‘[…] Confieso que cuando recibo información de las administraciones y de algunas empresas en las dos lenguas oficiales, y esa información intenta que yo la lea en euskera -por el tipo de grafía, por darle prioridad a esa lengua por el medio que sea- mi reacción, la de un vascoparlante monolingüe de familia, suele ser la de pasar al español. Porque también me acuso de considerar que el español es tan lengua propia mía como el euskera que utilizo en familia, con amigos y en el trabajo.
Me acuso de haber estado en contra de la pretensión del Departamento de Educación del Gobierno vasco de copiar -más o menos- el sistema de inmersión lingüística catalán por lesivo de los derechos de los padres a elegir la lengua oficial como lengua vehicular en la enseñanza. Y me acuso de no terminar de entender la negativa del Gobierno catalán a permitir que el español pueda ser, también, lengua vehicular en la enseñanza.
Me acuso de no simpatizar con el término pueblo, y menos cuando va unido al calificativo de uno. Me acuso de preferir el término ciudadano para considerar el valor de los habitantes de un país por encima del término identidad o sentimiento de pertenencia. Me acuso de ver riesgos en el recurso a la identidad colectiva.
Me acuso de no ser capaz de ver la diferencia valorativa que parece existir entre españolismo -malo-, y catalanismo o vasquismo -buenos-. Me acuso de no entender por qué el nacionalismo español es malo, y los nacionalismos catalán, vasco o gallego, buenos.
[…] Me acuso de pertenecer y haber pertenecido de vez en cuando a la caverna mesetaria por pensar que el nuevo Estatuto catalán no es del todo acorde con la Constitución española, por pensar que hubiera sido mejor plantear abiertamente la federalización del Estado primero, y luego renovar los estatutos de autonomía, por pensar que la consolidación de las relaciones bilaterales refuerza el peor centralismo que puede existir -como ha quedado demostrado en los encuentros bilaterales para la nueva financiación autonómica, en los que el emperador y dueño de los impuestos recibe a los príncipes autonómicos de uno en uno para escuchar sus peticiones y repartir prebendas, al más puro estilo medieval‘." (lavozdebarcelona.com, 07/02/2009)