"Aún tengo miedo cuando regreso al País Vasco”. Así se ha expresado
el empresario Juan Antonio Arruabarrena, al que ETA mandó una carta
bomba en 1994, en su declaración en el juicio contra Juan Carlos
Iglesias, alias “Gadafi”, que recientemente ha quedado visto para
sentencia.
El industrial también ha explicado al tribunal que tuvo que
irse de Guipúzcoa por las amenazas que sufría por no pagar el “impuesto
revolucionario” que la organización criminal exigía la banda a los
empresarios.
Juan Antonio Arruaberrena ha revelado que tuvo que trasladar su
empresa a la localidad zaragozana de Pina de Ebro, aunque matiza que
todavía se siente amenazado y que “tiene miedo” cada vez que vuelve al
País Vasco.
El acusado no ha querido declarar sobre los hechos que se produjeron
en marzo de 1994, cuando la empresa de Juan Antonio Arruabarrena recibió
por correo un paquete desde la capital francesa. El abogado de
Arruaberrena ha explicado que éste, tras recibir un envío sospechoso,
acudió a la policía local sin abrirlo, ya que sospechaba del paquete
porque “resultaba de gran tamaño” y “no esperaban nada de ningún
proveedor”.
Los agentes de policía que han declarado como testigos en el juicio
han recordado el artefacto “perfectamente”: se trataba de un explosivo
envuelto en un estuche metálico con una trampa que cerraba y abría un
circuito electrónico con un detonador. En la vista, los peritos han
ratificado que “el cordón detonador estaba muy bien hecho” y “si se
hubiese abierto habría matado al destinatario sin duda”.
(Lo que sigue a continuación es el testimonio de un
empresario vasco exiliado en Canarias tras la llegada de Bildu a la
Diputación Foral de Guipúzcoa. Recogido del libro “Territorio Bildu”, de
Raúl González Zorrilla, que llegará a las librerías el próximo 15 de
febrero de 2013)
Cedo la voz a alguien que ha decidido hablar antes de marchar. F.G.
M. es un empresario de Zumaya que, después de casi cuarenta años de
trabajo al borde del mar, está a punto de abandonar Guipúzcoa para
trasladarse a vivir a las Islas Canarias.
“No poseo la certeza de cuándo empezó todo, pero tengo la seguridad
de cuándo, en lo que se refiere a nuestra familia, llegó todo a su punto
final. Fue hace unos días, en el momento en el que contemplé la
fotografía del nuevo diputado general de Guipúzcoa, Martín Garitano, y
comprendí que ese hombre, el mismo que ahora me miraba con gesto
desafiante desde las páginas importantes de los periódicos, era el mismo
que hace muchos años, cuando era alguien relevante en la redacción del
viejo “Egin”, había apoyado todas y cada una de las barbaridades que
algunos de los obreros de mi empresa, pocos, todo hay que decirlo,
decían de mí y de los míos en aquel panfleto. Por ahí tengo los
recortes, escondidos en una carpeta furtiva de mi despacho que siempre
mantengo oculta fuera de la vista de mi mujer”.
“Si un día escribo mis memorias, comenzaré mi relato a partir del año
1980. Entonces, yo tenía treinta y cinco años recién cumplidos, y
acababa de tomar el relevo de mi padre en la empresa de
máquina-herramienta que él había creado siendo muy joven. Me sentía
contento, feliz podría decir, de pasar a formar parte de algo que entre
nosotros siempre había sido importante: la empresa familiar.
Los últimos
años, antes de la gran crisis de los ochenta, habían sido buenos.
Obteníamos beneficios y nuestros trabajadores firmaban nóminas que para
sí quisieran muchos empleados de hoy en día. También se lo ganaban con
creces”.
“Cuando llegó la primera carta de ETA, amenazándonos, chantajeándonos
y solicitándonos diez millones de pesetas de entonces (60.000 euros),
no hicimos ningún caso. Pensamos que se trataba de alguien de nuestra
propia plantilla, algún trabajador conflictivo de nuestro entorno, que
deseaba hacernos la vida imposible. Por supuesto, no olvidamos el tema,
pero tampoco quisimos magnificarlo.
La preocupación de verdad, el miedo,
las lágrimas de mi mujer y de mis padres, llegaron con la segunda y la
tercera misivas, que eran mucho más amenazadoras y que revelaban,
perversamente, datos de nuestras familias que solo podían conocer
personas muy cercanas a nosotros. La cifra que debíamos pagar como
“impuesto revolucionario” para la “lucha del pueblo vasco” también se
había incrementado hasta los 15 millones de pesetas (90.0000 euros).”
“De ningún modo podíamos pagar aquella cantidad, así que hicimos lo
que otros colegas que estaban pasando por la misma situación nos dijeron
que había que hacer: hablar con ETA. Con este objetivo, nuestro abogado
se puso en contacto con Iñaki Esnaola, entonces uno de los letrados más
próximo a los terroristas, y éste nos transmitió un mensaje de
tranquilidad.”
“Unos dos meses después, nos comunicaron que debíamos viajar a Bayona
para vernos con alguien de la banda terrorista. Y así fue. Aunque no
recuerdo cómo se llamaba el bar donde mantuvimos la cita, ahora mismo
podría llevarle a él con total seguridad, si es que continúa abierto.
Txomin Iturbe (antiguo dirigente de ETA) nos estaba esperando allí, y a
él tuvimos que explicarle, detallarle, justificarle y contarle todos los
entresijos de nuestra empresa.
Le llevamos balances, declaraciones de
Hacienda, facturas y nóminas. Absolutamente todo. Le contamos lo que
trabajábamos, lo que ganábamos, los beneficios que obtenía la compañía,
lo que reinvertíamos en el negocio.
Todavía hoy, recuerdo aquel
encuentro como una absoluta humillación para salvar nuestra vida. Sin
duda, fue lo más obsceno y vergonzoso que he hecho nunca. Txomin Iturbe,
con cierto aire de superioridad y condescendencia, se dio por
satisfecho y nos dijo que nada temiéramos, que allí se acababa todo
aquello. Y así fue.”
“Ahora tengo 67 años y, desde aquel entonces, he sufrido innumerables
amenazas, huelgas, ataques e, incluso, he visto cómo algunos compañeros
muy queridos para mí han sido asesinados. Siempre he resistido. Porque
esta es mi tierra, porque esta es mi gente, porque mis hijos son de aquí
y porque, a pesar de todo, siempre es muy difícil partir.
Pero ya no
aguanto más. Veo a Martín Garitano y es como si los descendientes
ideológicos de quienes hace casi cuatro décadas me perdonaron la vida
vayan ahora a recaudar mis impuestos. En los últimos años, pocas cosas
ha habido en Europa tan indecentes como esta.”
“Se lo digo de corazón. Por mi parte, hasta aquí hemos llegado. Aquí
pongo un punto final a esta historia circular que comienza con un
perdonavidas salvapatrias indultándonos el futuro en una cafetería del
sureste francés y que termina con un viejo proetarra convertido en
Diputado General de Guipúzcoa.
Yo soy mayor, mis hijos hace tiempo que
se marcharon de aquí y, desde hace algunos meses, mi empresa la
gestionan otros, aunque yo y mi familia sigamos siendo accionistas
relevantes de la compañía.
De cualquier modo, le voy a decir una cosa: ¿Sabe qué es lo que me hace sentir peor? Que no siento ninguna pena por mi partida”. (EUSKADI INFORMACIÓN GLOBAL 28/01/13, en Fundación para la Libertad)
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