24/1/19

Si la Cataluña castellanoparlante también apoyase la ruptura, el resto de España debería tomar nota y propiciar los cambios constitucionales que dieran cauce a tal pretensión... Dicho eso, esa mayoría tan amplia ni está ni se la espera, por lo que volvemos a la única solución posible: la búsqueda de amplios consensos que posiblemente incluyan una mejora del autogobierno que pueda ser aceptada por una mayoría de al menos dos tercios de los catalanes y una mayoría absoluta del conjunto de los españoles...

"(...) --El independentismo insiste en que ha impulsado un movimiento democrático. ¿Se puede establecer que entra de lleno en un catálogo de demandas democráticas? ¿Rechazar el referéndum de autodeterminación, es democrático o es una imposición del Estado español?

--El procés tuvo el doble acierto de presentarse como progresista y colocar el “derecho a decidir” como lema potente y propio de las democracias más desarrolladas, pero es obvio también que lo que postula el soberanismo se aleja de las mejores prácticas de las democracias liberales por su falta de respeto hacia elementos básicos del Estado de Derecho o por sus expresiones de populismo decisionista y hasta reaccionario que emparentaría con el Brexit y otros nacionalismos subestatales egoístas, como el flamenco y el padano. 

En cuanto al referéndum, el independentismo defiende que es la solución óptima aunque entre los aproximadamente 100 casos de poliarquías liberales que existen en el mundo solo hay uno que admite tal posibilidad (un minúsculo país caribeño de dos islas, San Cristóbal y Nieves, donde se exigen dos tercios de los votantes de una isla para poderse separar) y luego dos más donde no existe regulación pero aceptan la posibilidad de hacerlos: Reino Unido y Canadá. 

 La comparación internacional lleva a concluir que impedir un referéndum de secesión resulta tan democrático o más que permitirlo. El caso de Escocia en 2014, que fue el mayor regalo internacional que ha recibido el independentismo catalán en estos años, se basó en circunstancias excepcionales: una monarquía británica compuesta, una Constitución flexible, la ausencia de conflicto identitario (muy diferente al caso norirlandés) y la ilusa pretensión del nefasto primer ministro David Cameron de zanjar así las demandas escocesas de más competencias.

 El caso es que las instituciones españolas tienen sus legítimas razones para negar una votación que pregunte por la secesión. Desde el punto de vista del conjunto de España esas razones entroncan con el deseo muy mayoritario de no ver cuestionada la unidad, ya sea porque se cree que la autodefinición de un Estado como indivisible le concede mayor fortaleza constitucional, ya sea porque admitir los referendos abre la puerta a una competición territorial desestabilizadora por un uso táctico del instrumento para ganar ventajas de poder. 

Desde el punto de vista de la realidad catalana, las tensiones sobre identidades nacionales y lingüísticas aconsejan evitar una votación que podría convertiste en un conteo agónico y sectario. Como pasa en tantos otros contextos europeos donde existe también ese tipo de divisiones (Bélgica, Chipre, Tirol del Sur, Irlanda del Norte), el referéndum realmente democrático es el que pregunta por nuevos acuerdos de convivencia. 

--Una de las cuestiones que ha trabajo con intensidad el independentismo es la proyección internacional. ¿Ha ganado la batalla a los gobiernos españoles? ¿Debemos distinguir entre gobiernos y jefes de Estado, y opiniones públicas y medios de comunicación, que sí han arropado al independentismo?

--Ya he dicho antes que toda la UE, y la comunidad internacional en su conjunto, se puso en otoño de 2017 del lado de la integridad territorial española. Pero, en efecto, el independentismo ha obtenido varios premios de consolación en el exterior, beneficiándose de algunos errores, sobre todo de omisión, cometidos por el Estado. 

Ha conseguido recabar simpatías en ambientes académicos y políticos ideológicamente cercanos a otros nacionalismos periféricos, a la izquierda crítica o a la derecha populista, e incluso en ciertos sectores minoritarios del pensamiento y los partidos principales.

 La mayor parte de estos apoyos no implican sumarse al objetivo de la independencia, mucho menos si se trata de alcanzarla de forma unilateral, pero sí se han producido condenas a cómo los poderes públicos españoles han gestionado la crisis. 

Las autoridades regionales de Quebec, Escocia y Flandes, el primer ministro belga, el presidente de Eslovenia, la ministra alemana de justicia e incluso el presidente del Consejo Europeo Donald Tusk han deslizado en algún momento comentarios críticos con la actuación del Estado y son de sobre conocidos los varapalos judiciales que han impedido la entrega a España del expresidente Carles Puigdemont y otros políticos huidos a los que el Tribunal Supremo imputa un discutido delito de rebelión.

--¿A qué se puede atribuir que el mundo anglosajón haya prestado más atención y comprensión al independentismo?

--No tengo tan claro que eso sea así. No, al menos, a partir de octubre de 2017 cuando el asuntó empezó a interesar de verdad a la opinión pública internacional y los análisis fueron más profundos. 

Lo que sí es cierto es que las democracias anglosajonas tienen una tendencia hacia la regla de la mayoría (los referendos de Escocia o Quebec son exponentes) mientras que en el mundo continental hay más tradición de respeto a los marcos constitucionales que solo se pueden cambiar por amplios consensos. Por otro lado, los españoles se fijan mucho más en la prensa estadounidense o británica que en la francesa, alemana o italiana.

--El independentismo ¿ha abierto una discusión internacional sobre el derecho a la secesión? ¿Se puede incorporar en una democracia liberal?

