"(...) El federalismo no blinda competencias. Se entenderá con un
ejemplo: recientemente, un tribunal federal de EE UU ha estimado que la
ley que prohíbe el matrimonio homosexual en Florida es inconstitucional,
dejándola sin efecto.
Ello, sin perjuicio de que el derecho de familia
es estricta competencia del Estado de Florida.
Así funciona el sistema
en el país que es cuna del federalismo. Y ese es, precisamente, el
molesto problema que tiene la Generalitat: que un grupo, no tan pequeño
como se pregona, de ciudadanos catalanes considera que la normativa
lingüística catalana vulnera derechos civiles y, tal y como harían en
cualquier país federal, recurren a los tribunales.
Actualmente, hay ya
una larga serie de sentencias emitidas por el Tribunal Constitucional,
el Tribunal Supremo y el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña a
favor de una tímida enseñanza bilingüe que, como es sabido, son
recurridas ad eternum por la Generalitat o, sencillamente, desacatadas. (...)
En algún momento, el tema de las lenguas debe poder abordarse en España
con sensatez y ecuanimidad. Para convencerse de que este debate es ya
inaplazable basta percatarse de un hecho objetivo fácil de constatar: si
algún día el Estado que compartimos se desintegra, la ruptura se habrá
producido por sus lindes lingüísticas.
El enfrentamiento de las lenguas y
su uso para fines políticos ha envenenado la convivencia y malgastado
la energía ciudadana hasta límites inauditos. No hemos logrado
desarrollar una cultura lingüística que valore el plurilingüismo de
España y de sus comunidades bilingües y lo perciba como una riqueza
cultural de todos los ciudadanos y un importante recurso individual.
Ha
sucedido lo contrario: desde la Transición han aumentado los garrotazos y
la manipulación sectaria del debate. Ningún partido se ha distinguido
por tener altura de miras y voluntad de equidad con este tema. Tampoco
en las comunidades bilingües los Gobiernos autónomos han actuado siempre
de manera respetuosa con el bilingüismo. Al contrario, han optado en
numerosas ocasiones por programas promonolingüismo, que excluyen el
español y se sostienen en razonamientos —hoy ya consignas fosilizadas—
que no resisten un análisis objetivo.
Existen, pues, suficientes razones
para promover una gran conversación sobre las lenguas en España,
intentar reconducir la política lingüística hacia fines de convivencia e
interés ciudadano, con respeto a los derechos lingüísticos de todos. Y
las soluciones ni son difíciles de imaginar ni son imposibles de poner
en práctica. (...)
Desde nuestro punto de vista, si bien el Estado no ataca y menosprecia
las otras lenguas españolas, sí se muestra distante e indiferente. En
realidad, el Estado nunca se ha pensado a sí mismo como plurilingüe. Sus
élites entienden que hay una lengua común, que es en la única en la que
debe operar la Administración central.
Cierto, existen otras lenguas,
pero son únicamente patrimonio de las comunidades bilingües: allí es
donde se hablan y allí deben gestionarse sin incurrir en excesos; los
ciudadanos de las zonas monolingües no tienen nada que ver con ellas y
pueden vivir de espaldas a la cultura que está cifrada en las lenguas
distintas del castellano.
En nuestra opinión, éste sería precisamente el
gran reto a largo plazo para el Gobierno: el lograr cambiar esta
actitud y ser capaz de sentar las bases de una política lingüística
desde el Estado que fomentara y valorara el plurilingüismo en todo el
país y lo hiciera posible en la práctica. Por su parte, las comunidades
bilingües se comprometerían a modificar sus programas de máximos y a
respetar el bilingüismo de sus territorios. (...)
El principal escollo para abrir un diálogo es, sin duda, la fuerte
oposición de la Generalitat a modificar el más mínimo aspecto de su
política lingüística, una política que es ya totalmente cautiva de la
ofuscación y el dogmatismo. Quien sí tiene las manos libres es el
Gobierno.(...)" (
Juan Claudio de Ramón /
Mercè Vilarrubias
, El País, 5 SEP 2014)
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