"Todos preveíamos que el 21-D de 2018 sería una pesadilla como el 3-O de 2017 y no fue así. Aún hoy muchos nos preguntamos qué ha pasado para las protestas fueran un fracaso.
Hay cinco razones.
La primera es las malas relaciones personales entre líderes separatistas. (...)
La segunda es la falta de unidad de acción: el separatismo solo tiene
dos nexos comunes, uno es el odio a España y el otro la consecución del
objetivo final de la separación, pero para el resto de temas no hay
capacidad ni voluntad de acordar estrategia alguna.
La tercera es la divergencia de intereses: el ambiente pseudorevolucionario previo al 21-D pilló a contrapié a los líderes de Junts per Catalunya
en huelga de hambre o algo parecido. Su frustración por la falta de
repercusión del ayuno les llevó en vigilias del 21-D a tirar la toalla.
La cuarta es la fecha: se puede ser muy, pero que muy indepe, pero la Navidad es la Navidad (...)
La quinta es la falta de liderazgo: los separatistas de base están
dejando de creer, lenta pero inexorablemente, en el independentismo
mágico. Más que fe hace falta obcecación para seguir creyendo que “ho tenim a tocar” y eso provoca frustración, decepción y desmovilización. (...)
¿Cuales son las consecuencias de este fracaso? Pedro Sánchez
puede caer en el error de creer que es él quien está consiguiendo
cataplasmar la situación en Cataluña, y no es cierto. Solo la estulticia
indepe evita peores catástrofes. (...)" (Joan López Alegre, Economía Digital, 23/12/18)
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