" (...) Los miembros de una comunidad política se pueden agrupar según
distintos criterios: sexo, color de la piel, religión, nivel de renta,
edad. Casi todos ellos dan pie a experiencias compartidas, pero de ahí
no se deriva ninguna legitimidad especial como grupo.
La justificación
de su acción política común existe solo cuando, en virtud de sus rasgos,
se ven privados de derechos, como sucedió con los movimientos de
derechos civiles. En ese caso, su objetivo político atendible consiste
en convertirse en ciudadanos como los demás, no en ciudadanos aparte.
Si
esa posibilidad se les niega, se justifica su ruptura con la comunidad
política y sus decisiones. De ahí mismo arranca el reconocido derecho a
la secesión (remedial seccesion) de territorios no ocupados:
una violación persistente de derechos humanos básicos.
La secesión no se
sostiene en la simple voluntad de separarse, sino en ausencia de
democracia o injusticia. Si hay democracia, no cabe la secesión. Más
exactamente, la secesión hace imposible la democracia: si yo me marcho
porque no me gusta lo que todos hemos decidido, no hay decisión
verdaderamente democrática.
La segunda, cimentar la ciudadanía en la identidad, plantea muchas
dudas acerca de la calidad moral del nacionalismo. La ciudadanía no está
vinculada al cumplimiento de la ley, sino a un contenido esencial: se
es ciudadano solo en la medida en que se comparten ciertos rasgos.
Hay
ciudadanos de primera, más puros y otros de peor calidad, en la medida
que comparten menos rasgos que han de “integrarse” (sin estropear la
pureza). De ahí se siguen con naturalidad la exclusión, la simple
descalificación —como conciudadanos— de los discrepantes
(“antipatriotas”) y cosas peores. Es la que asume Pujol, una idea
inquietante, pero consistente.
La tercera posibilidad coloca al nacionalismo en la frontera de la
contradicción: los individuos creen que son una nación, pero ignoran que
lo creen o, en otra versión, niegan ser lo que verdaderamente quieren
ser. Tendrían una suerte de “voluntad nacional inconsciente (o latente)”
que los nacionalistas, al alentar la “conciencia nacional” y recordar
al grupo que “constituye una nación”, intentarían recuperar.
En
principio, no es imposible que uno no sepa lo que realmente es o hasta
que pretenda negarlo. En una película de Douglas Sirk, una hija de
negra, con pinta de blanca, se empeña en ignorar su condición. Eso sí,
para que ese guion tenga sentido hay que precisar cuál es la “verdadera
identidad”, dotar de contenido a lo que no se quiere ser, pero se es.
Se
puede decir, por ejemplo, que mi propia lengua no es mi lengua propia,
la verdadera: una idea absurda, pero inteligible. En todo caso, la
operación no sale gratis. Cualquier intento de salvar esos desbarajustes
requiere abandonar la retórica democrática o voluntarista y recalar en
la nación étnica o identitaria: hay que precisar qué es lo que realmente
se es o que es lo que se quiere que se sea (“es catalán todo aquel que
vive y trabaja en Cataluña y quiere ser…. catalán”): la identidad
genuina.
Como se ve, el nacionalismo, como movimiento político, tarde o
temprano, se ve obligado a prescindir de toda decoración democrática o
voluntarista. Vamos, lo de Pujol otra vez. El nacionalismo sin
paradojas. El único camino. El de siempre." (EL PAÍS 11/04/14,
FÉLIX OVEJERO, en Fundación para la Libertad)
FÉLIX OVEJERO, en Fundación para la Libertad)
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