"Un día cualquiera de la semana pasada (no daré nombres
para evitar focalizar su ira sobre tal o cual centro), el comisario
lingüístico llega al colegio a una hora cómoda de la mañana. Viene
desayunado, cambia unas impresiones con la dirección del centro y se
aposta en el hall del instituto.
No lee, no habla, pero oye y mira mucho
y saluda más. Pasas una vez, dos, tres veces. A distintas horas. El
inquisidor sigue con la misma actitud. Podría leer El Periódico de
Catalunya, su periódico, el periódico del Tripartito; pero no, sigue
mirando, saludando, aburriéndose. Así pasa la mañana.
En otros centros
deambula por pasillos, se aposta en el bar con un mísero cortado. Y
espera y toma notas. Ha de comprobar en qué lengua se relacionan los
alumnos entre sí, los alumnos con los profesores y los profesores con
los profesores.
Son los nuevos "secretas"; ¿se acuerdan de aquellos
policías sociales que se confundían con los alumnos y controlaban las
actividades políticas en las facultades franquistas?
No les basta con exigirnos dejar por escrito en nuestro horario en qué lengua damos las clases. Han comprobado la poca fiabilidad de esos datos por el miedo del profesorado castellanohablante a las represalias y han recurrido a la utilización de menores de edad para delatar con su firma a los profesores que dan las clases en castellano.
Porque los dos delegados han de firmar, están obligados a firmar y responsabilizarse junto al tutor de la verdad de lo especificado en esas "hojas de delación lingüística".
Hasta los alumnos huelen la maldad: "Profe, no el volem perjudicar…" ¡Pobres alumnos! Allí donde deberían aprender a ser críticos, autónomos, libres y sabios, son utilizados para seleccionar y sancionar a los profesores que hoy representan mejor que nadie esos valores." (Antonio Robles, 25/10/2005)
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