2/1/15

Bastó un resoplido sin complejos en tierras catalanas contra la casta soberanista, para que la jauría desatara su ira contra PODEMOS

"Las redes sociales, con la biógrafa de Artur Mas a la cabeza, Pilar Rahola, acaban de desenterrar al Rey del Paralelo, el inefable Alejandro Lerroux en la figura de Pablo Iglesias. Bastó un resoplido sin complejos en tierras catalanas contra la casta soberanista, para que la jauría desatara su ira contra el Lerroux de Vallecas. (...)

Tienen razones para estar aterrados. Podemos no quita votos al independentismo, pero frena su expansión a los cotos castellanohablantes del cinturón rojo de Barcelona y recupera a cientos de miles, varados hasta ahora en la abstención.

Tienen razones para recurrir al estigma, por primera vez en 34 años, una izquierda de manual, radical y crecida, planta cara a la casta soberanista de derechas, y desenmascara el colaboracionismo de la izquierda con ella. (...)

Su discurso ha sido el alegato más corrosivo contra el nacionalismo secesionista que se haya hecho desde que Ciudadanos irrumpiera en el Parlamento autonómico de Cataluña. En forma y contenido.  (...)

En forma, porque quiso enfatizar desde el principio la ruptura total con la casta catalana ("Quienes tienen cuentas en Suiza o Andorra tienen un nombre. Traidor. Traidores a su pueblo. Se llamen Pujol o se llamen Rodrigo Rato, no tienen más patria que su dinero"); y en contenido, porque el derecho a decidir que defendió lo generalizó a todo y lo priorizó en temas sociales, relegando el derecho a decidir la independencia a un proceso constituyente sin fecha ni concreción ("Derecho a decidir, ¡por supuesto!

 Pero el derecho a decidir implica decidir sobre todas las cosas, sobre lo que construye la soberanía, que es la democratización de la economía, derecho a decidir que la ley no persiga a la gente que no pueda pagar una hipoteca, que la ley persiga a los evasores fiscales").

En forma, porque dejó claro a la izquierda secesionista que él nunca pactará con la derecha ningún tema ("A mí no me veréis darme un abrazo ni con Rajoy ni con Mas"), y en contenido, porque nombró uno por uno los problemas sociales que esa izquierda ha relegado en nombre de la nación. (...)

En forma, porque se preguntó retóricamente a sí mismo, "¿Quiero yo que Cataluña se vaya?", y con emoción contenida se respondió: "No quiero"; es decir, sin expresar un rechazo explícito a la autodeterminación, impugnó implícitamente la independencia, hecho que no pasó desapercibido por los miles de seguidores que abarrotaban el interior y exterior del Centre Municipal d’Esports Olimpics del Vall d’Hebrón. 

A juzgar por la euforia desbordada que despertó, el guiño es relevante, definitivo contra las aspiraciones del independentismo,  (...)

En forma, porque arremetió sin piedad contra el uso y abuso de las banderas, de todas las banderas. En contenido, porque desenmascaraba así la utilización obsesiva de la estelada como marca de territorio e instrumento de la derecha para disolver la lucha de clases en odios inducidos contra un enemigo exterior:

 "Vamos a hablar de patria. Algunos dicen que la patria es la pulsera que llevan en la muñeca, algunos llevan la pulsera con la bandera de España, otro llevan en la muñeca la pulsera de Cataluña, algunos, muy modernos, le añaden la bandera de la Unión Europea. No me importan las pulseras, me importan las cuentas bancarias. Quienes tienen cuentas en Suiza o Andorra tienen un nombre. Traidor. Traidores a su pueblo. Se llamen Pujol o se llamen Rodrigo Rato, no tienen más patria que su dinero".  (...)

Llegué al lugar del mitin en metro una hora y cuarto antes. Quería palpar la atmósfera del primer baño de masas de Pablo Iglesias en Barcelona. Al llegar, los andenes estaban abarrotados de gentes que confluían como una riada en dirección al pabellón deportivo.

 La premura en coger sitio, la excitación del ambiente, el aire de fiesta y el entusiasmo que mostraban personas que ni siquiera se conocían entre sí, me indicaron enseguida el fervor que Podemos suscitaba. Intenté calibrar cada detalle. La mayoría hablaba castellano, los vértices de edad iban de 30 a 50 años, sus maneras recordaban la cultura obrera del cinturón industrial de Barcelona y a los hijos de la inmigración instalados ya en profesiones liberales. 

