"(...) En
condiciones normales, nuestra izquierda debería adoptar frente a los
nacionalistas una posición parecida a la que ha tenido la europea frente a la
Liga Norte: ponerlos al lado de la reacción, la defensa mezquina de privilegios
y la indefendible identidad. No hablamos –no está de más recordarlo– de
nacionalismos del Tercer Mundo, a la Nasser, casi siempre de raíz republicana.
En coordenadas parecidas, jacobinas, se había situado a lo largo de su historia
el grueso de la izquierda española, salvo extrañas excepciones, como el POUM,
que, mitologías retrospectivas aparte, fue siempre un partido irrelevante. Pero
con el franquismo, sin que nadie se molestara en explicarlo, todo cambió.
El problema aparece cuando al
desbarajuste intelectual se une, como es el caso, una suerte de autoridad moral
que exime a la izquierda de explicar el porqué de sus apuestas. Basta con su
nihil obstat para dar por santa y buena una causa, sin que tenga que demorarse
en el trámite del razonamiento. (...)
la izquierda compró la mercancía más trucada del nacionalismo, el relato
del conflicto, sin tasarlo empírica o ideológicamente, y le concedió un sello
de limpieza moral del que carecía por historia y por principios. Un sello que,
por lo que fuera, administraba en exclusiva. Resultó malo para todos y pésimo
para la izquierda. (...)
Entre las
complicidades, en primer lugar, la de los intelectuales. Nada que deba
asombrarnos. No ya por su natural disposición cortesana, porque, a qué
engañarse, no cabe esperar mucho del gremio, sino porque ellos también estaban
en el punto de mira.
Basta con repasar una memorable encuesta entre escritores
de 1977 realizada por la revista Taula de Canvi, en la órbita de la izquierda,
dedicada al hecho de Escribir en castellano en Cataluña.
El tono lo daba uno de
los encuestados, Manuel de Pedrolo: «Querer pasar por escritor catalán mientras
se escribe en castellano equivale a aceptar los planteamientos franquistas».
Con todo, lo peor no eran los escritores nacionalistas, sino los otros, que,
simplemente, se disculpaban por existir.
Un patético Carlos Barral mentía al
describirse a sí mismo como «irreductiblemente nacionalista». Y no era el
único. Con decir que, visto el promedio, hasta podía apreciarse heroísmo en
Pere Gimferrer, cuando reivindicaba a los escritores en español, siempre que
«hagan suyas las reivindicaciones catalanas». Ese era el nivel.
Esa doctrina, que excluía de Cataluña a más de la mitad de los catalanes, los más pobres, por cierto, la suscribía en esas mismas fechas la izquierda, como lo mostraba la ponencia, redactada por Francesc Valverdú, sobre política lingüística del PSUC, los comunistas catalanes: «La lengua catalana no es únicamente un medio de expresión, sino un medio concreto en el que se articula, a nivel comunicativo, la vida colectiva.
A través de la lengua se establece la identidad nacional, se expresa la pertenencia a una cultura diferenciada, se participa de unos sentimientos que concuerdan con los otros». Ahí está la entera la izquierda que llegaría al poder con el tripartito: las tesis más reaccionarias, la fundamentación romántica, herderiana, de la comunidad política; la peor ciencia, la versión más extrema de la insostenible hipótesis de Sapir-Whorf. Por no mencionar la ortopedia de la prosa. (...)"
(Félix Ovejero Lucas: La izquierda, el nacionalismo y el guindo, en Revista de Libros)
No hay comentarios:
Publicar un comentario