10/12/19

La mayor dificultad para la independencia catalana no es exterior, sino estrictamente interna de la sociedad catalana... ha aparecido una Cataluña catalana pero también española, que de ninguna manera quiere la secesión ni está dispuesta a seguir el camino trazado por un secesionismo al que considera desleal... que se siente engañada por la ruptura unilateral del consenso...

"La dificultad enorme, máxima, casi hasta la imposibilidad, radica en la secesión, no en la idea de independencia, a fin de cuentas tan eficaz en cuanto a bandera como abstracta e inconcreta en cuanto a concepto político. 

Lo saben los británicos y lo sabemos los españoles. Separar bruscamente, de un día para otro, lo que ha estado unido durante decenios e incluso siglos no es imposible, pero entraña una gran dificultad. 

Basta repasar la historia para darse cuenta de que la excepción es la secesión pacífica y la regla es la accidentada y costosa, violenta, a veces violentísima. Solo el hundimiento de los imperios, fruto inevitable en muchos casos de enormes guerras internacionales, o las guerras civiles, con frecuencia asociadas al hundimiento de las agregaciones imperiales, producen secesiones rápidas, claras, ineluctables, aunque casi siempre sangrientas.

El caso británico es ejemplar. El independentismo de los brexiters parte de una idealización del pasado imperial que nada tiene que ver con la realidad británica contemporánea. Los 46 años de permanencia en la Unión Europea han marcado a la sociedad británica y a sus instituciones de forma tan intensa que costará mucho tiempo, quizás tantos decenios de secesión como los hubo de unión, para que desaparezcan las trazas de la UE. Incluso es posible que la secesión sea imperfecta y la UE regrese por la ventana después de haber salido por la puerta: en cooperación policial, militar, de defensa y seguridad, por ejemplo.

En el caso español, la secesión catalana todavía es más quimérica. No tan solo por las evidentes dificultades institucionales y constitucionales internas, sino también por la aversión europea e incluso internacional a la centrifugación del poder, a los cambios de fronteras y a las disputas de soberanía. Las estructuras y conceptos que hay que romper se remontan a la Paz de Westphalia, hace nada menos que 370 años. Una dificultad añadida son los límites de su popularidad. Los catalanes no somos kurdos ni palestinos. En Europa la causa secesionista suscita simpatías desiguales. Inquieta, divide y se percibe como una secesión del bienestar, egoísta, capaz de suscitar solidaridades también en la extrema derecha.

Y un argumento más, el último. La mayor dificultad no es exterior, sino estrictamente interna de la sociedad catalana. Su ascenso rápido y enérgico, políticamente impresionante, ha roto súbitamente los viejos consensos culturales, fiscales y lingüísticos de los catalanes sobre los que se había construido un amplio autogobierno, el mayor de la historia de Cataluña y uno de los mejores de Europa, que es como decir del mundo. Como reacción, ha aparecido una Cataluña catalana pero también española, que de ninguna manera quiere la secesión ni está dispuesta a seguir el camino trazado por un secesionismo al que considera desleal: a la Constitución, al Estatuto asentado sobre la pluralidad catalana y a la mitad de la Cataluña que se siente engañada por la ruptura unilateral del consenso (el consentimiento, en expresión de Antón Costas).

La dificultad catalana inminente no gira alrededor del peligro secesionista, sino en la depresión catalanista y en la degradación de la democracia y del autogobierno, provocadas ante todo por el uso de las instituciones para una causa divisiva que no llega a movilizar ni tan solo la mitad de los catalanes. Si se quiere revitalizar y mantener el autogobierno, no digamos ya ampliarlo y profundizarlo, será imprescindible reconstruir aquellos amplios consensos catalanistas que el secesionismo aventurero e irresponsable rompió. No se hará, como es lógico, alrededor de la idea de ampliar la base del independentismo, tal y como predican los fabricantes de tópicos secesionistas, sino recuperando los consensos transversales, en Cataluña y en España.  (...)

La secesión se ha demostrado extremadamente difícil. No es el caso de la idea tan deslumbrante como abstracta de la independencia, si quienes la defienden son capaces de convertirla en acción política eficaz, en capacidad de transacción y de diálogo y en reconstrucción de la transversalidad democrática catalanista a partir de una voluntad reformista radical, pero siempre desde el respeto a la convivencia, a la Constitución, al Estatuto de Autonomía y a nuestros compromisos de integración europea."                         (Lluís Bassets, El País, 24/11/19)

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