"Las redes sociales, con la biógrafa de Artur Mas a la cabeza, Pilar
Rahola, acaban de desenterrar al Rey del Paralelo, el inefable Alejandro
Lerroux en la figura de Pablo Iglesias. Bastó un resoplido sin
complejos en tierras catalanas contra la casta soberanista, para que la
jauría desatara su ira contra el Lerroux de Vallecas. (...)
Tienen razones para estar aterrados. Podemos no quita votos al
independentismo, pero frena su expansión a los cotos castellanohablantes
del cinturón rojo de Barcelona y recupera a cientos de miles, varados
hasta ahora en la abstención.
Tienen razones para recurrir al estigma, por primera vez en 34 años,
una izquierda de manual, radical y crecida, planta cara a la casta
soberanista de derechas, y desenmascara el colaboracionismo de la
izquierda con ella. (...)
Su discurso
ha sido el alegato más corrosivo contra el nacionalismo secesionista
que se haya hecho desde que Ciudadanos irrumpiera en el Parlamento
autonómico de Cataluña. En forma y contenido. (...)
En forma, porque quiso enfatizar desde el principio la ruptura total
con la casta catalana ("Quienes tienen cuentas en Suiza o Andorra tienen
un nombre. Traidor. Traidores a su pueblo. Se llamen Pujol o se llamen
Rodrigo Rato, no tienen más patria que su dinero"); y en contenido,
porque el derecho a decidir que defendió lo generalizó a todo y lo
priorizó en temas sociales, relegando el derecho a decidir la
independencia a un proceso constituyente sin fecha ni concreción
("Derecho a decidir, ¡por supuesto!
Pero el derecho a decidir implica
decidir sobre todas las cosas, sobre lo que construye la soberanía, que
es la democratización de la economía, derecho a decidir que la ley no
persiga a la gente que no pueda pagar una hipoteca, que la ley persiga a
los evasores fiscales").
En forma, porque dejó claro a la izquierda secesionista que él nunca
pactará con la derecha ningún tema ("A mí no me veréis darme un abrazo
ni con Rajoy ni con Mas"), y en contenido, porque nombró uno por uno los
problemas sociales que esa izquierda ha relegado en nombre de la
nación. (...)
En forma, porque se preguntó retóricamente a sí mismo, "¿Quiero yo que
Cataluña se vaya?", y con emoción contenida se respondió: "No quiero";
es decir, sin expresar un rechazo explícito a la autodeterminación,
impugnó implícitamente la independencia, hecho que no pasó desapercibido
por los miles de seguidores que abarrotaban el interior y exterior del
Centre Municipal d’Esports Olimpics del Vall d’Hebrón.
A juzgar por la
euforia desbordada que despertó, el guiño es relevante, definitivo
contra las aspiraciones del independentismo, (...)
En forma, porque arremetió sin piedad contra el uso y abuso de las
banderas, de todas las banderas. En contenido, porque desenmascaraba así
la utilización obsesiva de la estelada como marca de
territorio e instrumento de la derecha para disolver la lucha de clases
en odios inducidos contra un enemigo exterior:
"Vamos a hablar de
patria. Algunos dicen que la patria es la pulsera que llevan en la
muñeca, algunos llevan la pulsera con la bandera de España, otro llevan
en la muñeca la pulsera de Cataluña, algunos, muy modernos, le añaden la
bandera de la Unión Europea. No me importan las pulseras, me importan
las cuentas bancarias. Quienes tienen cuentas en Suiza o Andorra tienen
un nombre. Traidor. Traidores a su pueblo. Se llamen Pujol o se llamen
Rodrigo Rato, no tienen más patria que su dinero". (...)
Llegué al lugar del mitin en metro una hora y cuarto antes. Quería
palpar la atmósfera del primer baño de masas de Pablo Iglesias en
Barcelona. Al llegar, los andenes estaban abarrotados de gentes que
confluían como una riada en dirección al pabellón deportivo.
La premura
en coger sitio, la excitación del ambiente, el aire de fiesta y el
entusiasmo que mostraban personas que ni siquiera se conocían entre sí,
me indicaron enseguida el fervor que Podemos suscitaba. Intenté calibrar
cada detalle. La mayoría hablaba castellano, los vértices de edad iban
de 30 a 50 años, sus maneras recordaban la cultura obrera del cinturón
industrial de Barcelona y a los hijos de la inmigración instalados ya en
profesiones liberales.
