28/5/09

Nacionalismo blando

"La historia del nacionalismo vasco es un canto a la banalización: tanto más aceptable para amplios sectores de la población vasca cuanto menos radical en sus pretensiones. Las escisiones en todos los movimientos nacionalistas responden al mismo patrón: a la banalización que asegura una socialización suficiente le sigue la radicalización para preservar la pureza, una radicalización cada vez más asentada en lo subjetivo. Pero esta es otra cuestión.

Todas las banalizaciones van acompañadas de rituales aparentemente radicales que hacen llevadera la conciencia de la renuncia: o bien se producen etnificaciones sin sustento cultural --ponga una K en su nombre o apellido, o ponga un nombre que suene a vasco en su familia, aunque siga hablando exclusivamente en castellano y consumiendo cultura castellana con toda normalidad--, o bien se crean espacios en los que la radicalidad se manifiesta ritualmente, pero con total impunidad. Y no se trata de la impunidad ante la ley y las fuerzas de seguridad del Estado, que también --es poca o ninguna la valentía que requiere silbar al Rey y al himno nacional--, sino la impunidad ante las consecuencias de un nacionalismo vivido en toda su radicalidad.

En términos freudianos, podríamos hablar de sustitución simbólica: no puedo, ni tengo demasiado interés, ni sé qué significaría optar en la realidad, con todas sus consecuencias, por la ruptura de todas las relaciones con el Estado, con España, salir del entramado de derechos y obligaciones simbolizados por el Rey y por el himno nacional. Pero juego a ello en un ámbito que no comporta consecuencia alguna: en un campo de fútbol --según la máxima foral que rige el fútbol y casi todos los demás deportes: lo que sucede en el campo de fútbol queda allí y no puede salir al ámbito de la jurisdicción ordinaria-." (La Fundación para la Libertad, citando a
Joseba Arregi, EL PERIÓDICO DE CATALUÑA, 28/5/2009)

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