"La semana pasada, el presidente del Parlament, Roger
Torrent, amonestó a un diputado de Ciudadanos durante el pleno por
“insultar” al president Quim Torra. Lo sorprendente es que el
parlamentario en cuestión, Nacho Martín Blanco, se había limitado a
citar de forma literal algunos de los textos xenófobos de Torra—en
concreto, aquellos en los que se refería a los españoles como
“expoliadores” y “bestias con forma humana”—. No es extraño, pues, que
el aviso de Torrent suscitase quejas de todos los grupos de la
oposición.
Lo ocurrido evidencia hasta que punto el nacionalismo
se siente incómodo cuando sus adversarios sacan a colación el
supremacismo de la que han hecho gala algunos de sus líderes. Por
desgracia para los secesionistas, dicho supremacismo no se reduce a una
anécdota. Al margen de Torra, el caso paradigmático lo representa el que
fue presidente de la Generalitat durante más de tres décadas, Jordi
Pujol.
En su libro Inmigración. Problema y esperanza de Cataluña
(1976), éste afirmó que el hombre andaluz es un ser “destruido” y
“falto de mentalidad” que constituye la “muestra de menor valor social y
espiritual de España”.
Estos dicterios antiandaluces han sido reproducidos
varias veces y se citan con frecuencia. Sin embargo, el expresident
también es autor de un texto muy poco conocido pero igualmente xenófobo.
Se trata del artículo “El ejercito de ocupación”, que apareció
publicado en el volumen Construir Cataluña en 1966 —posteriormente, en la edición de 1979, fue suprimido—.
En aquella pieza, Pujol advertía de una situación que
creía preocupante: “Es del todo necesario que 150 o 200.000 hombres que
viven en Cataluña sean considerados como lo que son en realidad: como
ejército de ocupación. En Cataluña existe un ejército de ocupación. En
Cataluña hay ocupantes. Hay miles y miles de hombres que son ocupantes.
Los unos lo son por mor de la función que tienen asignada [en referencia
a la Guardia Civil]. Otros por mentalidad.”
A continuación, Pujol aseguraba que estos últimos —es
decir, los ciudadanos procedentes de otras comunidades que se sentían
españoles— representaban para Cataluña un peligro mayor que la propia
policía. “Son hombres llegados de fuera con mentalidad de dominadores,
hombres para los que Cataluña es un país extraño que es preciso
colonizar.” Y remarcaba: “Estos hombres constituyen un verdadero
ejército de ocupación.”
El exdirigente conservador criticaba entonces la
impunidad con que estos “ocupantes” se desenvolvían en Cataluña: “Se
sienten seguros, porque saben que la ley es suya. Pero también por otra
cosa. Se sienten seguros, porque hace tantos años que tenemos a esta
gente en casa que nos hemos llegado a habituar a su presencia.
Y muchos
catalanes no tiene otra reacción frente a ellos que la de los clásicos y
resignados ‘qué le vamos a hacer’ o ‘esta gente es así’. Pero no todo
es debido al hábito. Está también que no se les ha clasificado con la
suficiente claridad y energía”.
Así, según Pujol, estos ciudadanos se podían
presentar honorablemente como maestros, médico o funcionarios para
ocultar su condición de “ocupantes”. Sin embargo, los catalanes nacidos
en Cataluña —a los que se refería simplemente como catalanes — no debían dejarse engañar:
“Nosotros tenemos que meternos entre ceja y ceja que
además de todo esto, son ocupantes, son coloniales. Y no debemos ser
tres o cuatro los que lo veamos: se ha de acuñar y hacer llegar a mucha
gente la nueva expresión, la de ejército de ocupación. Se ha de crear un
nuevo tipo, el del ocupante.
Ha de llegar un momento en el que cuando
un hombre de éstos ponga de manifiesto a través de cualquier detalle
insignificante la antipatía profunda y la malevolencia que siente hacia
nosotros, los catalanes hemos de pensar maquinalmente: ‘Es un ocupante’.
Tiene que llegar también el momento en el que estos hombres han de
saber que Cataluña los tiene por lo que son”.
Para concluir, Pujol recomendaba no abandonar nunca
la terminología militar. “Es importante porque un ocupante nunca es un
hombre honorable. El término ‘ocupante’ siempre es despreciativo”. De
esta forma, aseguraba, “el ejercito de ocupación habrá perdido la mitad
de su peligrosidad”.
A juicio de Antonio Robles, portavoz de Centro
Izquierda de España (dCIDE) y autor de Historia de la resistencia al
nacionalismo en Cataluña, el artículo de Pujol reviste una enorme
gravedad. “Sus consejos responden a un patrón que recuerdan
poderosamente al empleado por los peores totalitarismos.
Se trata de
deshumanizar al discrepante, provocar su aislamiento y, finalmente,
expulsarlo de la comunidad”. En este aspecto, opina que el relato
pujolista no difiere, por ejemplo, del de Franco: “Ambos quisieron
imponer a todos su lengua e ideología. El que no se sometía a su
imperio, no tenía cabida”.
Por otra parte, Robles considera que en este pieza de
juventud ya se encuentra condensado todo el proyecto secesionista. “Su
discurso, que no es otra cosa que racismo cultural en estado puro”,
asevera, “ es el detritus ideológico del que se ha alimentado el
nacionalismo todos estos años. Jordi Pujol diseñó un entramado que ha
acabado explotando en el presente”. (Óscar Benítez, El Catalán, 30/11/18)
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