"Le aviso, querido lector, que este libro le va a producir malestar, irritabilidad y desazón.
No porque sea un libro mentiroso, o de un estilo pedestre o esté lleno
de erratas, sino porque cuenta, con brevedad y ritmo de reportaje
periodístico, todos y cada uno de los pasos dados por el separatismo
catalán para conseguir la secesión, así como la abulia del Gobierno
nacional ante un plan que ha durado años y ha sido anunciado repetidas
veces por sus protagonistas.
Su autora, la periodista Sandrine Morel, es corresponsal del diario francés Le Monde en España desde 2010 y ha cubierto todo el ‘procés’.
Ha entrevistado a Mariano Rajoy, Artur Mas y Carles Puigdemont, y se ha
reunido con directores generales de TV3, asesores de Moncloa, diputados
de la CUP, alcaldes, taxistas y manifestantes de las Diadas.
Desde su primera entrevista a Mas, hecha en 2012, le queda claro que los aceleradores del ‘derecho a decidir’ fueron la crisis económica y los recortes aplicados por el Gobierno catalán.
Para escapar de la quema y cumplir su deseo de pasar a la historia, Mas
optó por cabalgar el tigre de la independencia. Su egoísmo se lo
resumió a Morel con estas frases: “España es el Titanic. No se nos puede negar nuestro bote salvavidas”.
A partir de entonces, Morel asistió a un proceso de manipulación de masas diseñado desde el poder.
Los mismos políticos que decían en público que en España perviven los
modos de la dictadura franquista, les reconocían a ella y a sus colegas
que estaban seguros de que no sufrirían represión ni castigos por sus
actos, aunque convirtiesen a Cataluña en “Vietnam”, porque, a fin de
cuentas, el Estado español es una democracia.
Año tras año, las Diadas se transforman en “espectáculos narcisistas”. El
independentismo “habla cada vez menos de dinero y cada vez más de
dignidad”. La mentira sale de los libros de texto de las escuelas e
infecta la sociedad, como las consignas de que el Estado había
enviado a Cataluña “hordas de españoles con el único objetivo de
«disolver a los catalanes»” y que “hace trescientos años que estamos
oprimidos”.
Uno de los aciertos del nacionalismo es la indefinición de la nueva república.
“La independencia es una cáscara vacía en la que cada cual mete sus
sueños, sus deseos, imaginando, acertada o equivocadamente, que se harán
realidad”; por eso, se adhieren a este movimiento planeado por la
burguesía desde los anticapitalistas de la CUP a los jubilados andaluces
que quieren aumentar su pensión.
Aparte de la superioridad cultural y
hasta racial, los golpistas inculcan dos ideas fundamentales en su masa:
un “espíritu de comunidad” que la moviliza, junto con la certeza de que
todo lo que se haga será de balde, que no pasará nada.
Sin embargo, en sus estancias en
Cataluña, Morel ha constatado la imparable división social. Los
catalanes no separatistas –incluso los que estaban resignados a ser
ciudadanos de segunda en su tierra y los que se pretenden cosmopolitas y
dicen rechazar todas las banderas– que antes callaban, ahora no lo
hacen.
La aparente unanimidad del ‘poble’ catalán se basaba en el silencio de los que temían ser tachados de ‘malos catalanes’. Pero eso se ha roto.
Vayamos ya a la parte más interesante de En el huracán catalán.
Aunque Morel no lo menciona, entre los elementos que incluyó el
catalanismo en su plan, se encuentra el modelo esloveno para tratar con
los medios de comunicación extranjeros y, a través de ellos, transmitir
sus mensajes al mundo.
En 1988, el Gobierno de la República de
Eslovenia, todavía parte de la República Socialista Federativa de
Yugoslavia, empezó a preparar su secesión y entre sus decisiones estuvo
la contratación de diversas agencias de comunicación en Europa y Estados
Unidos. Además, mimó a los corresponsales que entraron en el país para
cubrir, primero, el referéndum ilegal (1990) y, luego, la proclamación
de independencia (1991).
Los nacionalistas catalanes han copiado de los eslovenos no sólo el referéndum, sino también la campaña mediática.
Los periodistas son buscadores de noticias, de declaraciones y de
imágenes, y la Generalitat de Mas y Puigdemont montaron una descomunal
estructura (pagada con fondos públicos) para facilitárselas.
Confidencias, despachos abiertos, dossieres, vídeos, listas de
Whatsapp…; y en varios idiomas. Este canal lo usaban los conspiradores
también para “transmitirnos la imagen más negativa posible del Estado
español”. Y al que se salía de la cola, “reprimendas en público a través
de Twitter, en los casos de presión más flagrantes”.
La revelación más destacada de Morel es
la amenaza que le hizo “un director de comunicación” del PDeCAT en junio
de 2017, durante una conversación en la que el apparatchik se
sintió “molesto” por el “escepticismo” de la corresponsal sobre el éxito
de la consulta del 1 de octubre: “Si compramos dos páginas de
publicidad en Le Monde, escribirás lo que tus jefes te digan”.
Ante el enfado de Morel, el susodicho trató de disculparse con un
“Bueno, así funcionan las cosas aquí”.
Si los catalanistas tratan así a quienes quieren seducir, ¡cómo tratarán a los ‘malos catalanes’ que se oponen a sus planes!
Todo lo anterior explica que la primera
frase del libro de Morel sea la siguiente: “Nunca he sentido que se
escrutara y se juzgara tanto mi trabajo como en el asunto de la
independencia de Cataluña”. Pero, hay que resaltarlo, desde un solo lado
del conflicto, ya que el Gobierno nacional destacó por su inoperancia,
tanto en el aspecto administrativo como en el comunicativo.
Mientras los nacionalistas iban
cumpliendo cada una de las fases de su plan, Moncloa anunciaba a los
corresponsales extranjeros, primero, que no se realizaría el referéndum,
porque los golpistas carecían de infraestructura y, después, que los
funcionarios no colaborarían porque se exponían a perder sus empleos
ganados en una ardua oposición. “La comunicación del Gobierno español no
iba más allá de los meros argumentos jurídicos”, confiesa Morel.
Por ejemplo, Rajoy sólo le concedió una entrevista en 2013, en la que respondió con frases hechas a las preguntas sobre el separatismo rampante (cumplir la ley, España como Estado-nación más antiguo de Europa, la igualdad entre los españoles…); la entonces vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría se negó a concederle siquiera una; y entre 2012 y 2016 sólo tuvo una reunión con el jefe de gabinete de Rajoy, Jorge Moragas, en la que éste dijo a los periodistas, como quien espanta una mosca, que en Moncloa estaban negociando con Barcelona y que no habría referéndum. Su conclusión es que “Rajoy no ha hecho política”. (Pedro Fernández Barbadillo es periodista y escritor, Somatemps, 13/06/18)
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