"(...) Antes de esta nueva moda, el nacionalismo acarició el
modelo bávaro, el lituano, el escocés o el quebequés. Siempre hay uno a
mano para cada circunstancia y momento. El penúltimo fue Kosovo
—evocado sin citarlo directamente en el preámbulo de la pretendida ley
del referéndum— y ahora recalamos en Eslovenia.
El modelo esloveno, según la lectura light que del mismo hacen sus nuevos fans, consiste en declarar la independencia y suspender su aplicación durante un tiempo, tirar la piedra y esconder la mano.
Como si lo primero fuera un juego de niños y lo segundo, algo fácil una vez se ha sacado el genio de la botella.
Una versión ingenuista de este modelo la sintetizó
horas antes el eurodiputado posconvergente Ramon Tremosa: Eslovenia
“hizo una cosa muy interesante”, sostiene, unas “elecciones al
Parlamento esloveno con una especie de Junts pel Sí, que sacó mayoría
absoluta, intentó negociar con Belgrado, no hubo manera, convocó un
referéndum unilateral, lo ganó y después declaró la independencia y la
suspendió durante unos meses con el fin de negociar un referéndum
acordado con Belgrado”.
Menos cuentos de hadas. Y más diferencias con
Cataluña: en Belgrado (la capital serbia) mandaba un dictador, Slobodan
Milosevic, y España es una democracia; en el referéndum de 1990
participó un 93,3% del electorado, y no un 40%; hubo garantías, mientras
en Cataluña, ninguna; y la declaración unilateral de independencia
(DUI) de 25 de junio de 1991 tuvo el apoyo del 94% de los diputados (no
de la mitad dispensada a las leyes de ruptura), además de las simpatías
de Bonn y Washington (y no la unanimidad europea en contra, como ahora).
Y sobre todo, dos días después de la tal DUI,
Eslovenia (21.000 uniformados) se lio a tiros contra 20.000 efectivos
del Ejército (ex)yugoslavo. Fue una guerra de los diez días,
hasta el de San Fermín, seguida de un alto el fuego: murieron, pequeño
detalle, 74 personas de ambos bandos y extranjeros, estos, periodistas y
camioneros. Mientras fallecerían a miles en la guerra vecina de
Croacia, la república que centraba la atención de Serbia: aquí no hay
nada de eso.
Por la paz de Brioni, Milosevic retiró sus tropas,
cedió todo el poder militar y fronterizo a Liubliana y acordó un plazo
de tres meses antes de oficializarse la independencia de Eslovenia: no
se negoció nada. Al final, la comunidad internacional validó el proceso,
al esfumarse Serbia de la mesa, como de otra forma hizo con Kosovo.
La pregunta clave para el eurodiputado Tremosa es si
la guerra y sus muertos fueron efectivamente “una cosa muy interesante”.
¿De verdad no le tiembla la voz cuando lo dice?
De lo trágico a lo ridículo, el otro modelo más
cercano es el de la Padania. La secuencia fue inversa: la DUI se
proclamó el 15 de septiembre de 1996 en la isla del Lido de Venecia,
ante unas 10.000 personas, incluido el emisario Àngel Colom i Colom.
Como nadie reconoció la DUI ni nadie se dio por
enterado de que habían ofendido a la bandera italiana (“pliéguese y
mándese a Roma”, ordenó el corrupto líder de la Lega, Umberto Bossi), el
secesionismo norditaliano convocó un referéndum donde votaron el 25 de
mayo de 1997 casi 5 millones de ciudadanos (por 20 millones de
habitantes), con un 97% a favor, a la búlgara.
Como tampoco hubo nada, el empeño acabó evaporado. De
aquella República Federal de Padania apenas queda nada más que
nostálgicos despistados y alguna decepción. Y un concurso de belleza:
Miss Padania." (Xavier Vidal-Folch, El País, 11/10/17)
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