"Si los estudiantes no quieren que en la UAB hable nadie que no les guste y lo agreden hasta que se va, no es que sean intolerantes, pobrecitos, es que son unos tiernos muchachos que no soportan que nadie les contradiga.
Es el signo de los tiempos. Si los universitarios americanos tienen safe spaces, espacios seguros en los que nadie puede llevarles la contraria ya que esto supone una agresión, no hay razón para que los catalanes estén menos protegidos.
En Estados Unidos, los profesores evitan tocar según qué temas identitarios, y en Cataluña lo que se trata es de evitar que alguien les revele niños metidos a universitarios que la republiqueta no existe, que cada uno debe poder expresarse en su lengua , que la libertad de expresión es sagrada u otras tonterías de esas que es mejor no conocer ni de nombre.
Es natural que ante quien defiende ideas diferentes de las suyas, los niños respondan con violencia. Y si resulta que los dicen que el lacismo es una estafa de cuatro vividores? Peor aún: ¿y si la charla obliga a alguno de los estudiantes a -Dios no lo quiera- pensar por su cuenta? Ahora estaríamos lamentando desgracias inimaginables, tal vez un cerebro estudiantil empezando a funcionar, aunque fuera al ralentí.
Estas cosas es mejor cortarlas de raíz, y si los estudiantes americanos tienen derecho a vivir en su burbuja para evitar un choque identitario, más deben tenerlo los catalanes para evitar un choque con la realidad.
Ambas posturas tienen en común su victimismo, y nada está más de moda hoy que ser una víctima. A los estudiantes es mucho mejor mantenerlos en la ignorancia, no sea que se salgan de lo que manda el llacisme. De ahí que nadie del gobernillo haya condenado el atentado contra la libertad de expresión.
¿Como condenarlo, si la libertad de expresión es la gran enemiga del proceso? Es cierto que rociaron con líquidos a los malvados que pretendían hablar libremente, pero ni siquiera era ácido sulfúrico, angelitos, lo hacían para proteger sus débiles mentes de frases ofensivas, del tipo «libertad de expresión» o «por una universidad de todos », antaño defendidas en el mismo lugar donde ahora son perseguidas.
En la universidad, antes templo del saber y actualmente de la ignorancia -hoy Unamuno le daría la razón a Millán Astray y llamarían juntos «viva la muerte» - pensar está mal visto, allí se va a obedecer, no a los profesores, que eso no mola, tío, sino a los líderes políticos.
En cualquier otro lugar del mundo se calificaría de fascista a quien asalta y boicotea un acto pacífico. No en Cataluña, ya que ser fascista requiere cierta inteligencia, haber leído un poco, y no es el caso de los universitarios catalanes, que se quedan en imbéciles.
Lo cual no los hace menos peligrosos, al contrario, como explica Ricardo Moreno en el Breve Tratado de la estupidez humana, es más peligrosa la estupidez que la maldad, ya que a un malvado con una pizca de inteligencia lo podemos convencer que su actitud no sólo no lleva a ninguna parte, sino que incluso le perjudica a él mismo, mientras que en un imbécil no se le puede hacer entender nada.
Como el caso de estos cretinos de la UAB, que convierten a la derecha en defensora de la libertad de expresión. Los campus se han creado para emborracharse con botellones, no para que pueda hablar libremente quien lo desee, donde se ha visto." (Albert Soler, Diari de Girona, 08/10/21)
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