"(...) Cataluña constituye una unidad de soberanía basada en la identidad
cultural. Traducido: los catalanes, porque somos distintos, tenemos que
pensarnos si distribuimos y decidimos con los demás. La comunidad
política sostenida en la identidad y el abandono de la unidad de
justicia distributiva. Desmontar un país y luego, si acaso, volver a
montarlo. (...)
La vieja política estaba instalada en esta perversa dinámica. Nuestro peculiar diseño institucional allanaba el camino a la dejación ante el nacionalismo. Unas veces ganaba el PP, otras el PSOE y siempre los nacionalistas.
La vieja política estaba instalada en esta perversa dinámica. Nuestro peculiar diseño institucional allanaba el camino a la dejación ante el nacionalismo. Unas veces ganaba el PP, otras el PSOE y siempre los nacionalistas.
Aún peor. El PSOE, a contrapelo de lo que cabría esperar
de la izquierda, siempre estaba dispuesto a instalarse en una mudadiza
equidistancia entre el PP y los nacionalistas. La secuencia, repetida
una y otra vez, tenía un límite absoluto: la ruptura de la soberanía.
Ese paso nadie parecía dispuesto a darlo. Hasta ahora. Lo que antes se
hacía por necesidad y desidia ahora se quiere hacer por convicción.
Tanta que a medio plazo puede acabar con Podemos por fragmentación.
Ciudadanos
era otra historia. Nació en nítida oposición al nacionalismo, producto
de la decepción ante el tripartito del PSC, que había comprado —y vendió
al PSOE— el diagnóstico de que nuestro reto político fundamental no es
la construcción de una sociedad de ciudadanos libres e iguales sino la
convivencia entre compactos pueblos dotados de identidades competitivas.
Las desigualdades no solo constituían un problema menor, sino que
incluso para algunos, asimétricos, eran la solución al recreado problema
territorial. No hay mejor prueba de esa perturbación que las defensas
de un concierto fiscal que, de facto, se traduce en privilegios, sobre
todo cuando invocan derechos históricos. Privilegios e identidad. Una
izquierda reaccionaria. (...)
No deberíamos olvidar la deprimente trayectoria del PSC: convencido de
que los otros catalanes eran suyos, buscó el voto convergente y, en
lugar de encauzarlo en un guion constitucional, acabó intoxicado por el
relato nacionalista.
Cuando uno “se abre a todas las sensibilidades” es
normal perderse en el camino. En su desnortamiento arrastró a la
izquierda española, que no entendía pero que, como quería creer, acabó
creyendo. Y así estamos, con un PSOE cada vez más parecido al PSC en sus
apuestas y en sus debacles.
Tan triste historia es el único sentido
reconocible de la vacua fórmula “vieja política”. Esperemos que la
“nueva” no comience por repetirla. Detrás no queda nada." (Félix Ovejero, El País, 26/10/16)
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