8/5/15

Uno no decide romper un país, y convertir en extranjeros a millones de conciudadanos, solo porque no le gusten los partidos de gobierno

"“El proceso es contra el Estado, no contra España”, repetía Artur Mas esta vez con motivo de la clausura de la asamblea de la Unión Provincial de Estanqueros de Barcelona. (...)

Pero ¿por qué no hablan claro? ¿Cómo pueden decir que el proceso no es contra España? Ya que no quieren admitir los riesgos de la secesión para Cataluña, ¿por qué no reconocen al menos que para el resto de España sería calamitosa? De hecho sí lo hacen, y de forma constante, aunque solo implícitamente cuando se recrean insistiendo en la insignificancia de España, Cataluña al margen. 

Pero acto seguido salen con lo de la solución win-win, el “divorcio amistoso” y demás ocurrencias orientadas a esconder la cruda verdad, que es que a los impulsores del proceso les trae al fresco lo que le ocurra al resto de España.  

 Por suerte, su indiferencia choca con el sentir de la mayoría de los catalanes, que a pesar de todo seguimos identificándonos mutuamente con el resto de los españoles, seguimos teniendo un fuerte sentimiento de solidaridad para con ellos y seguimos sintiéndonos parte de una misma comunidad política. Es precisamente por eso por lo que los partidarios de la secesión no hablan claro.  (...)

Y si cuela, cuela. Así, en una interesante entrevista con Salvador Sostres en El Mundo sobre el día después de una hipotética secesión, Junqueras decía: “Ni vemos ni veremos a España como algo que hay que expulsar de Cataluña, y estaremos encantados de cooperar en todo lo posible”. 

Y añadía: “Tanto en materia de seguridad, coordinando nuestros recursos y estrategias, como en asuntos de representación internacional, como por ejemplo hacen Suecia, Noruega y Dinamarca, que en algunos países comparten embajada”. Vaya, que, en lugar de finiquitar la unidad de España, el verdadero objetivo de los independentistas catalanes es fomentar la cooperación y procurar el bien común. Ver para creer.

La ocurrencia, empero, no es nueva. No es ni de Mas ni de Junqueras, ni siquiera de Carme Forcadell, sino que ya circulaba a principios del siglo pasado, y entonces ya resultaba tan absurda como ahora. Agustí Calvet, Gaziel, en su artículo Una salida arriesgada (recogido en la magnífica obra Tot s’ha perdut, editada por Jordi Amat) definió la idea como una “aberración ideológica”. 

Ya en 1922 Gaziel decía: “Lo inconcebible, a mi juicio, es que haya alguien a quien, repugnándole el separatismo integral, esté sin embargo convencido de que debe llevarse a cabo; y ello con el exclusivo fin de buscar inmediatamente, entre sus mismos enemigos, a los colaboradores necesarios a la obra de reconstrucción que es, en realidad, lo único que persigue. ¡Vamos!”. Para Gaziel, eso son ganas de jugar con las palabras. (...)

Como apuntaba Gaziel, “si a un catalán le repugna el separatismo integral -es decir, el separatismo de España y no solo del Estado español-, y lo único que persigue es una Reconstrucción Hispánica (sic), ¿por qué se llamará separatista, si no es para despistarnos?”. Vaya, que o se es separatista o no se es, pero no se puede ser separatista del Estado español y no de la nación española, es decir, de las gentes de España. 

Uno no decide romper un país, y convertir en extranjeros a millones de conciudadanos, solo porque no le gusten los partidos de gobierno, la distribución territorial del poder o el sistema de financiación. Al fin y al cabo, poco parece importarles a los separatistas la suerte del resto de los españoles cuando están dispuestos a salir por piernas y dejarlos a merced de ese Estado supuestamente antidemocrático y perverso del que los propios separatistas huyen despavoridos.

El problema es que, lejos de engrandecer Cataluña, la obstinación de los separatistas la empequeñece a los ojos del resto de España y de la comunidad internacional, que no hace tanto recibía a los presidentes de la Generalidad con honores de jefe de Estado precisamente por su condición de representantes del Estado español. Pero eso era cuando a Pujol todavía le interesaba jugar a ser Bismarck en España. 

Entonces, España era una “realidad entrañable” (Pujol dixit) y Cataluña no era una colonia sino la vanguardia y el motor de España. Pero donde dije “digo” digo “Diego”, y ahora resulta que Cataluña sí que es una colonia y que, como toda colonia, necesita su libertador, y este no es otro que Artur Mas, el Bolívar de Cataluña, el mismo que cuando Cataluña todavía no era una colonia proclamaba: “El concepto de independencia lo veo anticuado y un poco oxidado”. Claro que eso era en el 2002, y trece años dan para mucho.  (...)"                 (Nacho Martín Blanco, Crónica Global, Lunes, 4 de mayo de 2015)

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