"La batalla de Barcelona, o sea la defensa casa por casa que en enero de
1939 se prometió que se iba a llevar a cabo ante la llegada de las
tropas del general Yagüe, se puede contar tan rápido
como que cabe en una pequeña sala de exposiciones del Museu Can Tinturé
de Esplugues.
“El Llobregat puede ser el Manzanares de Barcelona”,
prometía al dictado la prensa local solo 48 horas antes de aquel 26 de
enero en que cayó Barcelona. Se aseguraba que la ciudad era una
fortaleza inexpugnable. Aquella línea de defensa cayó con más estrépito
que la línea Maginot. A la hora de la verdad, el único combate que
merece tal nombre tuvo lugar en Esplugues. Murieron 10 soldados
republicanos (tal vez tres de ellos ajusticiados tras rendirse) y seis
nacionales.
Hubo alguna heroicidad, como la de un asturiano de la Legión
que se coló por un tubo y cuchilló en mano cortó las mechas de los
explosivos con los que el mando republicano sopesaba dinamitar el
puente. Se ganó 10 duros y un mes de permiso por sus bemoles. La batalla
de Barcelona fue así de breve. Tras un exquisito trabajo de arqueología
fotográfica, acaba de ser inaugurada (lo dicho, en Can Tinturé) una
chiquita pero deliciosa exposición sobre las horas inmediatamente
posteriores a aquel combate y sobre los preparativos de la toma de
Barcelona. Es una mirada inédita sobre la guerra civil.
En julio del 2018, en esta misma despensa de crónicas que es ‘barceloneando’, ya se publicó una impactante fotografía de Francisco Marínez Gascón, que firmaba sus obras como Kautela. Como fotógrafo que acompañaba a Yagüe en
su campaña, fue el primer civil que entró aquel 26 de enero en
Barcelona y el día 27, con un encuadre perfecto, retrató el desfile de
tres soldados franquistas, uno de ellos de la Guardia Mora, por la
calzada central del paseo de Gràcia, acompañados los tres por una decena
de barcelonesas que, sonrientes y brazo fascista en alto, les
acompañan.
Aquella imagen formaba parte de un libro publicado por Víctor Lahuerta y Cristina Martínez de Vega, gracias a que esta última, nieta de Kautela,
descubrió perdida en casa de su abuela una maleta amarillenta repleta
de negativos. Con el contenido de aquel tesoro se rescató la obra de Kautela, fotógrafo orillado por el franquismo porque el dictador tenía su propio retratista durante la guerra civil, José Demaría Vázquez, pero testigo de momentos interesantísimos.
En el libro aparecieron, pese al esfuerzo de Lahuerta,
algunas imágenes sin localizar, entre ellas las de Esplugues tras la
refriega. Aquella resistencia retrasó unas horas la caída de Barcelona y
allí estuvo Kautela, gracias al cual es posible revivir el momento.
Fue un detalle al fondo de una de las fotografías el que permitió tirar
del hilo. La soldadesca franquista aparece en la imagen a bordo de dos
tanques, un Panzer alemán de primera generación (la Wehrmacht hitleriana
sacó grandes lecciones en España que luego emplearía en Polonia) y,
detrás, un T26 soviético, palabras mayores si de guerra blindada se
trata. La Unión Soviética suministró unos 300 al Gobierno de la
república.
Eran superiores a los alemanes en todos los campos y, por
eso, una pieza codiciada por los nacionales. La captura de un T26
intacto se pagaba a 500 pesetas. El de la foto es uno de ellos. Formó
parte de la columna que entró en Barcelona por la carretera de
Collblanc. Pero el detalle crucial de la foto está detrás. ‘Bar
Catalunya’, eso dice un cartel en la fachada.
Roser Camps, la hija del dueño de aquel establecimiento
certificó que efectivamente aquello era la avenida de Francesc Macià de
Esplugues, actualmente Països Catalans. Con ese dato comenzó un
paciente trabajo con lupa para geolocalizar el resto de las imágenes,
tarea en que el historiador Jordi Amigó, comisario de
la exposición, parece que se lo ha pasado en grande.
El pasado 26 de
enero, por ejemplo, en compañía de su colega Francesc Riera fue a comprobar si las sombras de la luz del sol coincidían con una las de una fotografía en la que aparece el capitán Víctor Felipe,
responsable de la unidad de carros de combate del Cuerpo del Ejército
Marroquí, un nombre que a la mayoría nada le dice, pero aquel oficial
fue alcalde de Barcelona durante las horas posteriores a la caída de la
ciudad. Amigó y Riera acreditaron en
enero que la foto fue tomada 15 minutos antes de las dos de la tarde,
hora nacional (los republicanos tenían sus relojes sincronizados con
Londres, no con Berlín) frente a la finca del conde de Montseny, Josep Maria Milà i Camps.
Las horas previas a la toma de Barcelona fueron distendidas. Eso queda claro en otra de las fotos de Kautela,
como una tomada en la plaza de la Magdalena, una foto para la
posteridad de un grupo de soldados que posan con tes ametralladoras
Maxim de 7,62 milímetros, de fabricación soviética, y que no es
aventurado imaginar que son con las que los republicanos pretendían
cerrar el paso a los nacionales en Esplugues.
Las exhiben como trofeos
de guerra y, a su manera, lo son. Las Maxim fueron las ametralladoras
que el británico Hiram Stevens Maxim (un tipo curioso,
inventor también de la ratonera y de una atracción de feria) diseñó para
el ejército zarista en 1887 y que no fue jubilada por Stalin hasta 1943.
Cuando Kautela tomó aquella foto, en Barcelona todo eran prisas. En la plaza de la Bonanova, Gregorio López Raimundo y Teresa Pàmies cavaban una última trinchera que no detuvo a nadie. Santiago Carrillo se quedó sin Camuflas, su chófer, y tuvo que ir a pie desde la Rambla hasta el Casal d’Horta, donde ardían en una pira los carnets del partido. Hilari Salvadó,
el último alcalde republicano, levantaba un acta ante el interventor
municipal conforme se iba pero dejaba intacta la caja de caudales.
Barcelona cayó mansamente, pero estaba a punto de desatarse el horror de
una represión que no hay mejor modo de resumir que con una frase de Lorenzo Villalonga,
el autor de 'Bearn', un falangista hasta causar náusea y que celebró la
derrota de la capital catalana de un modo que causa espanto: “Los
militares siguen piropeando a la hermosa vencida, que como una veneciana
se siente a gusto entre los brazos de sus violadores”. Tal desbarro
aparece convenientemente acreditado en un indispensable libro de Amigó sobre la pisada del franquismo en el Baix Llobregat. (...)" (Carles Cols, El Periódico, 27/09/19)
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