"(...) Por el contrario, la independencia solo podría consumarse contra una
parte muy importante de la sociedad catalana, que todas las encuestas
sitúan cerca, si no por encima, de la mitad de la población.
No es difícil imaginar qué paisaje generaría una situación así.
Suponiendo que las enfáticas declaraciones de fe en la democracia de los
secesionistas no se tradujeran tras la independencia en la negación de
los derechos políticos a una parte relevante de la población (como
ocurrió en los países bálticos), no es descabellado pensar en la
aparición de una especie de Partido Nacionalista Español que aglutinase
al hoy electorado del PP y de Ciutadans, así como a una parte del
socialista, y que podría cosechar fácilmente en torno al 25 % de los
votos, lo que haría de él como mínimo la segunda fuerza parlamentaria
catalana.
Ciertamente, ese partido no tendría opciones de llegar al
gobierno, pero piénsese en su capacidad de desestabilización política,
de impugnación, por ejemplo, del ordenamiento lingüístico escolar
apelando a los derechos en esa materia de los castellanohablantes, que
podrían reivindicarse entonces como una minoría nacional del nuevo
estado y exigir los derechos que en cuanto tal le otorgaría la
legislación internacional.
Y piénsese, sobre todo, en su condición de
partido imprescindible para articular mayorías en el parlamento, salvo
que lo que ahora son la derecha y la izquierda independentistas optaran
por pactos de gobierno permanentes.
Claro que eso significaría el fin de
la política entendida en términos de derecha e izquierda, su
sustitución por la confrontación exclusivamente nacionalista e
identitaria, y el fin, por tanto, de la posibilidad de cualquier
proyecto de emancipación social." (
Francisco Morente Valero
, El País, Barcelona
25 ABR 2014 )
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