17/12/14

¿Cómo hemos llegado a ese punto en el que la realización del proyecto de un Gobierno pueda conducir a la ruina de Cataluña, y probablemente también de toda España?

"(...) ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo hemos llegado a un punto en que una fantasía decimonónica cuya realización conllevaría la ruina de Cataluña y también probablemente de toda España sea el proyecto político del Gobierno catalán y del principal partido de la oposición, de su sumisa opinión pública y de una masa de ciudadanos a los que se ha implantado el “falso recuerdo” de un agravio y la convicción de que tienen un cheque millonario a cobrar en el banco del futuro?

 (...) parece como si la izquierda, y especialmente los partidos socialistas (PSOE y PSC), fueran ajenos y exteriores al enredo y no tuvieran responsabilidad en él.

Por el contrario, alguna responsabilidad tienen. Recordemos que para alcanzar la presidencia de la Generalitat Pasqual Maragall formó una coalición “de izquierdas” con ICV y con la ERC de Carod. No voy a exponer ahora qué es ERC; no, no mencionaré los desfiles de masas uniformadas, las llamas votivas a los caídos, el culto a himnos y banderas, los desfiles nocturnos con antorchas (sic), el discurso xenófobo de sus sucesivos líderes desde Herrera a Carod, el matonismo de sus juventudes ni el proyectado golpe de Estado, que no otra cosa es la llamada Declaración Unilateral de Independencia de Junqueras.

 Lo significativo del pacto Maragall-Carod es que rompió un tabú: “ser de izquierdas” o “ser progresista” quería decir hasta entonces, por lo menos aquí y entre otras cosas, desdeñar el chovinismo, pensar en términos de la comunidad humana internacional, aspirar a cierto “cosmopolitismo” de los derechos y del espíritu (un concepto que provoca urticaria entre la gente que ama sus “raíces”, su “pertenencia”, su “identidad”). 

El nacionalismo era por definición rancio y sólo aceptable para los cínicos, para los carlistas y para cuatro frikis. Maragall, coronado como príncipe de la modernidad municipal en el 92, rompió ese tabú. Él desempolvó la palabra “patriota” como elogio… para aplicárselo, además, a Jordi Pujol. Después de 23 años de nacionalismo conservador instauró un nacionalismo de izquierdas cuya primera tarea fue redactar un nuevo Estatuto de Autonomía divisorio, conflictivo, que nadie le había pedido y del que él mismo dijo:
 “Ya tenemos una nueva Constitución, una nueva ley fundamental en Cataluña”, en la cual, qué bien, “el Estado tiene un carácter meramente residual”.

No vale la pena volver sobre aquello, ni sobre los extraños viajes de Carod, ni sobre las multas lingüísticas, ni sobre la atmósfera de aquel tiempo, ni sobre tantas iniciativas perniciosas que dieron pie al nacimiento de nuevos partidos que han venido a disputarle a los socialistas su electorado.

 En demasiados aspectos los tripartitos prolongaron el pujolismo allí donde Pujol no se había atrevido a llegar y sembraron el desafío de hoy: fue José Montilla quien siendo el mayor representante del Estado en Cataluña encabezó una multitudinaria manifestación contra las correcciones del Tribunal Constitucional al Estatut, mani de la que por cierto tuvo que salir huyendo, acosado por la masa a la que había convocado. ¡Me alegra que en el Senado está a salvo de sí mismo!  (...)

Dada la responsabilidad, siquiera parcial o compartida, que han tenido las izquierdas en esta actualidad descabellada, dudo de que el PSOE o el PSC anden sobrados de legitimidad para proponer por su cuenta y riesgo, y menos después de negociar con quien declara enemigo al Estado y alardea de “engañarlo con astucia”, reformas constitucionales, federalismos, terceras o cuartas vías, asimetrías y fildurcios que de todas maneras no aplacarán la sed insaciable de soberanía de los que han sido educados en el desprecio y aborrecimiento de todo lo que suene a español, en el chovinismo y en un sentimiento de agravio ya muy fosilizado. (...)"          ( El País17 DIC 2014)

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