"El nacionalismo, para afirmarse, necesita crear un enemigo a quien
echar las propias culpas. Esta es una de sus principales
características. Hasta ahora el nacionalismo catalán sólo ha considerado
como enemigo a España. Sin embargo, en los últimos tiempos, tras el 11
de septiembre pasado, la actitud política del Govern de la Generalitat
parece estar creando nuevos y poderosos enemigos.
La verdad es que CiU trasmite la sensación de que el nuevo escenario
independentista se ha improvisado: habían organizado la manifestación
del 11-S para apoyar el pacto fiscal pero resultó que apoyaron la
independencia. ¿Qué hacer? ¿Intentar contener el ímpetu de la calle o
encabezarlo?
Escogieron la segunda vía: montarse en la ola populista, no dar
opciones a Rajoy y convocar elecciones. Pero sólo hasta ahí llegaron:
para los demás pasos todo parece indicar que no tenían ninguna hoja de
ruta y por eso improvisan.
Quizás si las elecciones se hubieran celebrado a la semana siguiente
de la manifestación hubieran tenido el éxito asegurado. Las emociones
mandaban y los ciudadanos eran aún poco conscientes de la trascendencia y
las implicaciones de la independencia. Pero con el tiempo el debate
está cambiando: de los sentimientos estamos pasando a las razones, de la
ilusión a los datos de la realidad, de la cruda realidad.
Porque, en
efecto, la realidad, como se está viendo, es muy cruda y la única
respuesta de los independentistas es negarla. Ello se comprueba
claramente en dos ámbitos: en la relación con Europa y en la posición
económica de Catalunya como Estado soberano.
Hace tan sólo tres semanas, sostener que una Catalunya independiente
implicaba inevitablemente su exclusión de la Unión Europea era
considerada una opinión tendenciosa, parcial y españolista. Aunque sólo
había que leer los tratados comunitarios, la doctrina de los juristas,
los precedentes (la Comisión Prodi en 2004, Durão Barroso el pasado
agosto) para quedar convencido que era cierta.
Tres semanas después creo
que nadie pone esto en duda: independencia significa exclusión de
Europa. Sin embargo, tanto el president Mas como los tertulianos
habituales, siguen negándolo sin alegar razón alguna, impávido el
rostro.
Pero además de las razones jurídicas, de gran peso en la Unión, por
algo en Luxemburgo hay un Tribunal que garantiza el cumplimiento de los
tratados, tampoco las razones políticas abonan que se facilite la
independencia de Catalunya.
¿A quién le puede interesar? Desde luego no a
los estados con minorías nacionalistas (Italia, Francia, Gran Bretaña,
Rumanía, Hungría…), ya que una petición de independencia puede provocar
una cascada de otras peticiones. Les interesa menos aún a los
federalistas, a los partidarios de aumentar los poderes de la Unión.
Si
ya consideran, con razón, que 27 estados fragmentan excesivamente el
espacio europeo, una escisión interna, y las que puedan venir, añadiría
ingobernabilidad en las instituciones comunitarias.
En este sentido, es incompatible ser europeísta, querer fortalecer
las estructuras políticas de la UE, con pretender fracturar los estados
que la componen. Un especialista en derecho comunitario tan prestigioso
como Joseph Weiler, en un memorable artículo (ABC, 3/XI/2012), ha
sostenido que la independencia de Catalunya “va diametralmente en contra
del sentido histórico de la integración europea”.
Y añadía: “¿Por qué
habría de resultar de interés incluir en la Unión a una comunidad
política como sería una Catalunya independiente, basada en un ethos
nacionalista tan regresivo y pasado de moda que aparentemente no puede
con la disciplina de la lealtad y solidaridad que uno esperaría que
tuviera hacia sus conciudadanos en España. (…)
Al buscar la separación,
Catalunya estaría traicionando los mismos ideales de solidaridad e
integración humana sobre los que se fundamenta Europa”.
El mismo rechazo se produce en los ámbitos económicos
internacionales. La simplista teoría de las balanzas fiscales, es decir,
que el ahorro generado por el cese de las transferencias a la hacienda
española es la solución a los problemas económicos de Catalunya, ya no
se tiene en pie.
Lo que ahora valoran los analistas en la hipótesis de
la independencia son sus consecuencias sobre la inversión, los costes de
la transición, el reparto de activos y pasivos o el gran aumento de la
deuda pública catalana.
Y la conclusión general es que la independencia
sería desastrosa sobre todo para Catalunya y también para España. Los
informes hasta ahora conocidos de muy reputados bancos de inversión
(Union des Banques Suisses, JP Morgan, Nomura, Royal Bank of Scotland)
son demoledores. Tanto es así que expresan su incredulidad respecto a la
independencia dados los graves perjuicios que causaría a quien la
promueve.
Hasta ahora el enemigo era España. ¿Habrá que declarar también como
enemigos a la Unión Europea y a la banca internacional?
Recapacitemos
serenamente: los sentimientos son muy respetables pero es el momento de
dar un espacio a la razón, a la buena información, a escuchar todas las
opiniones. Y una vez valorado todo, decidamos." (Francesc de Carreras , La Vanguardia, 07/11/2012)
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