18/12/12

El soberanismo ganó pero se fragmentó y no venció arrolladoramente; despertó al españolismo que otros denominan unionismo; y esas elecciones acabaron con la abstención diferencial clásica en Catalunya

"La lectura de los documentos publicados ayer por La Vanguardia en los que se recogen los posibles acuerdos entre CiU y ERC para abordar la décima legislatura en Catalunya remiten a una preocupada y preocupante hipótesis: que el, paradójicamente, aforismo español de sostenerla y no enmendarla, condujese a la federación nacionalista a un callejón sin salida. 

Porque si se intentase aplicar un programa gubernamental de máximos como se refleja en esos escritos, el nacionalismo catalán se introduciría en una crisis de identidad, en una dinámica de irremisible alejamiento de sus electores naturales y en una dilución de su reconocimiento como fuerza política con un discurso ideológico y gestor que se ha ido ahormando en décadas.

Un pacto en términos tan maximalistas confundiría el texto (el mensaje de las urnas) y también el contexto (la brutal crisis económica) y arrojaría un saldo tan negativo para las fuerzas vertebrales de Catalunya -CDC y UDC- que obligaría a suponer que el nacionalismo catalán se ha echado en brazos de un destino que ni remotamente es el suyo y, mucho menos, el de Catalunya.

El desdichado malentendido entre CiU y ERC según el cual sería viable y no distócico cogobernar Catalunya sobre la base de lograr objetivos que se antojan irreales arranca de una errónea lectura de los resultados electorales del 25-N. 

El pasado 2 de diciembre, también en las páginas de este diario, Carles Castro buceaba en la aritmética de los comicios y llegaba a conclusiones aleccionadoras: el soberanismo ganó pero se fragmentó y no venció arrolladoramente; despertó al españolismo que otros denominan unionismo; y esas elecciones acabaron con la abstención diferencial clásica en Catalunya. 

Cuando se reclama del electorado "una fuerza especial" con una "mayoría excepcional" y el electorado la niega debe reconocerse el error y actuarse en consecuencia. Lo que hubiese implicado una seria autocrítica -la errada lectura de la aclamación popular de la Diada del 2012- y una subsiguiente rectificación. Nada de eso ocurrió. Y CiU transita ahora con un estrechísimo margen de maniobra: el que le delimita ERC y sus propios y no viables compromisos electorales. (...)

Tanto si se llega in extremis a un acuerdo para arrancar la legislatura en ciernes, como si no se logra, el futuro de CiU no tiene por qué pasar por una suerte de suicidio político. Los nacionalistas, sin embargo, parecen empeñarse en un guión bíblico y así, si Mas se alzó como una suerte de Mesías de Catalunya, ahora se estaría produciendo una gravísima deformación del principio según el cual resistir es vencer. 

En absoluto. La dirigencia de CiU sabe bien que el president en funciones de la Generalitat ha consumado una apuesta fallida y que no es el hombre ni para el futuro de Catalunya ni para el futuro de CiU. Deberá reconocérsele -por quienes sean solidarios con su esfuerzo- su capacidad de riesgo y de compromiso. Pero ni el más complaciente de sus electores podría exculparle del error de juicio que cometió y del fracaso que de ese yerro se dedujo. 

Sobre el que Mas erigió otro: pudiendo, renunció de mano a la geometría variable e, igualmente pudiendo, ha priorizado de modo excluyente una fórmula de gobierno (con ERC) cuando su federación hacía mayoría absoluta con otras dos fuerzas políticas en el Parlament.

 Ahora los términos de la cuestión son estos: jugarse el futuro con ERC o propiciar un giro copernicano a los acontecimientos que han sido impulsados más por la inercia que por el análisis político. La situación para CiU es endiablada. Pero no le han faltado leales avisos que se lo advirtiesen."    (José Antonio Zarzalejos , La Vanguardia, 16/12/2012)

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