30/8/15

La izquierda compró la mercancía más trucada del nacionalismo... a través de la lengua se establece la identidad nacional, (el charnego que no la hable, es un traidor

"(...) En condiciones normales, nuestra izquierda debería adoptar frente a los nacionalistas una posición parecida a la que ha tenido la europea frente a la Liga Norte: ponerlos al lado de la reacción, la defensa mezquina de privilegios y la indefendible identidad. No hablamos –no está de más recordarlo– de nacionalismos del Tercer Mundo, a la Nasser, casi siempre de raíz republicana.

 En coordenadas parecidas, jacobinas, se había situado a lo largo de su historia el grueso de la izquierda española, salvo extrañas excepciones, como el POUM, que, mitologías retrospectivas aparte, fue siempre un partido irrelevante. Pero con el franquismo, sin que nadie se molestara en explicarlo, todo cambió.

No es ocasión de indagar aquí por qué fueron así las cosas, pero así fueron. Con todo, ese no es el problema mayor. En principio, no deberían tener mayor trascendencia los desbarajustes intelectuales de nuestra izquierda, aparte de llevarnos a evocar el clásico lema spinoziano que le gustaba repetir a Marx, según el cual «Ignorantia non est argumentum». 

El problema aparece cuando al desbarajuste intelectual se une, como es el caso, una suerte de autoridad moral que exime a la izquierda de explicar el porqué de sus apuestas. Basta con su nihil obstat para dar por santa y buena una causa, sin que tenga que demorarse en el trámite del razonamiento.  (...)

la izquierda compró la mercancía más trucada del nacionalismo, el relato del conflicto, sin tasarlo empírica o ideológicamente, y le concedió un sello de limpieza moral del que carecía por historia y por principios. Un sello que, por lo que fuera, administraba en exclusiva. Resultó malo para todos y pésimo para la izquierda.  (...)

Entre las complicidades, en primer lugar, la de los intelectuales. Nada que deba asombrarnos. No ya por su natural disposición cortesana, porque, a qué engañarse, no cabe esperar mucho del gremio, sino porque ellos también estaban en el punto de mira. 

Basta con repasar una memorable encuesta entre escritores de 1977 realizada por la revista Taula de Canvi, en la órbita de la izquierda, dedicada al hecho de Escribir en castellano en Cataluña. 

El tono lo daba uno de los encuestados, Manuel de Pedrolo: «Querer pasar por escritor catalán mientras se escribe en castellano equivale a aceptar los planteamientos franquistas». Con todo, lo peor no eran los escritores nacionalistas, sino los otros, que, simplemente, se disculpaban por existir. 

Un patético Carlos Barral mentía al describirse a sí mismo como «irreductiblemente nacionalista». Y no era el único. Con decir que, visto el promedio, hasta podía apreciarse heroísmo en Pere Gimferrer, cuando reivindicaba a los escritores en español, siempre que «hagan suyas las reivindicaciones catalanas». Ese era el nivel.

Eso sí, la naturaleza de la encuesta apuntaba al meollo del nacionalismo catalán: la pertenencia a la comunidad política gravitando en torno a la identidad, una identidad que se vinculaba a la lengua. No lo ocultó el nacionalismo y, muy tempranamente, lo percibió el autor del libro. En 1977, el dirigente de Convergéncia, Ramón Trias Fargas, lo expresaba con rotunda claridad: «La esencia de Cataluña, el espíritu de Cataluña, la sangre de Cataluña, es su idioma». 

Esa doctrina, que excluía de Cataluña a más de la mitad de los catalanes, los más pobres, por cierto, la suscribía en esas mismas fechas la izquierda, como lo mostraba la ponencia, redactada por Francesc Valverdú, sobre política lingüística del PSUC, los comunistas catalanes: «La lengua catalana no es únicamente un medio de expresión, sino un medio concreto en el que se articula, a nivel comunicativo, la vida colectiva.

 A través de la lengua se establece la identidad nacional, se expresa la pertenencia a una cultura diferenciada, se participa de unos sentimientos que concuerdan con los otros». Ahí está la entera la izquierda que llegaría al poder con el tripartito: las tesis más reaccionarias, la fundamentación romántica, herderiana, de la comunidad política; la peor ciencia, la versión más extrema de la insostenible hipótesis de Sapir-Whorf. Por no mencionar la ortopedia de la prosa. (...)"                  

(Félix Ovejero Lucas: La izquierda, el nacionalismo y el guindo, en Revista de Libros)

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