"(...) Pero resulta extraño, al menos para uno, la poca previsión o el
fingir que más allá del derecho a decidir, el pueblo catalán (no vamos a
entrar ahora en el peliagudo asunto ese de definir quién o qué es
pueblo y quién o qué es catalán) hallará tras el proceso independentista
un amanecer radiante (casi falangista, estamos tentados de decir), un
sol que habrá dejado de girar iluminando al pueblo elegido como jamás lo
había hecho antes en parte alguna.
Sea, concedamos: Cataluña ha decidido ya, como no podía ser de otro
modo, su independencia. Lo ha logrado prodigiosamente al margen de la
legalidad constitucional y los tratados de la Unión, que se rendirán
como ante milagro, rodilla en tierra.
Concedamos también que el resto de
los españoles, muchos de los cuales se sentirán expoliados, lo aceptan
impávidos y sin resentimiento (y en el mejor de los escenarios posibles:
nada de boicoteo a los productos catalanes, el Barça jugando la Liga
española y puestos fronterizos, los imprescindibles).
Claro que habrá algunos pequeños inconvenientes. ¿En qué gran proceso
no los ha habido? El primero, el de la nacionalidad. Algunos
nacionalistas hablan ya de conceder doble nacionalidad a quienes no
quieran perder la española, pero no se ha dicho nada de aquellos que se
resistan a tener la catalana (habrá que persuadirlos) ni de aquellos
otros que, viviendo fuera de Cataluña, quieran ser catalanes (con
derecho a voto).
La moneda: se le dará un nombre apropiado y
significativo y será una moneda fuerte, pese a las reticencias de
algunos mercados (habrá que persuadirlos). La lengua, asunto para
entonces casi irrelevante: el catalán será la oficial, y el castellano,
en la intimidad. Lo del Ejército parece solventado: como Suiza, algo
simbólico, tal vez unas docenas de guardias para el Vaticano (después de
la canonización de los 500 mártires de la Cruzada, “en su mayor parte
catalanes”, como recordó una de las autoridades catalanas asistentes al
acto, las relaciones con el Vaticano son inmejorables).
La salida de la
Guardia Civil, policía y diferentes funcionarios del Estado del
territorio catalán creará una pequeña inflación en el funcionariado
catalán, que se corregirá sin duda en poco tiempo.
Financiación de la deuda: el carácter pacífico, ejemplar y milagroso
del proceso habrá generado una gran confianza en todos los mercados, que
acudirán jubilosos en masa, paliando así el grave problema del paro del
periodo preindependentista, ocasionado por el cerrilismo del Estado
español y la obstrucción al “derecho a decidir”.
Lo mismo puede decirse
de las empresas que suspirarán por radicarse en Cataluña, corrigiendo el
mal efecto de las que la abandonaron cobardemente tal y como habían
anunciado (no obstante, también persuadirlas).
Aunque Dalí legara su
museo al Estado español y no a la Generalitat, los españoles entenderán
que al surrealismo de Dalí fuera de Figueras podría sucederle lo que al
vino Albariño más allá del puerto de Manzaneda, de modo que el Estado
español se avendrá buenamente a dejarlo donde está; lo mismo que todas
sus dependencias, millones de metros cuadrados en zonas privilegiadas de
sus ciudades, como delegaciones gubernamentales y cuarteles, que a
falta de Ejército, se destinarán a Centros Nacionales de Persuasión.
Y por supuesto, en ese horizonte las nuevas autoridades catalanas no
contemplan ninguna hostilidad comercial, financiera, industrial de su
vecina España, que, persuadida del espíritu solidario de los
independentistas, se abstendrá de competir con Cataluña en asuntos que
han sido de su exclusividad tradicionalmente (el cava, los telares, la
política portuaria del Mediterráneo, los Juegos Olímpicos, la industria
editorial en español o la corchotaponera, el cava). Etcétera.
Ni que
decir tiene que la espiral de los hechos avanza en paralelo a la espiral
de la sugestión colectiva; a más velocidad de aquellos, más se
incrementa esta, sin saber, llegados a un punto, cuál de las dos
espirales implementa a cuál.
Un día la visión se desvanecerá y muchos se preguntarán: ¿qué vimos? Y
otros: ¿estábamos ciegos?
Tal vez ese día alguien recuerde que, en
efecto, antes de la independencia los catalanes pagaban más (como los
madrileños, por cierto) no porque fuesen catalanes, sino porque eran más
ricos; y que estos, los ricos, no se sabe cómo sugestionaron a tantas
gentes haciéndoles creer durante un tiempo, hasta que llegó la
independencia, que antes que pobres eran catalanes.
Lo probable es que
después de la independencia estos mismos vuelvan a ser lo que siempre
fueron: antes que catalanes, pobres." (
Andrés Trapiello
, El País, 24 OCT 2013 )
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