"(...) —¿Hay fractura social ya o se puede evitar aún?
—Todo es reversible. El mundo soberanista se ha marcado unas
expectativas muy altas, ha puesto una fecha para la consulta, el 9 de
noviembre, y el imperativo de que hay que votar. Han cargado tanto esas
expectativas que la posibilidad de un cierto desbordamiento puede
ocurrir.
¿Fractura social? Hay familias donde este tema incomoda y han
dejado de hablar de ello. Se han extremado las posturas y te obligan a
pronunciarte a favor o en contra, a comprar o no el argumentario de que
«España nos roba», o que no nos quieren…
Y si no estás de acuerdo, la
división es muy grande. Prueba de ello es que hay mucha gente que no
quiere pronunciarse, significarse y estamos en una espiral de silencio,
de miedo y de máxima prudencia. (...)
—Alega argumentos económicos y culturales para rechazar la
independencia, pero el soberanismo los califica como «el discurso del
miedo».
—Frente a lo que llaman «discurso del miedo» ellos recurren al
voluntarismo, piensan que seremos como Holanda en lugar de Portugal.
Cuando se dice que no nos conviene la separación es por razones muy
objetivas. A veces cuando se desactiva, te acusan de intentar asustar a
la gente.
Si nos fijamos en los documentos económicos de los
independentistas, que también son solventes, admiten una pérdida del PIB
de un 2, un 10 o un 20%. Lo cierto es que la independencia nos hará más
pobres. Ellos intentan disimularlo con el tema del déficit fiscal. No
es miedo, es realismo.
—Pero parece que el tema económico ya no es suficiente, es un asunto
sentimental, hay quien está dispuesto a pasarlo mal unos años…
—Claro, si hay quien piensa que su identidad es incompatible con
otra, ya es un asunto casi religioso, de fe, y no puedes entrar a
discutir. Es imposible, es un problema de querencia. Ellos parten de un
núcleo de catalanes que entienden que no es compatible ser al mismo
tiempo español e intentan convencer a muchos catalanes, que comparten
otras identidades sin problema, con asuntos económicos.
Les prometen que
saldrán de la crisis si salimos de España, o echamos inmigrantes o
salimos del euro. Esto es lo que hay que desmontar, demostrar que sería
un mal negocio.
—¿Cómo se ha producido este proceso tan rápidamente?
—Por un lado, se debe a una acción activa de las clases medias y de
la Cataluña interior, convencidas de que se puede cambiar todo a través
de la independencia, que tiene algo de progresismo de izquierdas, de
revolución, de construir un nuevo país. Esto es de un infantilismo y de
un populismo terrible y peligrosísimo, creer que de un mal saldrá un
bien.
Además, si insistes en que España te maltrata, es difícil lograr
una postura comprensiva y amistosa. De ahí no puede salir nada bueno.
Hay una especie de utopía activa y como todo está muy mal y en España
hay una tormenta perfecta donde se mezcla crisis, corrupción, monarquía,
etc…, pues hay quien abraza el independentismo para cambiarlo todo.
Y
también ha ocurrido que, desde el Gobierno español, durante estos años
no se han dado cuenta de que los nacionalistas de CiU, en el fondo,
siempre han sido independentistas.
—Pues lo disimulaban…
—Lo disimulaban, pero siempre han trabajado por este imaginario, por
ese lema según el cual «no hay nación plena sin estado propio». Cuando
uno parte de esta base, uno no puede ser otra cosa que independentista.
La fuerza de las ideas se impone a la de los intereses, como ha ocurrido
en otros momentos de la historia, como la Primera Guerra Mundial, etc.,
donde la ideología se impone al raciocinio. (...)
Hay que negar la mayor, en democracia no hay elecciones
plebiscitarias. Las hay después de una dictadura. Hay un argumento que
nunca se utiliza y a mí me sorprende: el proceso soberanista no tiene
legitimidad, todavía no hay un partido independentista que haya ganado
unas elecciones.
CiU no se presentó en 2012 con la independencia en su
programa, pero ahora propone una consulta que sí la contiene. Todo es
una gran tomadura de pelo. Es tal el nivel de oportunismo, que hay que
denunciarlo. En democracia, la secesión no es un derecho, es una
posibilidad. En España es menos posible porque la Constitución establece
que es indivisible.
Y como dijo el Tribunal Constitucional, todo se
puede reformar y plantear, pero con respecto a las reglas que tenemos.
Hay que avanzar posiciones en Cataluña desde la radicalidad de los
argumentos. Puede haber propuestas comunes de aquellos que defendemos la
unidad e intentar que sean ilusionantes.
Una reforma de la Constitución
es la vía, pero no para solucionar los problemas de los catalanes, sino
de todos los españoles. No hay problema identitario, sino un problema
de estructura del Estado o competencial que nos afecta a todos.
—SCC ha contactado con partidos políticos, pero… ¿con sectores
empresariales también, ahora que comienzan a «salir del armario
nacionalista», por utilizar una frase vuestra?
—Por supuesto, porque están tan claros los intereses empresariales,
que tienen en España su principal mercado, que la fuerza de los
sentimientos no tiene sentido. El mundo económico debería apoyar esta
iniciativa, también el mundo del trabajo y de los sindicatos.
Este
proceso de secesión va a hacer más pobre a las clases trabajadoras, que
serán las principales perjudicadas. Los sindicatos se han visto
atrapados por esta especie de exorcismo que es el derecho a decidir.
Debemos salir de este embrujo, del fetichismo historicista." (Entrevista a JOAQUIM COLL / Impulsor de Sociedad Civil Catalana, ABC 20/04/14, en Fundación para la Libertad)
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