"En su reciente discurso como nuevo presidente del Senado italiano, el
magistrado Pietro Grasso, incansable luchador desde los años ochenta
contra la el crimen organizado, evocó la reacción de la viuda del
escolta fallecido en el atentado de la Mafia que costó la vida también
al juez Falcone y a su mujer.
Estaba dispuesta a perdonar a los
asesinos, pero siempre que estos, de rodillas, reconocieran sus
crímenes. Grasso, hasta hace poco fiscal nacional Antimafia, asumía las
palabras de la viuda.
No resulta inútil tomar en consideración el
episodio, a la vista de cuanto sucede en Euskadi, donde estamos viviendo
el fracaso de la voluntad política mayoritaria, consistente en buscar
una reconciliación sobre la base de que sean las propias gentes de ETA y
de su entorno político quienes aborden una autocrítica al quedar lejos
los años de plomo.
Por lo menos, que como hicieran varios dirigentes de
las Brigadas Rojas, asuman la inutilidad de la opción terrorista.
Las rotundas declaraciones de Laura Mintegi sobre el atentado contra
Buesa alejan cualquier duda, y también toda expectativa de que en la
izquierda abertzale se abra el camino de una reconciliación auténtica,
esto es, fundada sobre el reconocimiento de las responsabilidades de
quienes protagonizaron la estrategia de ETA o la apoyaron.
Decir que
Buesa fue una «víctima de origen político» equivale pura y simplemente a
situar al terrorismo dentro del ámbito de la política, que es algo bien
diferente de reconocer que el terrorismo tiene una finalidad política.
El terror no es un procedimiento político, sino un medio de actuación
que desde el exterior busca, como ha buscado ETA a lo largo de la
Transición, la suplantación de la democracia por el crimen, envuelto eso
sí en una serie de eufemismos de dignificación (‘lucha armada’,
‘alternativa democrática’).(...)
Como siempre, entra en juego el mantra ‘diálogo’ para edulcorar lo que
en realidad es aceptación negociada de las exigencias del grupo
terrorista. Incluso en los elementos simbólicos, como esa nación llamada
Euskal Herria que en nombre del Gobierno admitió de entrada Eguiguren
en sus conversaciones con el Mal, para sorpresa de sus interlocutores.
¿Qué concesión política estaba dispuesta a admitir ETA? El mismo
problema se plantea en estos días al recordar en Italia el aniversario
del secuestro y asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas. Las
buenas conciencias, entonces y ahora, insisten en que debió existir
‘diálogo’ y que pudo hacerse mucho por salvar al dirigente
democristiano, y no se hizo.
Los brigadistas habrían tenido entonces
razón al dejar el cadáver entre las sedes de Democracia Cristiana y PCI,
responsables sugeridos. La pregunta es obvia: ¿con los documentos y las
autobiografías de brigadistas en la mano, hay quien dude de que solo la
aceptación ‘in toto’ de las exigencias de las Brigadas hubiera evitado
el asesinato? (...)
El problema del terrorismo es político, por lo que tiene de destrucción
de la política, y también, en contra de cuanto opina Mintegi, ético, ya
que como sucede en el propio caso vasco, el imperio del terror supuso la
pérdida de toda conciencia moral en los verdugos –léase patriotas de la
muerte-, la perversión del sentido cívico en tantos que callaron ante
los atentados –¿qué hizo usted?– y, en consecuencia, la degradación
moral en buena parte de la sociedad. (...)
Así Bildu y Sortu se sitúan más allá del bien y del mal. Y si no hubo
crímenes de ETA, solo acciones patrióticas, los terroristas
encarcelados merecen la libertad.
Los demócratas colaboran en la labor
de encubrimiento, y nada mejor que la elección de Jonan Fernández para
mostrarlo, poniendo por delante el reconocimiento de todas las víctimas,
lo cual impide establecer una jerarquía clarificadora, cuyo punto de
partida inexcusable consiste en destacar que la dinámica del terror fue
cosa de ETA.
La clarificación de su protagonismo resulta primordial, sin
que ello suponga olvidar la fase de terrorismo de Estado, ni la
vulneración de derechos humanos. El bombardeo de Dresde no borra los
crímenes contra la humanidad nazis.
Ya en los años 60, el odio a España, antes que al franquismo,
diferenciaba ya a ETA de cualquier otro movimiento de oposición, a pesar
de que la opresión del régimen se ejerciera sobre toda España. Su
estrategia del terror instauró además en Euskadi el reinado del miedo
durante décadas y sembró en la sociedad un totalitarismo horizontal, que
en medios rurales excluyó de hecho la presencia pública de toda
expresión ideológica no nacionalista." (ANTONIO ELORZA, EL CORREO 22/03/13, en Fundación para la Libertad)
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