"«El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico.
Es un hombre destruido es, generalmente, un hombre poco hecho, un
hombre que hace cientos de años que pasa hambre y que vive en un estado
de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual.
Es un hombre
desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. A
menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada
constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. […]
Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su
propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría su mentalidad
anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad».
Esta es, literalmente transcrita, la opinión que Jordi Pujol dejó
escrita en un libro sobre los andaluces, propio, sin necesidad de que
nadie le preguntara.
Cuarenta años después sigue viva entre el
independentismo de estos días esa simiente xenófoba y faltona sembrada
por el gran padre del movimiento separatista, el gurú que marcó el
designio de la fuerza catalanista mientras iba y venía a los bancos de
Andorra.
No hay sino escuchar a la consejera de Asuntos Sociales de la
Generalitat, Dolors Bassa, acusando esta semana a Andalucía de llenar
Cataluña de jóvenes drogadictos, esos niños del pegamento que al parecer
ensombrecen la rectitud y probidad de los catalanes de pura cepa y
ensucian la Rambla de las Flores.
Del «España nos roba» hemos pasado al «España no droga», en el
tirabuzón más ofensivo que se ha escuchado últimamente a orillas del
Llobregat. Y mira que el catálogo es amplio y afrentoso. Recuerden a
Durán Lleida clamando desde su balcón cinco estrellas del hotel Palace
contra «los andaluces que cobran del PER por pasarse el día en la barra
del bar».
O a Francesc Homs (no confundir con el nacionalista homónimo
al que apodaban «Homs, el listo») afirmando sobre Andalucía que
«mientras Cataluña hacía la revolución industrial, otros pastoreaban
cabras».
O a Artur Mas diciendo que «a los niños andaluces no se les entiende
cuando hablan». Como vemos, son legión los políticos nacionalistas que
han ido vertiendo insultos a Andalucía a lo largo de los años.
Según los
«cruzados», ahora esa España «cleptómana» e «inculta» les manda yonkis,
como antes «Franco llenaba trenes de gente a ver si nos diluía», en
palabras recordadas por Montserrat Carulla, candidata de la lista
separatista en las últimas autonómicas.
Un desprecio tan ofensivo como aquella campaña de las Juventudes de
Convergencia promoviendo aquel infame «Apadrina a un niño extremeño» o
como aquel Joan Puigdercós que, siendo líder del ERC, afirmó que «en
Andalucía no paga impuestos ni Dios».
Visto el tremendo ademán xenófobo y
clasista de la facción separatista se entiende a la perfección que
desde su aburrida cesantía política Artur Más haya recibido, con el
mismo entusiasmo que la ultra Marine Le Pen, la victoria de Donald Trump
en las Presidenciales de Estados Unidos.
Unos la emprenden contra los
mexicanos y otros contra los andaluces, metáfora en carne y hueso de esa
«malvada España». Como a este batallón le dé por adoptar miserables no
va a dar abasto." (ÁLVARO MARTÍNEZ – ABC – 13/11/16, en Fundación para la Libertad)
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