"Tal como van las cosas, las víctimas del terrorismo de ETA irán siendo
olvidadas, o lo que es casi peor, quedarán envueltas en una visión
confusa del pasado, donde ni siquiera la totalidad de los demócratas no
nacionalistas van a insistir lo suficiente en que su evocación no es
solo un deber hacia ellas, sino una exigencia para la plena recuperación
de una conciencia democrática en Euskadi. (...)
la normalización política incluye su reconocimiento como un partido
más, la consecuencia es que no tienen motivo alguno para alterar su
negacionismo, o el sucedáneo de la negación, la exigencia de que todas
las víctimas de las décadas de plomo entren en el mismo saco. (...)
Presentan así una faz amable, al reconocer también el sufrimiento del
‘otro’ y obtienen dos ganancias en el plano ideológico: la primera, que
la era del terrorismo de ETA adquiere el aspecto de una guerra, con
víctimas por ambas partes, lo cual responde a la perfección al relato
que han constituido; segundo, la responsabilidad de ETA se diluye hacia
el exterior y queda en cambio abierto el camino para seguir exaltando
hacia el interior de su comunidad a sus mártires y héroes. Y
reivindicando de paso a sus presos injustamente mantenidos en prisión,
con lo cual además se obstaculiza desde Madrid el camino de ‘la paz’. (...)
Valorar es ponderar, y por ello conviene dejar claro que aquí hubo
fundamentalmente crímenes de ETA, que por su premeditación estratégica,
duración e impacto, merecen ver respetado su protagonismo, y hubo
también crímenes causados por la entrada en escena del terrorismo de
Estado. No debe haber olvido ni para los unos, ni para los otros, pero
la responsabilidad principal no ha de ser emborronada mediante una
amalgama.
Por otra parte, el reconocimiento de las víctimas de ETA, en cuanto
tales, no debiera verse limitado a la esfera personal y familiar,
siempre necesaria. Esta dimensión, recogida de manera admirable en el
libro ‘Vidas rotas’ de Rogelio Alonso y Florencio Domínguez, resulta
fundamental. Pero la cascada de muertes no tiene lugar en un espacio
neutro, donde solamente las víctimas y sus familiares y amigos se
encuentran afectados.
Todo ejercicio de memoria requiere extender el
campo de análisis a lo que ocurre en el conjunto de la sociedad vasca
mientras las muertes se suceden, y en este plano lo ocurrido dista de
ser edificante. Nada es más engañoso que confundir la oposición y el
hartazgo frente a ‘la violencia’ (sic) manifestado en una encuesta tras
otra por la mayoría de los vascos, con la idea de que fue la sociedad
vasca la que acabó con ETA.
Como todos saben, aunque muchos no quieran
reconocerlo, fue la acción policial coordinada con Francia lo que
desmanteló a la organización terrorista. En cuanto a la sociedad, lo más
exacto sería decir que triunfó en demasiadas ocasiones la intimidación,
aupada en medios nacionalistas democráticos sobre la comunidad de fines
con los violentos.
Con excesiva frecuencia, las víctimas, ya agredidas o
en espera de serlo, se encontraron absolutamente solas, y esto no puede
ser borrado de la historia. Había sucedido en Alemania, también en
otros lugares, y sucedió aquí. Vale la pena recuperar la película ‘Todos
estamos invitados’, de Manuel Gutiérrez Aragón.
Era difícil que las cosas fueran de otro modo. Estos abertzales
progresistas, que hasta ahora solo han fallado en la recogida de
basuras, protagonizaron un ejercicio sumamente enérgico y sumamente
eficaz de limpieza ideológica, al cual, con el respaldo en la sombra de
las pipas y de las bombas, no era fácil resistir. Ni siquiera para
mantener la solidaridad como también pasó en los años 30.
Recordemos la
satanización de ¡Basta ya! O las declaraciones de Arzalluz tras ser
asesinado Ordóñez: a los socialistas, que entonces temían por su vida,
«les falta coraje». Proveedor incansable de datos, Florencio Domínguez
nos recuerda que entre fines de los 80 y 1998 hubo seis mil acciones de
kale borroka, que entre 1993 y 1995, el tiempo de las manifestaciones
contra secuestros y del lazo azul, los demócratas recibieron
cuatrocientas agresiones (denunciadas).
Por decirlo con Ortega y Gasset,
el terrorismo fue el terrorismo y su circunstancia, y ello ha de ser
tenido en cuenta, lo mismo que otra circunstancia, reseñada por Fernando
Reinares en su ‘Patriotas de la muerte’: ni un solo etarra lamenta sus
patrióticos crímenes.
Disfrutar de la paz, optar por la reconciliación, nada tiene que ver con practicar una amnesia colectiva." (Antonio Elorza, El Correo 31/12/12, en Fundación para la Libertad, 31/12/2012)
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