"(...) ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo hemos llegado a un punto en que
una fantasía decimonónica cuya realización conllevaría la ruina de
Cataluña y también probablemente de toda España sea el proyecto político
del Gobierno catalán y del principal partido de la oposición, de su
sumisa opinión pública y de una masa de ciudadanos a los que se ha
implantado el “falso recuerdo” de un agravio y la convicción de que
tienen un cheque millonario a cobrar en el banco del futuro?
(...) parece como si la izquierda, y especialmente los partidos socialistas
(PSOE y PSC), fueran ajenos y exteriores al enredo y no tuvieran
responsabilidad en él.
Por el contrario, alguna responsabilidad tienen. Recordemos que para
alcanzar la presidencia de la Generalitat Pasqual Maragall formó una
coalición “de izquierdas” con ICV y con la ERC de Carod. No voy a
exponer ahora qué es ERC; no, no mencionaré los desfiles de masas
uniformadas, las llamas votivas a los caídos, el culto a himnos y
banderas, los desfiles nocturnos con antorchas (sic), el discurso
xenófobo de sus sucesivos líderes desde Herrera a Carod, el matonismo de
sus juventudes ni el proyectado golpe de Estado, que no otra cosa es la
llamada Declaración Unilateral de Independencia de Junqueras.
Lo
significativo del pacto Maragall-Carod es que rompió un tabú: “ser de
izquierdas” o “ser progresista” quería decir hasta entonces, por lo
menos aquí y entre otras cosas, desdeñar el chovinismo, pensar en
términos de la comunidad humana internacional, aspirar a cierto
“cosmopolitismo” de los derechos y del espíritu (un concepto que provoca
urticaria entre la gente que ama sus “raíces”, su “pertenencia”, su
“identidad”).
El nacionalismo era por definición rancio y sólo aceptable
para los cínicos, para los carlistas y para cuatro frikis. Maragall,
coronado como príncipe de la modernidad municipal en el 92, rompió ese
tabú. Él desempolvó la palabra “patriota” como elogio… para aplicárselo,
además, a Jordi Pujol. Después de 23 años de nacionalismo conservador
instauró un nacionalismo de izquierdas cuya primera tarea fue redactar
un nuevo Estatuto de Autonomía divisorio, conflictivo, que nadie le
había pedido y del que él mismo dijo:
“Ya tenemos una nueva
Constitución, una nueva ley fundamental en Cataluña”, en la cual, qué
bien, “el Estado tiene un carácter meramente residual”.
No vale la pena volver sobre aquello, ni sobre los extraños viajes de
Carod, ni sobre las multas lingüísticas, ni sobre la atmósfera de aquel
tiempo, ni sobre tantas iniciativas perniciosas que dieron pie al
nacimiento de nuevos partidos que han venido a disputarle a los
socialistas su electorado.
En demasiados aspectos los tripartitos
prolongaron el pujolismo allí donde Pujol no se había atrevido a llegar y
sembraron el desafío de hoy: fue José Montilla quien siendo el mayor
representante del Estado en Cataluña encabezó una multitudinaria
manifestación contra las correcciones del Tribunal Constitucional al
Estatut, mani de la que por cierto tuvo que salir huyendo,
acosado por la masa a la que había convocado. ¡Me alegra que en el
Senado está a salvo de sí mismo! (...)
Dada la responsabilidad, siquiera parcial o compartida, que han tenido
las izquierdas en esta actualidad descabellada, dudo de que el PSOE o el
PSC anden sobrados de legitimidad para proponer por su cuenta y riesgo,
y menos después de negociar con quien declara enemigo al Estado y
alardea de “engañarlo con astucia”, reformas constitucionales,
federalismos, terceras o cuartas vías, asimetrías y fildurcios que de
todas maneras no aplacarán la sed insaciable de soberanía de los que han
sido educados en el desprecio y aborrecimiento de todo lo que suene a
español, en el chovinismo y en un sentimiento de agravio ya muy
fosilizado. (...)" (
Ignacio Vidal-Folch , El País,
17 DIC 2014)
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