--Los desarrollos más interesantes de la crisis catalana se producirán en el futuro inmediato en el terreno del pensamiento y el poder de convicción que puedan tener los razonamientos sobre la legitimidad o no de la independencia en las democracias contemporáneas.

 No existe una teoría universalmente aceptada sobre las secesiones: la casuística comparada disponible ofrece ejemplos y contraejemplos que las partes tendrán que saber usar para convencer. 

Lo que sí es cierto es que Cataluña es hoy el principal referente mundial de los territorios que aspiran a convertirse en nuevos Estados y el desenlace de su apuesta soberanista puede marcar un precedente en tres sentidos muy distintos: o bien precipitar una especie de ola global de intentos de ruptura, o bien desincentivarlos en caso de fracaso total, o bien (si se alcanza un nuevo arreglo de acomodación entre Cataluña y el resto de España, que es lo deseable) servir como modelo para otros procesos de descentralización territorial y encaje de la pluralidad. 

Yo no creo que sea bueno que el derecho a la secesión se regule en una democracia liberal. Hay ejemplos de países que sin reconocer ese derecho, al menos, no niegan la posibilidad (como Reino Unido o Canadá) aunque hay otros como EEUU (con la idea de la unión perpetua) o Alemania (y su cláusula de eternidad) que son más rotundos que España a la hora de rechazar el independentismo. 

Yo personalmente no creo que la secesión sea algo siempre inaceptable pero, eso sí, solo como solución final que no se entienda como un derecho.

 En el caso de que políticamente se concluya que es la vía que recorrer, eso no eximiría de respetar escrupulosamente los procedimientos existentes de reforma constitucional. La secesión altera profundamente el pacto original y por eso debe tramitarse de acuerdo a las reglas sobre las que se asienta el régimen democrático.

 Es decir, solo podría haber independencia cuando una mayoría cualificada de españoles se haya convencido de que esa es la opción mejor, o menos mala, de resolver el conflicto territorial.

--¿Debería España ofrecer algún canal para que el independentismo sepa a qué atenerse en el futuro, por ejemplo a partir de qué porcentaje de apoyo se podría iniciar una negociación con el Gobierno del Estado? Si un estado democrático no puede aceptar ese derecho a la secesión, ¿qué respuesta debe tener la mitad de una sociedad que pida la independencia?

--Yo creo que un Estado no puede llevar el cártel de frágil y por eso insisto en que no debe estar regulada la secesión, pero también creo que no es absurdo pensar en alguna forma de articular la independencia si una mayoría clara y sólida de los catalanes la desea. 

En ese caso, habría que exigir que esa mayoría no lo fuese en clave identitaria y, por tanto, con los criterios más exigentes que se exigen en las sociedades plurales, donde la democracia solo puede ser “consociacional” y no basta la mitad más uno de los votos, sobre todo en cuestiones de alcance constitucional.

 Pero si un porcentaje cualificadísimo de la población catalana (a definir política y no juridicamente) votase de manera sostenida en el tiempo por opciones secesionistas y si eso supusiera que la Cataluña castellanoparlante también apoya la ruptura, el resto de España debería tomar nota y propiciar los cambios constitucionales que dieran cauce a tal pretensión.

 España no puede ser una jaula. Dicho eso, esa mayoría tan amplia ni está ni se la espera, por lo que volvemos a la única solución posible: la búsqueda de amplios consensos que posiblemente incluyan una mejora del autogobierno que pueda ser aceptada por una mayoría de al menos dos tercios de los catalanes y una mayoría absoluta del conjunto de los españoles.

--¿Hay verdades en el movimiento independentista? ¿Los gobiernos autonómicos, y el catalán en concreto, han tenido limitaciones reales para ejercer un verdadero autogobierno? ¿El problema es que los gobiernos centrales no se han tomado nunca en serio ese autogobierno autonómico?

--Hay verdades en quienes se quejan de que el Estado ha recentralizado en los años de la crisis o que no es todo lo plural que debería ni asume con todas sus consecuencias la realidad compleja de España. Pero en absoluto esas quejas, que son típicas de un Estado compuesto en lo competencial y lo identitario, justifican un independentismo remedial.

 Además, también desde el centro puede haber quejas por cómo se han comportado los gobiernos territoriales (y en especial los de signo nacionalista periférico) en estos años.

--Si se llega a un nuevo acuerdo, que se pueda votar por todos, como una reforma constitucional, ¿el independentismo debería entender y aceptar que no todo pasa por más competencias y sí por respetar la pluralidad interna en Cataluña, a cambio de un reconocimiento mayor en el resto de España?

--El independentismo tiene tres posibilidades ante sí. 

La primera es volver a chocar con la frustración de la vía unilateral. 

La segunda, renunciar a los atajos e intentar ensanchar su base social, aunque el umbral necesario para convencer a España estaría situado en mayorías bastante más exigentes y duraderas que el 50%. 

La tercera posibilidad es asumir la compleja, plural y tozuda realidad sociopolítica de Cataluña, no engañarse sobre la fortaleza o las credenciales democráticas del Estado y optar por vías alternativas en las que se negocie una mejora del autogobierno. 

Unas mejoras que, a mi juicio, en efecto, no habría que enfocar a ampliar las competencias ejercidas por el Parlament (que en el caso catalán ya son muy amplias) sino más bien a mejorar el reparto del poder con las minorías “nacionales” tanto en el Estado como en la propia Generalitat."

(Entrevista a Ignacio Molina, investigador principal del Real Instituto Elcano,  Manel Manchón, Crónica Popular, 06/01/19)

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