Mucho votante del PSC, y de la izquierda en general, hastiados de estas formaciones. Según una encuesta del periódico independentista Ara, la radiografía de podemos en Cataluña arroja las siguientes cifras: un 41% proviene de la abstención o del voto en blanco, un 15% del PSC, un 11% de ICV-EUiA, un 8% de ERC, un 5% de CiU, un 5% de C’s, y un 16% no sabe o no contesta. Según tal radiografía, un 47 % proviene de la clase media, un 37 % de la clase media/baja y un 20 % de la clase baja. Solo un 3% de la clase media/alta.

La impaciencia que se respiraba una hora antes del inicio del mitin por ver y escuchar a su líder se reflejaba en gritos aislados de "¡Pablo, presidente!" o en intentos intermitentes de corear el "¡Sí podemos!, ¡sí podemos!, ¡sí podemos! 

Me paseo por el recinto, recorro conversaciones, tomo fotos, falta algo, no sé qué, algo extraño que no logró concretar. Al fin caigo, no hay una sola bandera, ni una. Ni dentro ni fuera. Asombrosa la circunstancia. Imposible de explicar en una Cataluña donde la estelada lo ha profanado todo, eventos, actos de cualquier color y condición, parques, fachadas, edificios oficiales, farolas, y cualquier lugar emblemático para marcar territorio.

 Quien quiera entender esa ausencia como un dato irrelevante, que lo haga, pero se pasará por alto dos hechos fundamentales: el dirigismo de la dirección, por mucho que alardeen de democracia popular, y la determinación de huir de los instrumentos simbólicos de alienación que la casta utiliza para controlar el poder. En su lugar, camisetas moradas con el logo de Podemos y algunas pancartas del mismo color.  

A medida que se fue acercando la hora, los intentos de encender las gradas al grito de guerra, "¡Sí podemos!", se multiplicaron, hasta que a las 11:20, cuarenta minutos antes del inicio, cuajaron. Imponía la fuerza depositada en el eslogan. Aquello entroncaba directamente con los primeros mítines de la transición política y dejaba en el aire pasión y fe por los nuevos modos de hacer política.

 El líder se palpaba en el ambiente. Gritos aislados de "¡Pablo!", "¡Pablo, presidente!", "El pueblo unido jamás será vencido" y de nuevo "¡Sí podemos!, ¡sí podemos!, ¡sí podemos!", recreaba más un ritual religioso que político. Y se acentuó a medida que nos acercamos a las 12 de la mañana.

 Para entonces, todos estaban pendientes del líder. Quien más quien menos, barruntaba por dónde entraría. Finalmente, las miradas ansiosas se concentraron bajo la entrada coronada por "Podem", grandes letras de poliespán blanco. Esta vez, sí, en catalán. Lo único, a excepción de la presentadora y la telonera. Eslóganes y gritos, todos fueron en castellano. 

Eso indica que las decisiones aún no están burocratizadas, cuando lo estén, será el catalán el que acapare cualquier comunicación. Ya pasó con el 15M. Como movimiento espontáneo, los eslóganes, los mensajes y pancartas eran mayoritariamente en castellano, a medida que se controló por el nacionalismo y la izquierda oficial, el paisaje lingüístico cambió radicalmente al catalán.

Unos metros después de la puerta de entrada al recinto, también en grandes letras, el público le esperaba con el eslogan "Vuestro odio, nuestra sonrisa". Extraña paradoja, pues en buena medida, muchos votantes de Podemos obedecen más a la necesidad de vengarse de tanto político corrupto, que a su confianza en una alternativa política contrastada.

De pronto, un remolino de cámaras y gentes crearon una gran expectación. No era Pablo, sino Pasqual Maragall. El público lo recibió con muchos aplausos. Para cuando salió el líder 20 minutos después de la hora prevista, al grito de "¡Pablo presidente!", la gente estaba entregada al aquelarre de Podemos. El resto, delirio. 

Me recordó muchísimo a las masas enfervorecidas que llenaron la Monumental en plena transición del 1977 con la llegada de Felipe González. No me quedó duda alguna que había nacido un líder de masas con más capacidades de las que sus enemigos le escatiman. Más para mal que para bien. ¿Qué por qué? Porque el entusiasmo de la gente suele permitir a los líderes abusar de su posición de poder. (...)"          (Antonio Robles, Crónica Global, Jueves, 25 de diciembre de 2014)

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