31/10/19

Se trata de un proceso de vergüenza simbólico, difuso que busca la inhibición de ciertos afectos positivos hacia lo que era español. Algunos fuimos interiorizando esta vergüenza durante mucho tiempo y acabamos siendo inmunes o indiferentes, como única alternativa a ir desnudos, a lo español...

"Nunca he pensado que yo tenía ningún afecto positivo hacia España. Sí que había sentido indiferencia y, algunas veces, incomodidad. Pero amor, no. En cuanto a Cataluña, en cambio, sentía respeto, proximidad, admiración y sentido de comunidad. 

Esto no deja de ser curioso porque mis orígenes, como los de muchos catalanes, están mezclados a partes iguales (catalán y andaluz en mi caso). Y se puede pensar que los afectos se podrían haber distribuido de una manera un poco más equitativa. Pero no.

De dónde podía provenir este reparto tan desigual? No se debe buscar en una inexistente persecución de lo español en Cataluña. La cuestión es más compleja y sutil, aunque por cuestiones de espacio lo diré con algunas imprecisiones. 

Cataluña es una sociedad de la vergüenza. Esto no es muy excepcional, ya que la vergüenza hacia determinados comportamientos sociales contribuye a que las comunidades sean comunidades. Lo que quizás es anómalo del caso catalán es que la vergüenza no tenía por objetivo sólo que las personas se abstuvieran de llevar a cabo ciertos comportamientos, sino que también buscaba la inhibición de ciertos afectos positivos hacia lo que era español.

 Se trataba de un proceso de vergüenza simbólico, difuso y, como venía impulsado por la descomunal presencia de la clase media catalana en la vida pública de Cataluña, en buena medida horizontal. 

Algunos fuimos interiorizando esta vergüenza durante mucho tiempo y acabamos siendo inmunes o indiferentes, como única alternativa a ir desnudos, a lo español.

Pero algo cambió en 2015. Fue entonces que este proceso de vergüenza público empezó a manifestarse de arriba hacia abajo. La llegada a la presidencia de la Generalitat de una persona del perfil de Carles Puigdemont supuso la verticalización y institucionalización explícita de la sociedad de la vergüenza. Ante esta mutación, las reacciones de quienes éramos indiferentes a lo que era español fueron variadas. Para algunos, significó el repudio definitivo de lo español.

 De este modo, algunos incluso se catalanizar el apellido, como si mi pasara a ser "Lucas". Se trata -supongo- de casos anecdóticos, pero es un fenómeno típicamente sintomático de un momento fundacional de las naciones: en el Israel de los años cuarenta, por ejemplo, se inventaron nombres y apellidos con una fonética cercana al hebreo ( aunque no solían significar nada en esta lengua).

 En algunos lugares de Cataluña, la desespañolización afectiva y simbólica fue abrumadora y se hizo sin medidas coercitivas, bastó con la vergüenza. Empeñarse en describir el nacionalismo catalán como un movimiento que persigue lo español es no entender que la vía mayoritariamente elegida para la construcción de la nación no fue -a excepción del otoño del 2017- la de la imposición. Todo esto complica la estrategia del constitucionalismo, porque la Constitución es un buen instrumento contra la imposición, pero no contra la vergüenza: quizá hacer sentir vergüenza a los que van desnudos por la calle es inmoral, pero no es inconstitucional.

 Otros catalanes reaccionamos de manera diferente a la verticalización de la vergüenza. Yo mismo empecé a repartir mis afectos de manera más equitativa. Desarrollé afecto a lo que era español sin dejar de sentir lo mismo por lo que era catalán. Descubrí que se podía admirar lo español y sentirse español sin necesidad de ser un español sin complejos, que es, junto con ser un independentista desacomplejado (o cualquier otra cosa desacomplejada, para decir la verdad), la peor porquería que se puede ser en esta vida. Y pasó algo extraordinario: una vez descubierto mi inofensivo amor hacia lo español, me sentí finalmente representado del todo en una frase de Ferlosio: "Odio España !!! (Os lo juro, amigos, no puedo más) "; y es que odiar España cuando lo quieres es una experiencia bellísima, inigualable.

Lo interesante de todo esto es que el independentismo afronta una paradoja: no puede dejar de desacreditar España -porque necesita vender que su producto es mejor- pero no puede ofender más de la cuenta los sentimientos de aquellos catalanes que sienten afecto por España ni despertar en aquellos que los tienen latentes -porque al fin y al cabo necesita algunos de ellos para ser incontrovertiblemente mayoritario.

Los independentistas inteligentes ya están trabajando para disolver esta paradoja. ¿Y qué estará haciendo mientras tanto el "nuevo" depositario de mi amor? ¿Ordeñando relato para eternas campañas electorales? ¿Tejiendo 155 sueños húmedos? ¿Invocando el escudo de la Constitución contra la vergüenza con la misma convicción con que para arreglar un pinchazo en la rueda de la bicicleta cambiamos el manillar? Os lo juro, amigos, no puedo más: odio España"        (Pau Luque Sánchez, El País, 06/10/19)

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