Mucho votante del PSC, y de la izquierda en
general, hastiados de estas formaciones. Según una encuesta del
periódico independentista Ara, la radiografía de podemos en
Cataluña arroja las siguientes cifras: un 41% proviene de la abstención o
del voto en blanco, un 15% del PSC, un 11% de ICV-EUiA, un 8% de ERC,
un 5% de CiU, un 5% de C’s, y un 16% no sabe o no contesta. Según tal
radiografía, un 47 % proviene de la clase media, un 37 % de la clase
media/baja y un 20 % de la clase baja. Solo un 3% de la clase
media/alta.
La impaciencia que se respiraba una hora antes del inicio del mitin
por ver y escuchar a su líder se reflejaba en gritos aislados de
"¡Pablo, presidente!" o en intentos intermitentes de corear el "¡Sí
podemos!, ¡sí podemos!, ¡sí podemos!
Me paseo por el recinto, recorro
conversaciones, tomo fotos, falta algo, no sé qué, algo extraño que no
logró concretar. Al fin caigo, no hay una sola bandera, ni una. Ni
dentro ni fuera. Asombrosa la circunstancia. Imposible de explicar en
una Cataluña donde la estelada lo ha profanado todo, eventos,
actos de cualquier color y condición, parques, fachadas, edificios
oficiales, farolas, y cualquier lugar emblemático para marcar
territorio.
Quien quiera entender esa ausencia como un dato irrelevante,
que lo haga, pero se pasará por alto dos hechos fundamentales: el
dirigismo de la dirección, por mucho que alardeen de democracia popular,
y la determinación de huir de los instrumentos simbólicos de alienación
que la casta utiliza para controlar el poder. En su lugar, camisetas
moradas con el logo de Podemos y algunas pancartas del mismo color.
A medida que se fue acercando la hora, los intentos de encender las
gradas al grito de guerra, "¡Sí podemos!", se multiplicaron, hasta que a
las 11:20, cuarenta minutos antes del inicio, cuajaron. Imponía la
fuerza depositada en el eslogan. Aquello entroncaba directamente con los
primeros mítines de la transición política y dejaba en el aire pasión y
fe por los nuevos modos de hacer política.
El líder se palpaba en el
ambiente. Gritos aislados de "¡Pablo!", "¡Pablo, presidente!", "El
pueblo unido jamás será vencido" y de nuevo "¡Sí podemos!, ¡sí podemos!,
¡sí podemos!", recreaba más un ritual religioso que político. Y se
acentuó a medida que nos acercamos a las 12 de la mañana.
Para entonces,
todos estaban pendientes del líder. Quien más quien menos, barruntaba
por dónde entraría. Finalmente, las miradas ansiosas se concentraron
bajo la entrada coronada por "Podem", grandes letras de poliespán
blanco. Esta vez, sí, en catalán. Lo único, a excepción de la
presentadora y la telonera. Eslóganes y gritos, todos fueron en
castellano.
Eso indica que las decisiones aún no están burocratizadas,
cuando lo estén, será el catalán el que acapare cualquier comunicación.
Ya pasó con el 15M. Como movimiento espontáneo, los eslóganes, los
mensajes y pancartas eran mayoritariamente en castellano, a medida que
se controló por el nacionalismo y la izquierda oficial, el paisaje
lingüístico cambió radicalmente al catalán.
Unos metros después de la puerta de entrada al recinto, también en
grandes letras, el público le esperaba con el eslogan "Vuestro odio,
nuestra sonrisa". Extraña paradoja, pues en buena medida, muchos
votantes de Podemos obedecen más a la necesidad de vengarse de tanto
político corrupto, que a su confianza en una alternativa política
contrastada.
De pronto, un remolino de cámaras y gentes crearon una gran
expectación. No era Pablo, sino Pasqual Maragall. El público lo recibió
con muchos aplausos. Para cuando salió el líder 20 minutos después de la
hora prevista, al grito de "¡Pablo presidente!", la gente estaba
entregada al aquelarre de Podemos. El resto, delirio.
Me recordó
muchísimo a las masas enfervorecidas que llenaron la Monumental en plena
transición del 1977 con la llegada de Felipe González. No me quedó duda
alguna que había nacido un líder de masas con más capacidades de las
que sus enemigos le escatiman. Más para mal que para bien. ¿Qué por qué?
Porque el entusiasmo de la gente suele permitir a los líderes abusar de
su posición de poder. (...)" (Antonio Robles, Crónica Global, Jueves, 25 de diciembre de 2014)
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