Pues esto, sencillamente, no me lo creo. Yo no pienso de manera distinta cuando hablo español y cuando lo hago en mi lengua materna.
Las palabras son distintas, pero las emociones y los pensamientos son sencillamente humanos; sus semejanzas dependen de nuestra identidad genómica y del cerebro de la especie. Es la experiencia lo que nos hace diferentes. Podríamos decir también «la cultura». Pero la lengua no es la cultura, sino un medio de comunicación de la misma.
Uno de los argumentos clásicos del nacionalismo cultural y político es la idea de que hablar una lengua determina de alguna manera un modo de ser, de vivir, de concebir el mundo a través de ella. Las peculiaridades e idiosincrasias de los pueblos, su carácter y pulso vital, vienen definidos por las peculiaridades del idioma, por su estructura gramatical subyacente y por sus giros o expresiones más representativas, rasgos que no son compartidos ni siquiera por otras lenguas emparentadas. Esto, que se llama hipótesis del determinismo lingüístico (aquí en España lo llaman «relativismo lingüístico»), es una enorme falacia. El lenguaje no moldea el pensamiento; en todo caso sería al revés: el pensamiento influye en la lengua, que es siempre cambiante.
Por otra parte, está demostrado que la competencia lingüística es necesaria para el desarrollo de muchas habilidades cognitivas, pero eso no quiere decir que las peculiaridades de un idioma influyan en el pensamiento, sino que la lengua en general, tenga la gramática y el léxico que tenga, lo facilita. Ésta es una confusión tan frecuente como lamentable. Una cosa es el lenguaje, otra el idioma particular…
Observaciones desde las antípodas, 21-12-2006, Paul Moresby a las 17:47 3
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