23/12/14

“Catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña”... aunque no quiera ser catalán

"(...) En una sociedad abierta, plural, laica, heterogénea, diversa y mestiza resulta inconcebible pensar que los individuos se relacionen de una única manera —esto es, que puedan compartir una sola y misma identidad— con una realidad tan compleja.

 Por el contrario, en una sociedad fuertemente empastada por unas creencias religiosas compartidas por todos, o que ha hecho de la lengua su bandera emotiva unificadora, esto es, con un imaginario colectivo que no admite las diferencias, el vínculo identitario puede acabar resultando intensamente cohesionador.

 De ahí la necesidad que todos los nacionalismos han tenido de un poderoso enemigo exterior. Porque cuanto más exterior —cuando menos tenga que ver con los nuestros— y más poderoso, más aboca a los individuos a relacionarse con su comunidad presuntamente en peligro de una sola y misma manera.

Pero si todo esto nos parece que en efecto está superado, lo que corresponde es actuar en consecuencia. Deberíamos recuperar la vieja definición, evocada no sin cierta nostalgia el pasado miércoles en estas mismas páginas por Francesc de Carreras, según la cual “catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña”, añadiéndole, si acaso, nuevas determinaciones, siempre que pertenezcan inequívocamente al ámbito material, como, por ejemplo: “...y está empadronado” o “...y tiene la tarjeta sanitaria”, o cualquier otra que pudiéramos consensuar. 

Pero lo que sin ningún género de duda debería ser eliminado es ese “...y quiere ser catalán”, de perfume inexcusablemente identitario, que le añadió en su momento Jordi Pujol. Porque ¿acaso hay una manera inequívoca de “ser catalán” de cuya adhesión pueda depender el ser reconocido como tal? 

Si de verdad nos creemos lo de las identidades múltiples y variopintas, el requisito de “querer ser catalán” está fuera de lugar.

Que alguien pueda mantener un intenso vínculo emotivo con determinadas realidades de su entorno (con el paisaje, la gente, la lengua y la cultura, el pasado compartido, con determinados símbolos, etcétera) casi podríamos decir que es antropológicamente inevitable. 

Pero el trecho que separa eso del amor a la patria y otros registros identitarios habituales en el discurso político son, con demasiada frecuencia, el territorio de la manipulación."              ( , El País, Barcelona 20 DIC 2014)

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