta el agobio a costa del erario público, barren como si se tratara
de residuos de ciudadanía a los oponentes, y para acabar la machada,
instalan las urnas de cartón desechable, meten las papeletas y ellos
mismos las cuentan.
¡Imaginan que algo similar se hubiera hecho en
Extremadura, Andalucía, o Euskadi! Es la primera consulta estilo kosovar
que se celebra en España desde aquella de diciembre de 1976, también
llamada de la Reforma Política. No es posible en democracia ser al
tiempo juez y parte.
La más inquietante de las evidencias
provocadas por la parodia de consulta consiste en que la hegemonía de
menos de un tercio de la población en edad de responsabilidad política,
incluidos los adolescentes, sea la que decide quién es catalán de pro y
quién no, quién tiene aval de ciudadanía y quién no.
Si la cosa será
grave que hasta han pasado por las casas, de una en una, para que cada
cual ratifique sus querencias políticas; entendiendo que abstenerse de
hacerlo es más grave que reconocerlo. Pero, pregunto: ¿hasta dónde vamos
a llegar en este sistema de ciudadanos supuestamente virtuosos desde la
cuna, frente a la mayoría de pecadores? (...)
Aunque habría que explicarlo más por lo menudo, me atrevo a apuntar un
pequeño detalle de gran significación. Estoy seguro que todos los
imputados, condenados y presuntos estafadores, todos, sin excepción,
votaron sí-sí, porque en definitiva la independencia sería su amnistía, y
si no que se lo pregunten al líder de las CUP, ese compadre de Oriol
Pujol Ferrusola en el palco del Barça en una instantánea imborrable.
Por
cierto ¿ningún medio de comunicación detectó dónde votaron los
eminentes hombres de empresa apellidados Pujol Ferrusola? ¿O es que
mandaron el voto por correo? Igual que estamos fichados los que no
votamos, con mayor razón lo estarán los que lo hicieron. Desconozco si
había urnas en Ginebra y las Barbados." (Las urnas milagrosas (1), de Gregorio Morán en La Vanguardia, en Caffe Reggio, 15/11/2014)
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